¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

PUBLICIDAD

El periodismo es el cumplimiento de la obligación de enseñar a pensar a la gente

Aprender a pensar para discernir, no mezclar los tantos, prender claridad, cómo ocurrió, cómo fue, para arribar a lo cierto; tener certidumbre.

Domingo, 11 de septiembre de 2022 a las 01:00

Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral

Esta elocuente frase no me pertenece, pero se ajusta a mi forma de entender tan hermoso oficio. El constructor laborioso es el periodista Dante Panzeri, si bien deportivo, sus textos develan los vericuetos de la mala praxis que practicamos los argentinos, indisciplinados por excelencia, que lucimos como marca en el orillo con desfachatez y total falta de respeto, repitiendo siempre las malas páginas de la historia. Estamos viviendo tiempos de desconcierto donde, como el arte publicitario, frases pergeñadas pacientemente y de gran fuerza potencian actitudes que tienen fatales consecuencias, y que siempre dividen en vez de unir. Por ejemplo, la palabra “odio” se ha convertido en el ABC y en rebote impensado de cambiar el eje de la cuestión, corporizando aquel dicho que el hombre de a caballo hizo popular: “El muerto se asusta del degollado”. Porque quienes lo generaron tienen incorporado a su ADN, como si fuera virtud, la soberbia y el autoritarismo; nunca haciéndose cargo sino buscando en el otro sus propios errores. Porque el odio, amén de generar reacciones, divisiones, es capaz de cualquier cosa con tal de satisfacer su exacerbada determinación. En el reciente Festival de Venecia, donde compite la película “Argentina 1985”, sobre el juicio a las Juntas Militares, con Ricardo Darín encarnando al mítico doctor Strassera, en la conferencia de prensa le preguntaron sobre el odio agitado en su país de origen, cuya respuesta concluyó diciendo: “No olvidemos que el odio probablemente sea el único sentimiento que no prescribe”. Tengamos en cuenta que el odio es como un jumbo lanzado al vacío sin piloto, porque no se olvida jamás, no se libera, al contrario, crece, se agiganta, se hace imprevisible. Existen frases populares que preanuncian consecuencias desagradables, que por intuitivas presagian desenlaces incontrolables: “Quien siembra vientos, cosecha tempestades”.
Volviendo siempre a lo mismo, al eterno culpable, o sea al “otro”, el periodismo, logró nutrirse con Dante Panzeri, dado su conocimiento fecundo y el estudio constante de la observación diaria donde los comportamientos rinden sus mejores actitudes, abonó con verdades que caen de maduras. “La palabra no ha sido inventada para no decir lo que pensamos. Para callar y ocultar se inventó antes el silencio”. 
“Todo periodista tiene que estar preparado para perder amigos. El periodista es y debe ser un descontento”. En relación directa con la objetividad, más allá de todo, ya que pensar cómo suceden las cosas es lo que hace que las aguas se separen en medio de la “grieta”, porque nadie quiere aflojar ni reconocer, más aún cuando el fanatismo se convierte en religión política, no hay razón alguna que valga. Me hace acordar a aquel que va al almacén y le indica que quiere ese queso. Entonces el almacenero le responde que eso es jabón. No obstante, el cliente reafirma sus convicciones, reiterándole y jugándose, le pide probar. El almacenero se lo dice: “le alcanzo, pero le recuerdo que eso es jabón en barra”. Tratando de justificar su tozudez más allá de todo, el cliente, probando el jabón sin hacer cara fea, remata diciéndole: “¡tenía razón, es queso, y de los buenos!”. No hay nada que se compare con aquello de que no hay peor sordo que el que no quiere oír. El periodismo hace su trabajo de observación, análisis, es decir crítica, pero quienes dan la letra, el motivo y la trascendencia que puedan tener son ellos: el poder, en este caso específico. El artículo es una foto escrita de lo acontecido, cuya disección detalle por detalle le cabe al periodismo, pieza fundamental para el equilibrio de la democracia haciendo uso de la libre expresión.
Era tanta la convicción de Dante Panzeri, que sus opiniones molestaban, claro que sí, por certeras, y que paso a paso reafirmaban su ética: “No escribo donde quiero, pero nunca escribo lo que no quiero”. Teniendo en cuenta una base fundamental, hurgar en el sentido común, en ese punto donde todos debemos observar para recapacitar, para reemprender la medida justa de las cosas, no la bullanguera comparsa de sustitutos que nada tienen que ver con la realidad concreta, cierta, inobjetable, porque el sentido común nos ejercita a ser fieles comunicadores que practican la honesta costumbre de reafirmar con certeza la firme objetividad.
Denostando a la corrupción, agudizando las falencias, exaltando lo bueno de lo malo, sin canales de comunicación que logren sortear la crítica y el análisis, que hacen ético, digno todo texto. Por eso nunca más cierto lo enunciado por Panzeri en cuanto a la misión de informar: “El periodismo es el cumplimiento de la obligación de enseñar a pensar a la gente”. 
La banalidad no corresponde cuando no se piensa, todo está bien, cuando la realidad nos está diciendo a los gritos que algo pasa y por qué. El escritor Charles Bukowski dijo algo que se nos parece: “Nacimos aquí, donde las masas idolatran a los idiotas y los convierten en héroes ricos”. Porque no es cuestión de sumisión y adhesiones, sino de advertir que es peligroso jugar con fuego como quien se divierte con “estrellitas o fuegos de bengala”; el odio es poderoso, vaya si lo es. Algunos han recogido “la necesidad” de hacer como Maduro una ley que con el argumento de ello, logre mantener a raya a la prensa crítica acallando la libre expresión. Alguien brillante como Rodolfo Walsh a propósito expresó: “El periodismo es libre, o una farsa”. 
Y amplió mucho más aún la idea: “El intelectual que no comprende lo que pasa en su tiempo y en su país es una contradicción andante; y el que comprendiendo no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto, no en la historia viva de su tierra”.
Si no comprendemos que la brasa que hoy sostenemos puede agitar chispas que promuevan incendios mayores, es no tener sensibilidad ni certezas de discernimiento. Cobijándose en el otro cuando no lo es; si bien cómodo, pero deshonesto. Atenta contra los principios y valores. Es justamente como el “Cambalache” de Discépolo, que termina siendo: “La Biblia junto al calefón”.

Últimas noticias

PUBLICIDAD