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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

“Eiké!”, una invitación al corazón del creador

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

Esta conversación se hizo en Radio de la Universidad Nacional del Nordeste en Corrientes cuando habían pasado apenas unas horas de la muerte del acordeonista brasileño Luis Carlos Borges a quien el Chango consideraba un maestro y gran difusor del chamamé en Río Grande do Sul. Fue “un pionero cuando trató de instalar nuestra música en el sur del Brasil”, me dijo al comenzar la charla.

“Mis recuerdos están frescos de sus últimos viajes a Buenos Aires cuando vino a hacer una serie de conciertos en El Taso”, afirmó aún conmocionado por la noticia.

Después, la entrevista derivó hacia el proceso de producción de su último disco llamado “Eiké!”, un proyecto gestado en pandemia. Todo comenzó cuando estaba encerrado en su casa y se dio cuenta de que, a pesar de todo, el tiempo no estaba detenido, la vida y las cosas seguían su curso, tal vez otro distinto al previsto y que por eso debía ser usado como reafirmación de la vida frente a la enfermedad y que la música compartida era una posibilidad concreta de manifestar la insistencia, de la existencia frente a tanta muerte y dolor.

El disco es una invitación a entrar a los lugares que huelen a infancia, sitios de los que uno partió alguna vez, espacios que aun albergan las ausencias que renacen en canciones compartidas con amigos lejanos.

“Fue un proyecto simplemente para expandir un poco más mi música, para demostrarme que es posible estirar mi mano y encontrarme con otras impensadas”, sostiene.

Los invitados a compartir el disco son: Carlos Núñez en flauta y Gustavo Santaolalla en ronroco para “Pynandí (Los Descalzos)”; el arpista Sixto Corbalán en “Canción de amor para Lucía”; Jaques Morelenbaun en violonchelo para “Mi pueblo, mi casa, la soledad”; la trompeta de Erik Truffaz en “Gratitud”; y la percusión africana korá del senegalés Boubacar Cissoko en “Mejillas coloradas”. La convocatoria se extendió a los noruegos Per Einar Watle (guitarra) y Steinar Raknes (contrabajo) en “Lucas”; al marroquí Majid Bekkas (laúd) y Gonzalo Arévalo (bendir) para “Tristeza”; y a Sergio Tarnoski (acordeón verdulera) para el tributo a Luis Ángel Monzón en “Puestero lobizón”. 

“Eiké!” añade un tema en vivo con otro clásico del chamamé como “Puerto Tirol” (de Heraclio Pérez) que lo reunió con la guitarra de Marcelo Dellamea y tres piezas que Chango asumió solo: “Siete higueras” (de Isaco Abitbol); “Improvisación para Juana” (a piano solo) y “Polca para Juana” (estas últimas dedicadas su hija Juana, hermana menor de Vera). 

—¿Cómo surge el disco y  el nombre Eiké?

—El disco lo empecé a grabar en casa en mayo del 2020, pero no vengo de la generación de los que graban discos en sus casas. Para mi grabar un disco es ir a ION con el portugués Da Silva y todo el grupo. No soy una persona que sepa grabar en su casa, pero en la pandemia aprendí en el living de mi casa tocando el piano y leyendo poesía. Se trata de esos discos donde los artistas comparten un poco la intimidad hogareña, que empecé con una improvisación para piano y después se me ocurrió escribir a determinados artistas que conozco de cruzarme con ellos en el camino, en Argentina o en otros lugares del mundo. Empecé por Santaolalla que me contestó, después a Carlos Núñez de Galicia que toca música celta, la flauta y los vientos, y me contestó. En otro momento sería imposible hacer un disco así, pero en pandemia hubo mucha sincronicidad y así empecé a proponer canción por canción a cada músico. Erick Truffaz, un músico suizo que vive en Francia y que toca la trompeta. O Majid Bekkas, que es un músico de Marruecos que toca el laúd o un arpa muy pequeña que se llama corada que se toca en Senegal. Y así con Jaques Morenlenbaum y otros.

Y Sixto Corbalán.

Sí, Sixto Corbalán del arpa en Asunción del Paraguay, gente que conozco del camino, y Per Einar Watle de Noruega; Juan Núñez de Posadas, Misiones; Sergio Tarnoski de Posadas, Misiones. Cada uno respondió mi llamado y de golpe me vi haciendo canciones, muchas de ellas inéditas, la mayoría nuevos arreglos de canciones que había grabado antes y cuando pasó el año, me encontré con todo ese material y empecé a hacer la postproducción, a dar forma a ese dúo.  Acá pondría un violín acá una percusión, acá pondría esto, acá pondría aquello. Grababa en mi casa como con una base de percusión y arriba de eso tocaba el acordeón, tocaba el piano, tocaba varios acordeones y después enviaba la pista, llamaba y los músicos desde su casa o de donde estaban me grababan. Y cuando más o menos tenía un panorama del proyecto escribí a mi amiga Alejandra Peña Gil de Asunción del Paraguay, que es museóloga, una intelectual muy culta y muy conocedora de nuestra cultura, que me había hecho el desarrollo etimológico de la palabra pynandi. Vos me decís pynandi es descalzo, pynandí cuera o descalzo de agricultor o descalzo de pobreza o descalzo de un lugar de calor. 

Ella hizo un desarrollo muy poético de la palabra en su momento con el disco, entonces le escribí y le dije: “Alejandra, estoy grabando un disco desde mi casa, solo, e invito a artistas admirados por mí para que graben de sus casas, ¿cómo crees que se podría llamar ese proyecto?” Y ella me dijo Eiké! ¡Inmediatamente me escribió dos o tres días después y me dijo por qué Eiké! quiere decir entrada. La palabra, ¿es como decir amor que quiere decir amor?; bueno, Eiké! quiere decir solamente entrar. Eiké! quiere decir entrar a tu casa, al mejor del lugar de tu casa y sentarse en el mejor lugar de tu casa, pero tu casa es tu propio corazón. Ese es el nombre de tu disco y de alguna manera es la síntesis del proyecto porque es un diálogo de corazón abierto. Yo estoy invitando a entrar al lugar más íntimo de mi casa.

—A lo largo de tu vida musical y de tu vida, lo que vemos es esta exploración incesante de nuevas sonoridades en la posibilidad de convivencia de estos instrumentos y de sonidos. ¿De dónde crees que viene eso en vos?

—Un poco tiene que ver con que cuando éramos chicos nos decían que nuestra música era solamente para tocar de sobremesa un domingo y nos subestimaban. Y no estoy diciendo que eso no sea un contexto bello, para mí es el contexto más hermoso que hay pero en términos de mercado nos subestimaban, nos decían: bueno vos elegiste tocar chamamé, este va a ser tu circuito, este va a ser tu espacio, no aspires más que esto, era una forma de marginar a una música tan poderosa. 

Me pregunté entonces, por qué tengo que limitarme a esto, por qué no puedo compartir el patio de mi casa, por qué no puedo compartir el lugar de mi infancia con todo el mundo. Hay un ejercicio y un esfuerzo primero en poner el valor de donde naciste y después hay un desafío estético en el cual uno dice: cómo sonaría con una trompeta de jazz o con un laúd de Marruecos, o una kora. ¿Por qué no intentarlo? Y uno lo intenta, eso no quiere decir que el resultado sea maravilloso, pero en términos de desafíos como artista esta es una búsqueda, uno busca su propio rostro dentro de una tradición y yo lo hago dentro de mis posibilidades. Pero lo hago por sobre todas las cosas por mí, por una necesidad anímica, emocional, espiritual y a veces, a lo largo de todos estos años, los resultados no son los esperados y otras veces los resultados son mejores que los esperados. En este caso, Eiké!, todo lo que me han devuelto los artistas es superador, muchas veces uno tiene una idea y dice, “me encantaría probar, hacer tal cosa” y el resultado no funciona. Winston Curchill decía: “El éxito es poder ir de fracaso en fracaso, sin perder el ánimo”.

En el caso de Eiké! todo lo que me devolvieron estos artistas que se sentaron a escuchar un chamamé o escuchar mi música, su respeto, interés y sus tiempos, todo es superador, estoy muy feliz. El centro de gravedad de mi música sigue siendo el chamamé, inclusive dentro de este proyecto hay tres chamamés tradicionales. He versionado “Siete higueras” de Isaco Abitbol con el acordeón que me regaló mi padre cuando yo tenía 10 años; o sea, hace 44 años y me di cuenta que no había grabado con ese acordeón y también grabé una versión de “El puestero lobizón” de Luis Ángel Monzón, amo su música porque fue un gran mentor mío y es una manera de homenajearlo y recordarlo.

—Eiké es un disco con grandes músicos internacionales, pero vos rescatás siempre los espacios más bien modestos que tiene la música como los patios, las fiestas, los casamientos, los bautismos. ¿Son dos mundos distintos?

—Es que en realidad no son dos mundos, es un solo mundo que contiene todos. Es una puesta en valor, vuelvo a insistir, que muchas veces la gente no entiende esto e inclusive me atacaron porque dije muchas veces que el chamamé quedó atrapado en un cliché.

—¿Qué quiere decir eso? 

—Por ejemplo, cuando se dice: qué linda música, alegre, ¿a qué hora lo programamos en San Juan, en Mendoza, en Salta, en Jujuy, en La Rioja? Y pongamos a las 3 de la mañana porque es una música alegre y queda atrapado en eso. Yo no quiero tocar a las 3, 4 o 5 de la mañana. Toqué durante 10 años cuando arranqué a las 5 de la mañana, no quiero tocar a esa hora, yo quiero tocar a las 10 de la noche, cuando la gente está fresca, quiero mostrar otros aspectos que tiene esta música introspectiva, melancólica, de añoranza, reflexiva. No es una música superficialmente alegre, no es cumbia; con todo respeto que tengo por la cumbia que es una música maravillosa, pero en el sentido de hay algo más ahí. Quiero darle el lugar importante que tiene y para eso no hay que salirse del patio de uno, no hay que olvidar eso, es simplemente ponerlo en valor.

Es simplemente volver a mirar el lugar donde naciste y de estar seguros y convencidos de que eso es algo que vale la pena compartir en cualquier lugar y por suerte he tenido el regalo de la vida, la experiencia de sentir de que eso puede hacerse, que lo estoy haciendo.

Pero para eso uno se tiene que preocupar por desarrollar un discurso estético o una puesta en escena, una manera de mostrar lo propio. A veces cuando giro por Europa o en otro escenario del mundo digo: qué lindo sería estar viendo acá a Blasito Martínez Riera con Tilo Escobar tocando “Doma y chamamé”, “Homenaje a la colorada”. Funcionaría perfectamente Blasito con su poncho, sentado sobre su sillita y sus anillos en la mano recitando “Tome y trague”, me lo imaginé y digo esto podrían estar girando tranquilamente.

—Contanos qué hiciste con Sixto Corvalán.

—Tocamos la canción de “Amor para Lucía”, fue hermoso y por suerte hicimos tres conciertos la semana pasada: uno en Neuquén, otro en Mar del Plata y en Buenos Aires en el Teatro Coliseo y  pudo venir desde Asunción del Paraguay, vino Per Einar Watle desde Noruega con su guitarra, vino un músico misionero que vive en Cuba que conocí en enero de este año en el Festival de Jazz de La Habana, toca vientos y es súper talentoso. El concierto estuvo muy hermoso.

—El guitarrista noruego escribió una canción que se llama “Caá Catí”.

—Sí, en realidad Per Einar le dedicó dos temas a Corrientes, uno que se llama “Caá Catí” que es un chamamé por donde lo mires y después algo un poco más libre que se llama “Corrientes”, que es una canción hermosísima. Están “Hielo azul, tierra roja” que hicimos junto a Per, que está casado con una Argentina que tiene familiares en Corrientes y en algún momento dijo: “Me encantó Caá Catí, le voy a componer un chamamé”. Él es un enamorado de la música y en algún momento, cuando fui a presentar “Tarafero en mis pagos” en un concierto y después un segundo concierto, me escribió una carta, me la dejó en el camarín y me dijo que amaba mi música y que esto y lo otro y yo escuché su manera de tocar la guitarra. ¿Sabés qué tipo de guitarra toca? La que tocaba Oscar Alemán.

—Sí, claro, de Machagai, Chaco.

—Alemán tocaba una guitarra muy particular que se usa mucho en el jazz gitano, Per toca ese tipo de guitarra y también toca guitarras de nylon y cuando escuché su manera de tocar e improvisar lo llamé por teléfono y le dije “Per Einar hagamos un disco”, e hicimos “Hielo azul, tierra roja”, en donde hay cosas maravillosas con músicos noruegos. Yo solamente viajé de la Argentina con Marcos Villalba, percusionista y la cantante tradujo al noruego “El boyero” de Eustaquio Vera y Cocomarola.

—Esto es el milagro de compartir la música. 

—Lo más bello es que uno siente que ese universo es respetado. En algún momento pensamos el concepto de tríptico, el primer disco que hicimos juntos se llama “Hielo azul, tierra roja”, en algún momento haremos “Hielo” solamente en música de Noruega y el tercero de ser tríptico va a ser “Roja”. Ojalá que terminemos ahí en Mburucuyá Corrientes con todos los noruegos en pleno verano y que grabemos una serie de composiciones bien arquetípicas y bien poderosas de la tradición del chamamé. 

—¿Cómo fue la experiencia con Jaques Morenlenbaum?

—Hace unos 10 años atrás giré con Morenlenbaum por Rosario, Neuquén, Buenos Aires. Pero no habíamos grabado en esa gira, aunque ya lo conocía por hacer los arreglos de los discos de Caetano Veloso y de la época cuando tocaba con Egberto Gismonti. En este disco grabé “Mi pueblo, mi casa, la soledad”, el acordeón, luego un segundo acordeón, después le llamé a Juan Núñez que grabó desde Posadas la versión original con el bandoneón. Y ahí digo: “Uh, qué lindo sería que alguien toque un chelo, alguien como Jaques Morenlenbaum”. Lo llamé por teléfono, él aceptó el convite y a la semana me mandó un mail diciéndome “Chango, te grabé tres chelos, tres improvisaciones” alrededor de “Mi pueblo, mi casa, la soledad”. Elegí lo que quieras”, entonces hice una selección porque todos eran muy bellos, elegí una selección de las partes que eran las mismas que me resonaban y es lo que quedó de esta versión.

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