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Los Bedoya y los Molina

Domingo, 02 de julio de 2023 a las 01:00

Por Enrique Eduardo Galiana
Moglia Ediciones
Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”

Según dicen los letrados e historiadores de árboles y yuyos grandes, que estas dos familias descendían de españoles emigrados de su tierra de hambre y miseria. Algunos afirman que entraron por el Río de la Plata y otros, no menos versados, sostienen que ingresaron por el Virreynato del Perú. Me inclino a creer esto último, porque entre las viejas anotaciones de una libretilla de una de las familias se lee: “El culto a los muertos… El ave en los cielos, el felino en la tierra y la serpiente en el mundo subterráneo”, con fecha datada en 1578, Lima Perú. 
De esta manera la dueña y señora de la casa ubicada en Pellegrini entre Salta y La Rioja, hoy denominada casa Molina, contaba a sus nietos un largo recorrido por interminables caminos hacia la Asunción. Afirmando que en documentos antiguos de los pueblos originarios del Perú, se leía esa frase, y que su tatarabuelo fue el autor de la transcripción. El que inició luego la estirpe, árbol o arbusto en la ciudad de Corrientes. 
Sujeta al poder patriarcal, la señora de la casa salía únicamente para ir a misa; o acompañando, obligatoriamente, a su esposo el señor patricio, a las fiestas y reuniones que se realizaban en la aldea, en un radio no mayor de cinco o seis cuadras. 
La casona de la que hablamos tenía un frente que ocupaba una mitad de cuadra. El tiempo la irá reduciendo desde su lado oeste; su lado sur daba frente a lo de los Pampín, posteriormente instalados en la esquina de Salta y Pellegrini. 
Muy cristiana creyente y apegada al santoral bajo el estricto control de la Inquisición en la ciudad de Corrientes, no dejaba pasar la oportunidad de conversar por la ventana de rejas con la vendedora de yuyos y otros productos de la tierra. Hablaban sobre cosas de los indios, encantamientos, mitos, hechizos y payés, muy propios de los correntinos y paraguayos. También abonaba sus pláticas la curandera, que era la única autorizada a ingresar a la casa como perito en medicina secreta contra los empachos, mal de los riñones, fuego de San Antonio. Aunque también por qué no alguno que otro entretenimiento, como el de andar preguntando a los muertos algunas cuestiones sobre la vida, el futuro y el presente; en los cuales la curandera, si bien no egresada de Salamanca ni la Sorbona y menos de Bolonia, tenía la práctica adquirida a través de sus ancestros indígenas muy duchos en eso de hablar con el submundo, con las serpientes. 
Desplegada una manta sobre la mesa de fino tejido de hilo, arrojaba los huesos de los muertos conseguidos del saqueo de tumbas antiguas abandonadas en cementerios, olvidados por los desaparecidos deudos. Los huesos hablan, decía la curandera, ante el asombro de la señora de la casa y el susto mayor de las siervas indígenas, objeto sexual de los patrones; al igual que las esclavas, que miraban por las rendijas o escuchaban tras las grandes puertas de dura madera. 
El sacerdote de la Merced en varias ocasiones llamó la atención a la patricia correntina sobre estas prácticas, quien generosamente calmaba las preocupaciones religiosas del místico clérigo con una moneda de oro. Mediante la cual obtenía, rezos de por medio, el perdón de los pecados a pesar del fulminante castigo a los nigromantes que trae la Biblia y las leyes españolas. Pero el oro mata al moro y todos en paz. 
En el siglo de las revoluciones americanas la sociedad correntina se dividió entre patriotas, revolucionarios constitucionalistas e independentistas -los más osados-, por un lado; y sarracenos monárquicos, los más enquistados fidelistas realistas. No por el rey por supuesto, sino por los privilegios 
que gozaban sobre el comercio, la política y la sociedad. No vaya a ser que los cambios vengan a mezclarnos con la chusma criolla, afirmaban. En el clero pasaba lo mismo, el alto clero del cual los correntinos teníamos poco y nada y el bajo clero, mantenían igual división. 
En la ciudad de Corrientes convivían pues, a no dudarlo, los cristianos. Pero todos, de buena o mala gana, aceptaban como decían las sabias letras del Quijote de la Mancha los encantamientos, duendes, pomberos, espectros y espíritus rondando por los espacios comunes. Doña Bedoya de Molina no era ajena a estas creencias. 
En el fondo de la casa, donde se hallaban las piezas construidas con ladrillos de barro cocido algunas, otras de crudo, piedras del río y argamasa de barro, arena, cal y pastos, con troncos de quebracho blanco o colorado, se encontraban las argollas sujetas a una abrazadera de hierro con remaches por donde pasaban las cadenas con que se sujetaban a los esclavos de noche. Aunque algunas esclavas gozaban del privilegio de andar sueltas por razones varias: ya sea por estar embarazadas, ser queridas o confiadas de los dueños de casa o alcahuetas, entre otras bondades. Allí también se hallaba un pequeño santuario dedicado a cuanto santo conocían. 
No cabían tantos, por ellos ardían velas custodiadas por las siervas y esclavas, ocultos entre unos ladrillos que la patrona corría con sigilo. Lucía airoso un San La Muerte o Santo de la Buena Muerte, hecho del fémur de un esqueleto de prestigioso cadáver del cementerio fundacional. El sincrético culto, presuntamente secreto, era conocido por casi todos en la casa y en la aldea. Pero nadie hablaba porque de un modo u otro los visitantes rendían igual culto cuando ejercían el obligatorio derecho de visita, devolviendo gentilezas. 
Un día apareció por estos lugares un italiano (florentino) joven e ilustrado. Sabía leer y escribir, lo que era todo un portento para la época de tanto ignorante y analfabeto. 
Pintor que gracias a su estampa y gracejo fue introduciéndose en el seno de la sociedad. Realizó muchos retratos y si bien no era un Goya, Velázquez o el Greco, se defendía bien. 
La señora Bedoya de Molina no podía ser de menos y pidió un retrato a su esposo. Aceptó y como cuidadoso de su hacienda propuso sesiones en horarios de sol, con la compañía de una hermana suya, cuñada de su esposa, no muy bien relacionadas. El retrato se realizó y ocupaba un lugar en el salón principal No pasó mucho tiempo y el joven italiano sufrió la persecución de la Inquisición por un lado, y de varios padres de hijas burladas y esposas poco fieles. Dicen algunos que cruzó al Chaco y se perdió. 
Corrieron los años, las familias fueron desintegrándose por el bien común. La casona sabemos que fue demolida en gran parte, pero se salvó una pequeña porción. Como se ha dicho en otro lugar lo asombroso del caso es que en el fondo donde se ubicaba el santuario mencionado se hallaron tumbas, atribuidas a esclavos. Pero lo sorprendente es que varias de ellas contenían objetos de algún valor: una moneda de plata florentina con cadena, otras con objetos extraños, que se atribuyen a desaparecidos enemigos de los dueños de casa. Los demás esclavos con algunas de las cruces que quedaron. La imagen de San La Muerte desapareció en el estudio arqueológico rudimentario que se realizó. 
 Quienes luego ocuparon la construcción sobreviviente relataban que aparecían en la casa espectros en su interior: una mujer reclamaba llorando un retrato, cambiaba de color, flotaba en el ambiente y daba volteretas. Los empleados escapaban a la vereda. Indagaron si había por allí un retrato perdido entre las pocas cosas que se salvaron del desastre total. En un arcón que se conserva en dicho sitio, estaba el retrato de la señora Bedoya de Molina que ocupa un lugar prominente. No por ello el espectro dejó de recorrer el lugar, detrás le sigue una forma horrible de esqueleto con una guadaña esplendorosa. Tras ellos una procesión de espíritus que arrastran cadenas gimiendo. Cerrando el cortejo, un espectro vestido como el pintor italiano llevando un pincel en la mano dando trazos en el aire, arrojando luces rojas como llamaradas de fuego infernal. 
Ya sé estimado lector, pensaste en dar calma a los espíritus. Pues también lo hicieron los clérigos y sacerdotes que acudieron al lugar, todos fracasaron. A no dudar: los espíritus están en la habitación y en el estacionamiento de al lado como oportunamente te relatamos. Ni quieran quedarse a la noche en la habitación y menos en el estacionamiento

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