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Que la elección no sea un viaje al desierto

Por El Litoral

Miércoles, 02 de agosto de 2023 a las 17:32

La búsqueda de propuestas entre los candidatos de las próximas elecciones se convierte casi en una expedición al desierto.
La socióloga y politóloga Liliana De Riz ayer en Clarín parafraseó a Juan B Justo en su objetivo fundacional del diario Vanguardia, al decir que es necesario “construir una alternativa política al pillaje y la plutocracia”.
Y sobre esa columna apoyó una serie de argumentos que ponen el énfasis en la necesidad de hallar una hoja de ruta que le diga a la Argentina (quizá por primera vez) qué va a pasar a lo largo de los próximos años. Un verdadero clamor en contra de la incertidumbre.
Y De Riz sostuvo: “Asoma una resistencia pasiva: creció el ausentismo en las elecciones a escala provincial, una tendencia que viene encendiendo alarmas. Son ciudadanos que optan por la “salida” y no por la “voz”, como nos enseñara Albert Hirschman. Aquí, y en las democracias occidentales, el demos activo se achica. Ocurrió en las recientes elecciones en España. ¿Qué nos dice esta retirada de quienes rechazan votar?
Pues, en primer lugar, que no esperan que ninguno de los postulantes le cambie la vida difícil que enfrentan hoy. No avizoran un futuro mejor y optan por la retirada. Cuando el descreimiento y la fatiga dominan el humor colectivo, los que ejercen su derecho parecen estar resignados, convirtiendo a la votación en un ritual de domingo.
¿Por qué esta desesperanza no encuentra quién ilumine un rumbo alentador?
¿Qué conjeturas podemos adelantar a riesgo de volvernos muy pronto obsoletos?
En primer lugar, que este desencanto puede desestimar los extremos, ni el león que ruge con Milei contra la casta política, ni los alaridos de un Grabois que quiere todo para los que no tienen nada, sin decir cómo obtener los recursos sostenibles para hacerlo. Los extremos no convocan a la fatiga.
De ser así, nuevamente las elecciones presidenciales habrán de girar en torno a las dos grandes coaliciones: la oficialista UP y la opositora de JxC. La proliferación de candidatos presidenciales y de partidos menores, fruto de una legislación permisiva, no altera el panorama. En no pocos casos, se trata de partidos personales que operan como sellos para garantizar recursos a quienes los gerencian.
La coalición oficialista busca retener el poder y en esta elección interna combina un candidato que se presenta como moderado y moderador y otro que convoca al núcleo duro del kirchnerismo, ambos, supuestamente “unidos por la patria”.
En Juntos por el Cambio, sorprende la intensidad de los enfrentamientos que asolan a sus liderazgos y semejan un minué del que los ciudadanos son sólo espectadores: se hablan entre ellos antes que hablarle al ciudadano y así ahondan la brecha que separa a ciudadanos de políticos.
El malestar profundo, el poco interés e incluso la apatía en la sociedad, no parece encontrar eco en la consigna “es todo o no es nada” que levanta Patricia Bullrich, pero tampoco lo contiene la consigna del “sabemos gestionar” que reitera Horacio Rodríguez Larreta.
¿Habrá tiempo para encontrar cómo llegar a los muchos descreídos de hoy? Cuando estamos cumpliendo 40 años de la llegada de la democracia, la abstención creciente y el desinterés contrastan con el entusiasmo que entonces encendió los corazones de los argentinos. Acaso la mayoría de los votantes decida su voto por oposición al que rechaza antes que por convicción en el que elige, como viene ocurriendo en la región. No lo sabemos.
En la sociedad argentina hay una tradición que concibe al diálogo político como un contubernio continuista y así se lo designó en los años de Arturo Frondizi. Confusión penosa: el diálogo no es sinónimo de defensa de un statu quo que congela un Estado colonizado por intereses corporativos de empresarios y sindicalistas: a eso sí se lo denomina contubernio continuista. La búsqueda de consensos será necesaria para transformar en leyes un programa de gobierno.
La democracia como régimen político se sostiene en dos pilares. Por una parte, el respeto de las leyes y espíritu de compromiso de sus dirigentes que definió Raymond Aron como la subordinación de las pasiones partidistas al logro de un interés común.
Por otra, una ciudadanía en la que predomine lo que Roberto Gargarella denomina “lealtad cívica” y que consiste en la defensa de un conjunto de valores que sustentan el Nunca más, en contraste con la “lealtad facciosa” que consiste en una política sin principios” (...)
 

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