Ese país que lo supimos idealizar porque se iba alimentando, de versiones, anécdotas de mayores, recuerdos amarillos como el tierno libro donde cada uno deposita, sueños y logros.
Yo, lo viví, de alguna manera, fragmentado por crisis gubernamentales, pero en la brevedad de su memoria, no dejaba de enamorar porque allí estaba el sueño de todos.
Había posibilidades donde la clase media hizo “su mejor cosecha”, de imaginación y testimonios, del humor general, de ese estado de ánimo que los grandes países lo tuvieron y lo tienen de alguna manera.
Las apelaciones publicitarias de la época, acentuaba a la familia, con imágenes de probada certidumbre, donde el bienestar era posible, el estudio, el resultado de ello; se cumplía fielmente “Mi hijo el dotor”, patentizada en el programa de Canal 13 de Buenos Aires: “La Familia Falcón”.
Se veía, se comprobaba, el avance, tal vez con más o menos corrupción, pero muy pocas tomaban estado público, no luciendo como ahora “trapitos al sol” que a medida crecen, ya no asustan a nadie, ni nadie se conmueve.
Dejar de sorprendernos ha sido el trabajo paciente de los constructores de la fórmula perfecta, para cambiar la económica realidad personal de quienes han hecho de la política la mentira institucionalizada, y el futuro más lucrativo para toda la familia.
No, la nuestra, por supuesto. Quienes aprendimos a yugarla por la firme vocación de los inmigrantes que bajaron de los barcos. Pero era posible, sacrificio de por medio, poniendo la certeza como lanza cortando el espacio en su vuelo raudo.
La radio, el teatro, el cine, los libros, las revistas, la música, todo formaba parte de esa gran caldera avivada por el juego de las pasiones, que formalizaba y elevaba ladrillo por ladrillo la fuerza arrogante de un país comprometido con su destino al alcance de las manos.
Cuando la inflación invadió con su pandemia, deteriorando todo a su paso, los planes resultaron exiguos para combatirla, y las fórmulas políticas agotaban su efectividad por una vieja costumbre sin resultados: imprimir billetes mientras sobre papel moneda.
Ahora, ojo, ya no existe tiempo, es sí o sí. Así que vayamos hacia él, y regalémonos ese país que realmente nos merecemos por tantas penurias juntas.
En esos grandes cambios que a ramalazos surgían cada cierto tiempo, en cada nueva gestión, los canales de televisión muy distantes del pionero Canal 7 de Buenos Aires batallaban por el rating, con una importante producción televisiva.
El tropel de actores corporizando grandes libros, periodistas inteligentes y originales, verdaderos profesionales de sapiencia pura, donde Augusto Bonardo, Miguel Angel Merellano, Antonio Carrizo, “Pipo” Mancera, Hugo Guerrero Mathineitz se cortaban solos dejando una transparente enseñanza, que la inteligencia prima más allá de la belleza vacía, chata e inexpresiva.
Como siempre lo expreso para dar cuenta de las apetencias, una Argentina cuando la lectura era deporte nacional, y los grandes prestigiaban las letras argentinas, Borges, Sábato, Puig, Cortázar, etc., coincidentes con el boom latinoamericano.
Las conversaciones tenían asidero y guardaban una eterna preocupación por el país que siempre soñamos, y que cuando lo íbamos a poner en movimiento nos quedábamos con las ganas porque los de arriba ya se estaban yendo otra vez.
No éramos un dechado de virtud, pero las reglas del respeto se tenía sobre entendido; nadie faltaba a ello. El trato era cordial y cada cual era correspondido con esa forma inteligente de proceder, lo que nos hacía más racionales, menos fanáticos.
Decía alguien, que lo más meritorio es reconocer en el otro sus virtudes personales y decirlas sin temor de “achicarnos”, por el contrario, ello nos engrandece y habla de nuestra altura como seres humanos.
En esa Argentina del trabajo, del estudio, del respeto, en un momento dado se fijó como celebración el 29 de cada mes, exaltando al “ñoqui”. Esa profesión de la ventaja permanente.
Siempre sacando provecho en beneficio propio: certificados de largas enfermedades sospechosas, marcando tarjeta o firmando asistencia y luego haciéndose “perdíz”. Que trabajen los zonzos.
De última, trabajando en 2 o 3 lados, con la misma técnica de “cancheros”, que han sido y son los “maestros”, de una vieja práctica que por sí misma habla de la involución de un país otrora más ajustado a las reglas del saludable convivir.
El argentino cansado de sufrir, siempre apeló al humor para mitigar sus penas. El tango como vehículo popular, siempre permitió toda expresión. En el año 1933, un año antes que el “Cambalache” de Discépolo, Enríque Cadícamo con música de José María Aguilar, se permitió estrenar: “Al mundo le falta un tornillo”, que tiene mucho de las consecuencias de hoy.
“Todo el mundo está en la estufa, / triste, amargao y sin garufa, / neurasténico y cortao…/ Se acabaron los robustos / si hasta yo, que daba gusto, ¡cuatro kilos he bajao..! / Hoy no hay guita ni de asalto / y el puchero está tan alto / que hay que usar el trampolín. / Si habrá crisis, bronca y hambre, / que el que compra diez de fiambre / hoy se morfa hasta el piolín. / Hoy se vive de prepo / y se duerme apurao. / la chiva hasta a Cristo / le han Afeitado…/ Hoy se lleva a empeñar / al amigo más fiel, / nadie invita a morfar…/ todo el mundo en el riel. / Al mundo le falta un tornillo / que venga un mecánico … / Pa´qué, che viejo..? / Pa´ver si lo puede arreglar. / Qué sucede..? ¡Mama mía…! / Se cayó la estantería / o San Pedro abrió el portón. / La ocasión anda a las piñas / y de pura arrebatiña / apoliya sin colchón. / El ladrón es hoy decente / a la fuerza se haya hecho gente / ya no encuentra a quién robar / y el honrao se ha vuelto chorro / porque en su fiebre de ahorro / él se “afana” por ahorrar. / Al mundo le falta un tornillo, / que venga un mecánico / pa´ver si lo puede arreglar.” /
Ojalá que podamos hacer realidad ese país idealizado que alguna vez a “goteo” lo logramos en parte, pero como criaturas que se muestran y exageran, siempre lo hemos perdido.
Ahora, ojo, ya no existe tiempo, es sí o sí. Así que vayamos hacia él, y regalémonos ese país que realmente nos merecemos por tantas penurias juntas.