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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Massazo

Finalmente, Alberto aceptó ser autointervenido en los últimos vestigios de poder que le quedaban. Llega Massa como superministro, un político con muchas ambiciones y sin escrúpulos, tal vez el elemento disruptivo que le faltaba al frente gobernante.

Por Jorge Eduardo Simonetti

jorgesimonetti.com

Especial para El Litoral

“Ningún miembro del triunvirato tiene capacidad de generar credibilidad en los agentes económicos”

Roberto Cachanosky

El Gobierno es una fuente inagotable de temas para el humor popular. Por estos días, las redes se inundaron de memes que referenciaban a la última reorganización del gabinete.

No es para menos. Hasta los propios funcionarios cercanos quedaron pagando ante el juego improvisado de un presidente que no preside y que sólo atina a ir montado sobre la ola que lo llevará a cualquier parte.

Scioli no alcanzó los dos meses en su cargo ministerial, aunque superó a Batakis, que no llegó al mes. Ambos, por supuesto, aceptaron rebajar sus rangos. Batakis al Banco Nación, Scioli, que dejó colgado su último retazo de dignidad cuando vicepresidente del perchero de Néstor, de vuelta a Brasil.

El colmo fue la manera en que Eduardo Hecker, hasta entonces presidente del Banco Nación, se enterara de su remoción un segundo antes de decir un discurso en la provincia de Catamarca, a la que había ido en ejercicio de sus funciones. Un video que se hizo viral.

Un meme inundó los celulares argentinos, el de Alberto llamando a Cristina para consultarle: “Perdoná la hora, pero ¿en qué lugar quedo yo?”. Para reírse hasta el otro día, si no fuera que el meme es apenas el reflejo de la patética realidad.

Lo cierto y concreto es que Alberto finalmente aceptó autointervenirse en sus últimos vestigios de autoridad.  En el ámbito privado de una compañía diríamos que se convirtió en un presidente honorario.

El tercer triunvirato -los dos primeros gobernaron entre 1811 y 1812- se reorganiza y Alberto pasa al tercer lugar en la línea de decisiones. Hasta el momento no se sabe si Cristina mantiene el primer lugar, acosada por el “superministro”.

Es un secreto a voces que la llegada de Massa es considerada, tanto en cenáculos del gobierno como en el Instituto Patria, como el último madero para mantener a flote una gestión casi terminada. De otro modo, Cristina no hubiera aceptado la designación del tigrense que hasta hace pocos días resistía. Es que la necesidad tiene cara de hereje y su cara de hereje son sus necesidades judiciales.

Un dato a tener en cuenta es el comportamiento del mercado referido a la cotización del dólar blue, que retrocedió varios puntos con el efecto Massa. A los mercaderes poco les importa el oxímoron “Massa confiable”, están necesitados de alguien que ponga algo de certidumbre en medio de la perplejidad.

 ¿Es Massa un político con probabilidades de tener éxito en una empresa tan compleja? La mayoría opina que no, de acuerdo con una encuesta difundida el lunes pasado, pero es lo que hay. Vista la profundidad de los problemas de la economía a nivel macro, los economistas no creen que el éxito sea un resultado probable de la próxima gestión del nuevo ministro.

Sin embargo, es la mejor alternativa que tiene el frente gobernante. No es un economista de profesión, pero hoy los problemas no dependen de los títulos ni de los técnicos, sino de los determinantes políticos. La economía está sujeta a la política y ésta debe establecer un marco de certidumbre para que aquélla pueda desarrollarse. Rumbo y decisiones es lo que faltó hasta ahora, y es lo que el ex Ucedé ofrece.

 Massa quiere demostrar que es mucho más que un bravucón de campaña cuando denostaba a La Cámpora y se escindía discursivamente de Cristina. Posee dos condiciones que en tiempos de valores decadentes pueden resultar útiles para hacer lo que hay que hacer: una ambición casi sin límites y una falta de escrúpulos para virar en redondo cuando la situación amerita.

 Tiene algo en común con Alberto, que es la volubilidad política y discursiva. Ninguno de los dos resiste un archivo. Pero la gran diferencia, a mi juicio, es que Alberto lo hace por torpe y Massa por calculador. Hoy el Gobierno necesita una gran practicidad. En tal sentido, el líder del Frente Renovador no tiene compromiso moral con su pensamiento, es un pragmático político e ideológico, lo que le permite dar tantas vueltas de campana como la oportunidad lo requiera. Para Massa la coherencia no es un valor en sí misma, el poder está por encima de los valores. Le podrán enrostrar mil archivos de sus contradicciones, pero eso lo engorda antes que debilitarlo. De tal modo, su peor defecto es su mayor virtud: su carencia de pruritos morales para desdecirse o efectuar giros copernicanos por razones oportunistas. La ortodoxia populista de Cristina es lo que está terminando de acercarnos al precipicio. Se necesita a alguien que no esté atado al dogma populista, y ése es Massa. Seguramente sabrá manejarse mejor que Alberto en aguas turbulentas. Contendrá a Cristina con gestos ambiguos, y hará aquello que lo acerque al éxito de su tarea, como única forma de sacudirse su karma de “falluto” y tener probabilidades de satisfacer sus aspiraciones presidenciales. 

Hoy miércoles, cuando esta columna sea leída, dará sus primeras medidas, que se esperan sean en el sentido de calmar los mercados, agregar certidumbre, conseguir dólares y acercarse a los sectores más atacados por la gestión frentetodista como el campo.

 ¿Es suficiente? Seguramente no, pero será un comienzo de algo que se le parezca a la tarea de gobernar, luego de muchos meses de inacción albertiana. Una encuesta de D’Alessio Irol/Berenztein destacó que el público no tiene mayores esperanzas con el nuevo ministro. La gente tampoco cree que cambiarán las relaciones de poder en el frente interno del gobierno, Cristina seguirá al mando. Pero, creo, es el modo ideal de comenzar una gestión para quién tiene ambiciones de ir por más: Massa parte de la estación de la desconfianza y de la crisis casi terminal. Por poco que haga, será para sus ambiciones una suma virtuosa, aunque no alcance para apuntalar sus aspiraciones presidenciales. Cristina no es ya lo que era. 

Su poder político ha sido drenado en gran parte por la ineficacia de Alberto y en otra por su propio dogmatismo populista. En estos tiempos estará pendiente de su lucha judicial, por lo que a Massa le quedará un campo más ancho para avanzar sobre decisiones que contradigan los conceptos de la expresidenta. Si le sale bien, su proyección puede ser importante. Si no logra resultados palpables, seguirá como hasta ahora, un político sin palabra, enredado en sus propios juegos de poder.

En paralelo a las idas y vueltas del Gobierno, quienes estamos danzando en la cubierta del Titanic, con una inclinación ya de 45°, somos los ciudadanos, sin paciencia ni tiempo para sufrir nuevos experimentos, y no todos cabemos en los botes.

El prestidigitador del barco se hizo cargo del timón, desplazando al capitán. A esta altura, ya no nos importan sus escasas virtudes morales con tal de que nos mantenga a flote. Salvavidas no nos quedan y el frío de las aguas se siente cerca.

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