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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Otra escuela secundaria ya

Carina Cabo (*)

Publicado en Infobae

Quienes transitamos la escuela secundaria fuimos acostumbrados a repetir verdades acabadas, a mirar la realidad desde una sola perspectiva y con una visión fragmentaria, donde la evaluación consistía en el control de la réplica de saberes teóricos. Sin embargo, es posible poder planificar otras alternativas de trabajo en el aula.

Desde hace siglos, mucho antes de la institucionalización de la escuela ya se viene planteando por dónde ir. Monteigne (1533- 1592) decía: “Vale más una cabeza bien puesta que una cabeza llena”, haciendo referencia a que no sirve acumular o apilar saberes si no hay criterios de selección y de organización que le otorgue sentido a ese aprendizaje. Sin embargo, siglos después las instituciones educativas asumieron un papel enciclopedista y una organización rígida. Ya a lo largo de la historia de la Filosofía, en particular, durante los primeros siglos de reflexión y debate, los filósofos eran idóneos en varios campos del saber. Tales de Mileto, por ejemplo (546 a. C.), fue un filósofo, matemático, geómetra, físico y legislador griego. El mismísimo Platón consideraba que era necesario conocer matemática para ingresar a la Academia. Sin embargo, con el surgimiento de la ciencia moderna, las disciplinas se atomizaron en pos de profundizar los conocimientos, aunque esto derivó en una especialización extrema y la consecuente segmentación. Michel Serres sostiene que la práctica universitaria forma científicos que, por lo general, son incultos fuera de su campo de conocimiento, y hombres cultos que en materias científicas son ignorantes. La mayor parte de los problemas contemporáneos provienen de la desconexión entre esos dos grupos; cuando unos y otros llegan a ser decisores y no logran entenderse. Unos dictan leyes humanas sin tomar en cuenta la existencia de los objetos y de otras ciencias que manejan la realidad; mientras que los otros descubren y aplican leyes sin tener presente que hay seres humanos.

En este sentido, plantea la noción de mestizaje: “Imaginemos un sociólogo con conocimientos científicos o un político que domine las ciencias duras, jueces que sepan física y filósofos que sean economistas y todos que accedan naturalmente a la literatura, el arte, las nuevas tecnologías”. Por ende, hay que inventar una pedagogía que no separe las ciencias exactas de las humanas de manera torpe y peligrosa, ni el arte de la producción tecnológica.

Entonces, el mestizaje de saberes debería ser el eje de todo proceso de enseñanza y aprendizaje, a sabiendas que un niño no vive en una realidad fragmentada y que, en contacto con la naturaleza, podría encontrar en ella saberes matemáticos o geográficos.

Y si bien la escuela atomiza o fragmenta los conocimientos, estableciendo materias o espacios curriculares rígidos, la visión no fue siempre así. Allá por los finales del siglo XVIII, Belgrano, en la Memoria de 1796, preconizaba la creación de una Escuela de Dibujo porque sería útil para las diversas ramas de las artes manuales. El teólogo, el ministro y el abogado, decía el prócer, necesitarían el conocimiento del dibujo, pues mientras a unos les facilitaría el estudio de la geografía y el manejo del mapa y compás, a los otros les serviría para comprender los “planos iconográficos y agrimensores, de las casas, terrenos y sembrados que presentan los litigantes en los pleitos”. Los médicos tendrían mayor facilidad para estudiar detenidamente las partes del cuerpo humano que figuraban en las láminas de los tratados de anatomía y hasta las propias mujeres para el mejor desempeño de sus labores. Es por eso que proponía una escuela que incluía geometría, arquitectura, perspectiva y todas las demás especies de dibujo.

Asimismo, a comienzos del siglo XX, las hermanas Cossettini proponían clases en aulas taller para que el niño sea activo en su proceso de aprendizaje. “No había clases de Plástica específicamente porque el arte estaba en el vivir cotidiano” sentenciaba Leticia Cossettini. Sus alumnos describían un espacio escolar lleno de música, color y juego; es decir, el arte formaba parte de las actividades diarias de la institución no sólo en las clases, sino en los recreos y en las excursiones por el barrio.

Es posible otra escuela secundaria con decisión política e inversión económica, con una enseñanza que promueva y garantice el aprendizaje, que afiance conocimientos teóricos y habilidades prácticas y sociales y, a su vez, que le permita al estudiante una interpretación de la realidad en la que está inserto. La institución escolar no se puede dar el lujo de renunciar a la inteligencia, a desarrollar el gusto y el juicio crítico; debe intentar, capacitación docente mediante, formar sujetos que deseen seguir aprendiendo.

(*) Doctora en Ciencias de la Educación (Universidad Nacional de Rosario) y profesora de Filosofía.

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