¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

PUBLICIDAD

La condición humana

La vida tiene miles de manifestaciones, pero las divisiones restan, nos dejan solos. Se pierde amor y fuerza. Se debilita. Se marchita.

Domingo, 07 de agosto de 2022 a las 01:00

Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral

Esa predisposición que tenemos los humanos de reaccionar, mucho más que los mercados a través del juego de oferta y demanda, susceptibles, celosos, que ante el primer amague suben o bajan estrepitosamente. Claro, el comportamiento de cada persona no es indiferente ante nada, solo que actúa con muchísimas más causas por mínimas que fueran, que lo no humano pueda percibir con el agregado de poder expresarse, manifestarse y hacerlo público. Una nota para la televisión registrada por el periodista español Juan Cruz a uno de los comunicadores con mayor predicamento, retirado hace muy poco del metteir informativo, Iñaki Gabilondo, me puso en tema algo que por la política, Argentina lo sabe muy bien. La división, no de poderes, sino de afectos, de relaciones, el alejamiento de familiares y amigos por la simple y natural elección de ideologías que los partidos totalitarios en el mundo y aquí se encargaron de abrir fanáticamente la brecha que sostiene las ideas encontradas. Decía Gabilondo en el reportaje con público en uno de los estudios de la televisión española, que proveniente de un hogar humilde, carnicero de oficio su padre, con prosapia vasca con enclave en San Sebastián, un día fueron a un pueblito próximo sin conocer el destino final.   
Con su padre y su abuelo arribaron al pueblo de San Juan de la Luz, “el otro lado” como ellos lo definían a ese lugar distante que marcaba una tácita frontera de afectos. Recién llegados le fue presentada la Tía Anita, que los mayores siempre hablaban en voz baja de ella, pero que jamás la conoció hasta ahora. Sucede que la condición humana los alejó, porque ellos venían de nacionalistas vascos, y la Tía Anita había tenido “el tupé”, de casarse con un anarquista. Entonces Iñaki tenía 12 años, como el encuentro era para mayores, habiéndola saludado se fue a jugar, pero pudo notar a la distancia como los tres, abuelo, padre y la Tía Anita se confundían en un abrazo de lágrimas, lo que desvelaba que hacía mucho tiempo no se veían. Cuenta, como para dar mayor dramatismo a la división de los seres humanos por la maldita política, de regreso, su padre al ingresar a su casa cayó desmayado fulminado por la fuerte emoción del reencuentro de la familia. 
Al otro día nadie dijo nada, porque eran de poco hablar, pero a partir de ese momento el nombre de la Tía Anita fue más frecuente en las conversaciones. Lo que le quedó claro es que no debe haber divisiones por cosas tan livianas en una familia, y la política ante la inmensidad de la vida lo es.  No hay que olvidarse nunca, y tener en cuenta que nunca es tarde para reunirse nuevamente: si se quiere, se puede. Cada uno construye horizontes, pero el horizonte no es de nadie en particular, porque es de todos.
Esas barreras ideológicas que alteran la geografía del diálogo en el seno de una comunidad tan abigarrada como la familia, existen y alteran de diversas formas. En nuestro país hubo un subsecretario de Informaciones y Prensa, que lo califican como “el inventor del peronismo” que produjo rupturas alterando familias como consecuencia, por sus medidas totalitarias que solo el fanatismo conlleva: Raúl Apold. Se encargó de terminar con “opositores” por pensar diferente, manejando los medios, copándolos con lealtad desmedida de afiliado compulsivo, reviviendo la regla de sumisión inequívoca: “amigo, enemigo”. Lo recuerda la periodista Silvia Mercado en su libro: “El inventor del peronismo. Raúl Apold, el cerebro oculto que cambió la política argentina”, creando símbolos, consignas, marchas, y todo el cotillón que hoy conocemos. Como sumaba por convencimiento, coacción o presión, que ídolos populares voluntaria o involuntariamente representen desde sus lugares el nuevo protagonismo que el libreto diseñado marcaba, ya que son vías de rápidas llegadas. Lo menciono porque el país es una gran familia y toda alteración promueve un desbande que siempre separa una parte de ella, a propósito de las divisiones que marcaba al contar lo de Iñaki Gabilondo. Los autores Lucía Gálvez y Enrique Espina Rawson en su libro “Romances de Tango”, página 111, hablando de Discépolo, recuerda: “En ese mismo año, 1951, Perón aspiraba a la relección. Conociendo la fuerza de la propaganda política a través de los medios, había dado grandes poderes a un excronista de cine, Raúl Apold, para que pusiera en funcionamiento la Subsecretaría de Informaciones de la cual dependían las actividades relacionadas con la comunicación social. Este  personaje había tenido en el año 49 algunos entredichos con Discépolo al pretender cambiar la letra de “Cafetín de Buenos aires”. En esa época, el programa radiofónico “Pienso y digo lo que pienso”, escrito por Abel Santa Cruz y dicho por Sandrini, no convencía a nadie. Apold pensó que la personalidad de Discépolo serviría mucho mejor a sus fines propagandísticos y le pidió que se hiciera cargo del programa en cuestión”. Discépolo trató de evadir anteponiendo razones verdaderas de trabajo, teatro, cine, radio, ofreciéndole como última alternativa llevar la radio hasta el propio camarín donde éste representaba la obra “Blum”. No pudiéndose escabullir, comenzó entonces la historia de “Mordisquito”, personaje imaginario con quien supuestamente dialogaba Discépolo. “Mordisquito” representaba la oposición (tanto conservadores, como radicales o socialistas) y, lógicamente no podía contestar a las palabras mordaces e ingeniosas de su acusador, pues la oposición no tenía acceso a ninguna radio. El episodio más terrible ocurrió cuando Orestes Caviglia, en un momento de justa indignación provocada por una arbitrariedad del régimen peronista, encontró a su amigo por la calle Corrientes, a la salida de “Blum”, y en lugar de responder a su saludo de brazos abiertos, lo evitó y escupió para un costado murmurando: ¡Sos una porquería! Tania y Alba Solís, que lo acompañaban, tuvieron que sostenerlo para que no se cayera. Esto terminó de sumirlo en la depresión más profunda. Cuentan que Discépolo se murió de tristeza el 22 de diciembre de 1951, ya que “Mordisquito”, ese personaje nefasto urdido contra la oposición por Apold, lejos de reunir lo alejó de sus amigos, de esa gran familia de artistas. Como le decía a Gabilondo cuando chico, su padre: No hay que olvidarse nunca de los hechos y la familia. Si se quiere, se puede. Recordemos, antes que el yo está el todo. El horizonte no es de nadie en particular, pero sí es de todos. Unidos y sin disloques.

Últimas noticias

PUBLICIDAD