El tango como otros géneros populares, siempre exigió el baile como única expresión de celebración. Son fanáticos conservadores que no admiten escuchar de vez en cuando algún lucimiento instrumental por el lucimiento mismo.
Porque “también los músicos tenemos nuestros berretines, queremos de vez en cuando nos escuchen”, como lo recordaba permanentemente Astor Piazzolla.
Era impensado no bailarlo, había que tomarlo y lucirse dejándose llevar, depositando en él lo que su evolución había enseñado, con la dama mejilla a mejilla, concentrados, como en una misa de comunión y entrega.
Sin embargo hubo un músico que conformaba sobradamente el poder hacerse el dueño de la pista, porque era como un lazarillo marcándo el camino sin titubeos y a ciegas. Porque su ritmo inexorable, con seguridad de metrónomo, indicaba el camino preciso para llegar a buen puerto.
Se llamó Juan DÁrienzo, procedente de una familia de italianos como era natural por entonces, habida cuenta que éramos un pueblo floreciente, “el granero del mundo,” y los inmigrantes a montones venían para “hacerse la América”.
Si bien Juan, era el primogénito, sus otros hermanos también optaron por la música, Ermani y Josefina. En el Conservatorio se dedicó a estudiar el violín; hizo sus primeras armas con el maestro Angel DÁgostino,
Pero dada su curiosidad y capacidad, en el año 1921 incursionó en el jazz, más precisamente con la “Select Jazz Band”. Vuelve más tarde con la música de sus orígenes, el tango, integrando la Orquesta Paramount que luego cambió de denominación por “Los Ases del Tango”.
Formó un nuevo grupo, esta vez con un brillante pianista llamado Luis Visca. Cuenta la historia que al desvincularse Visca, quedó a cargo de la Dirección el propio Juan DÁrienzo, supliéndolo por quien le daría el estilo exacto de marcación, el pianista Rodolfo Biaggi, el popular “Manos Brujas.”
Corría el año 1935, fecha que marca el advenimiento de un Juan DÁrienzo punzante, logrando el slogan con que fuera bautizado por el presentador del Chantecler, Angel Sánchez Carreño más conocido por su seudónimo de “El Príncipe Cubano”, como: “El Rey del Compás.”
Ya, para entonces DÁrienzo había dejado el violín, para asumir la dirección frente a su orquesta, como lo hacen los maestros frente a una Sinfónica. Costumbre, luego asumida por otros pares, pero DÁrienzo era único en su incansable marcación, agregándole muchas veces también un poco de humor con la línea poderosa de sus bandoneones atacando.
Cuando el tango bajó por falta de consumo ante la intempestiva extranjera de ritmos en la cresta de la ola, los seguidores de DÁrienzo lo seguían a muerte asegurándose como el único capaz de vender discos, llenar clubes, copar estudios de radios.
Ante la crítica que algunos le hacían, por su forma auténtica de ser, de que su tango era vacío como expresión, Aníbal Troilo, dijo: “Si no fuera por Juan DÁrienzo, el resto nos moriríamos de hambre”, habida cuenta la “seca” de contratos.
Juan DÁrienzo no solo fue violinista y Director de Orquesta, sino que también componía, aportando temas que han sido éxitos: “Chirusa”, “Nada más..!”, “Dos guitas”, “Paciencia”, “Chichipío”, “El vino triste”, “Bien pulenta”, “Brumas”, “La sonrisa de mamá”, “Bailate un tango, Ricardo”, “El raje”, “Lo mismo que ayer.”
Los cantantes hacían fila, porque DÁrienzo siempre se mantuvo en la cúspide merced a los bailarines que lo adoraban, a la gran cantidad de material discográfico registrado y actuaciones hasta en el Japón, donde también era ídolo.
Pasaron por su orquesta cantores de fuste: Carlos Dante, Francisco Fiorentino, Rafael Cisca, Walter Cabral, Mario Landi, Enríque Carbel, Alberto Echagüe, Alberto Reynal, Carlos Casares, Héctor Mauré, Juan Carlos Lama, Armando Laborde, Rafael Lemos, Mario Bustos, Jorge Valdés, Horacio Palma, Héctor Millán y Osvaldo Ramos.
No es la primera vez que le dedico algunas líneas que aunque repetidas, no dejan de ser un alabo meritorio para el maestro DÁrienzo, porque realmente salvó a la industria discográfica, apechugó cuando fue escasa su difusión por la baja demanda del género, mientras que él continuaba brillante.
No sólo fue el ímpetu que le confirió al baile, sino que él en el escenario era otro espectáculo aparte. Predispuesto y frente a sus músicos arremetía como dos fuerzas encontradas, cuya humoradas era detener el tango en plena ejecución, jugando con las pausas para arrancar luego con mayor vigor.
No solo jugaba con la línea de bandoneones, sino que se acercaba a sus cantores en pleno canto o ejecución de sus violines, creando un diálogo maestro con ellos, que hacía lo diferente con otros colegas sin abandonar la sincopa pertinaz de su orquesta.
En el año 1937, lanza uno de sus mayores éxitos compuesto con Francisco Gorrindo: “Paciencia”
“Anoche de nuevo te vieron mis ojos, / anoche de nuevo te tuve a mi lao, / ¿Pá qué te habré visto, si después de todo / fuimos dos extraños mirando el pasao..? / Ni vos sos la misma ni yo soy el mismo; / los años, la vida, quién sabe lo qué…/ De una vez por todas, mejor la franqueza: / yo y vos no podemos volver al ayer..! / Paciencia, / la vida es así. / quisimos juntarnos por puro egoísmo / y el mismo egoísmo nos muestra distintos, / ¿Para qué fingir..? / Paciencia, / la vida es así, / ninguno es culpable, si es que hay una culpa, / por eso la mano que te di en silencio / no tembló al partir. / Haremos de cuenta que todo fue un sueño, / que fue una mentira habernos buscao, / así buenamente nos queda el consuelo / de seguir creyendo que no hemos cambiao. / Aún tengo un retrato de aquellos veinte años, / cuando eras del barrio el sol familiar, / quiero verte siempre linda como entonces; / lo que pasó anoche fue un sueño, no más.” /
Era como sostuvo Troilo, Juan DÁrienzo fue el tanguero que a capa y espada luchó con valía por el Tango, sin perder fama ni respeto.