Que los espectros, fantasmas, brujos y otros seres mágicos puedan desplazarse no es ningún secreto, desde la oscuridad de los tiempos hasta la actualidad, la literatura y la historia de las religiones han recogido casos de experiencias extraordinarias, inexplicables, por cierto.
Estamos en Bella Vista allá por el año 1848, Miguel o Michael Gannon, sacerdote irlandés había llegado ese año a Corrientes destinado a una iglesia de la provincia. De probada fidelidad rosista, usaba en la sotana su cinta roja.
Como es sabido, los irlandeses que podían huir de Gran Bretaña lo hacían por el temor de ser vendidos como esclavos a los países que todavía conservaban ese comercio infernal. Hay que recordar que los ingleses prohibieron la esclavitud y el tráfico, pero no obstante bajo el disfraz de emigrantes cargaban sus naves con irlandeses católicos, en altamar los transferían a los socios portugueses y españoles que tenían buen mercado en Cuba, toda Centro América y Brasil. De contrabando algunas mujeres llegaron a la Argentina, la esclavitud blanca fue tan importante en cantidad como la negra africana.
Gannon era un sobreviviente de esa gente, cerrado de mente, malo de alma, llegó como presunto clérigo a Buenos Aires, un cura más o menos en la ciudad no le hacía mal a nadie. Era muy afecto a la bebida; eso sí, formaba parte de la red de espías del sanguinario dictador Rosas, es decir era un alcahuete de los tantos que pululan en los estanques totalitarios.
Camila O’ Gorman y Uladislao Gutiérrez lograron escapar de la ciudad puerto, se establecieron en Goya donde vivía un pariente suyo, Perichón, donde ejercieron de maestros durante varios meses.
Una noche nefasta, en que se realizaba una fiesta en homenaje al santo del Comandante de la Villa de Goya, Miguel Gannon que había llegado hacía unos días fue invitado a concurrir, se dirigía a Bella Vista. Observa a la pareja de enamorados que era buscada por su amo el sanguinario, amo del puerto, inmediatamente los denunció.
El Comandante no tuvo otra salida que detenerlos y sumariarlos conforme a derecho, inútiles fueron las negativas de identidad, Gannon no se rectificaba.
Cumplidos los requisitos legales, el gobernador Virasoro ordenó embarcar a los prófugos con destino hacia San Nicolás donde los esperaría Caranchillo González, otro asesino despiadado a las órdenes del déspota porteño con apellido de flor, pero ponzoña de yarará; de día canalla, de tarde criminal y de noche asesino Recibidos en San Nicolás fueron llevados en carretas cerradas hasta Buenos Aires para evitar que la gente se apiadara reclamando por la vida de los jóvenes.
Lo demás es sabido, ni bien llegaron fueron fusilados sin ningún tipo de defensa ni conmiseración. La maldad estaba hecha.
Cuando bautizaron al hijo por nacer, en un rapto de locura mística Camila se arrodilló, pidiéndole al buen dios que le permitiera vengarse del infame; el sacerdote que estaba con ella la confortaba, solicitándole que se retractara, ella insistía en su pedido.
Miguel Gannon recibió en la Villa de Goya la repulsa de sus habitantes, primero porque eran correntinos y segundo porque el colorado y rechoncho cura era un consumado rosista y repugnante ser humano. Nadie lo perdonó. Si por maldiciones se cierran puertas, a éste se le cerraron hasta las del cielo, probablemente encontrara entornadas las del infierno, hasta el diablo temía que le disputara el trono.
Pronto la autoridad dispuso que el despreciable clérigo se fuera de la Villa, nadie lo quería ver ni en estampitas. Casi huyendo salió con un guardia que no le dirigía la palabra ni contestaba las suyas. Así llegó a Bella Vista para hacerse cargo de la iglesia del lugar, donde se instaló.
Por generaciones, los antiguos pobladores transmitieron a los nuevos que Miguel Gannon sufría al caer el sol.
Los atardeceres eran para el borracho irlandés el peor de los castigos, se refugiaba en la iglesia, rezaba, pero no podía evitar que la melodiosa voz de María Camila O’ Gorman le susurrara el oído: “Asesino, ¿Te sientes contento? ¿No escuchas el llanto de mi bebé? Escucha…”, y se oía el llanto de un bebé… “Escucha, porque hasta el infierno lo harás”.
El aterrado sacerdote se agarraba la cabeza, pedía perdón, lloraba, gritaba. Volvía la figura cenicienta del espectro de Camila, se paraba ante él exhibiéndole la panza… “Esta es la que viste malnacido, sí ésta, donde estaba mi bebé y tú lo mataste como a mí”.
La escena se repetía día tras día. Al comienzo de este espectáculo de terror los vecinos acudían a la iglesia y no
podían creer lo que veían: el fantasma frente al rechoncho cura arrastrado, babeante, sucio, barbudo pidiendo perdón por cientos de santos que citaba de memoria.
Los testigos veían una vez, nunca más volvían, el julepe también les daba fuerte.
Otras veces, el chivato clerical se metía en su habitación colindante a la iglesia sobre el cementerio, Camila lo seguía, muchas veces seguida de otros espectros que curiosamente contemplaban la escena.
El terror y la locura fueron minando la cordura de Gannon. Hablaba solo por las calles, se mordía las uñas, de la higiene se había olvidado, las misas se suspendieron sin fecha de reanudación, se había convertido en una piltrafa, las madres escondían a sus hijos cuando aparecía el irlandés caú para todos.
Una noche de tormentas fuertes, en que el viento golpeaba ventanas y puertas, Gannon sintió un dolor en el pecho, trató de agarrarse con las manos de un banco de la iglesia, no pudo hacerlo. Sentada, lo observaba Camila acariciándose la panza, boqueando e implorando Gannon levantó una mano para volver a pedir perdón, no obtuvo respuesta, la gélida mirada del espíritu frente a sí lo fulminaba. “A ti te llevarán los diablos que tanto invocas”, expresó con la voz que proviene del más allá, imposible de describir. Gannon expiraba, una cantidad de espectros negros salieron del cementerio aledaño y lo tomaron consigo, gritaba, pero volaba como las brujas con sus escobas, la materia quedaba en el suelo, su alma partió para el averno. La cenicienta Camila despareció.
El cuerpo del cura fue enterrado en la tierra con una simple lápida: “Aquí yace Miguel Gannon…”
Tanto era el terror que tenía la gente, que ni siquiera le sacaron el anillo de oro colocado en el dedo, lo enterraron así, como lo encontraron, con la mueca de terror dibujada en la cara, nadie rezó por él. Cómo será que hasta los ladrones de tumbas del viejo cementerio no se animaban robar el anillo del cura buchón. Se dice que el espectro de una mujer grisácea suele estar frente a la tumba, seguramente por si revive, ella lo mete de nuevo dentro.
Hace no muchos años un poblador antiguo de Bella Vista me comentó que el cementerio fue presuntamente levantado, la casa del cura, destruida.
En la excavación para un nuevo edificio se encontró la lápida y el anillo del delator infame. Hoy los conservan como reliquia histórica, para que nadie olvide la crueldad humana.
Los nuevos habitantes del lugar ven las figuras de un hombre en el suelo y la de una mujer que habla, cuyo idioma no entienden o no escuchan, tranquilos no están, menos cuando se enteraron que estaban sobre el viejo cementerio. Mientras, la sombra de Camila O’ Gorman y su hijo/hija siguen rondando lugares comunes.