Por Eduardo Ledesma
Edición gráfica: Belén Da Costa
“Basta con caminar por las calles, entrar al barrio y ver cómo vive nuestra gente. Hay señales de pobreza material y también espiritual”, asegura el arzobispo de Corrientes, Andrés Stanovnik. Para él, una realidad innegable y señala que la “necesidad de poder” es peligrosa.
Monseñor Andrés fue el duodécimo entrevistado del ciclo Eduardo Ledesma Pregunta. Con él hablamos sobre la situación social del país y la provincia. La pobreza, la falta de trabajo, la degradación de las familias, la droga y la delincuencia. ¿Cuál es el trabajo de la Iglesia Católica en todo esto? ¿Qué dolores dejó la pandemia? ¿Cómo está de su propia enfermedad?
Además, como se acerca el tiempo de descanso de su tarea pastoral, nos adelantó cuál será su destino cuando deje el Arzobispado de Corrientes.
¿Cuál es su vínculo con el Papa Francisco? Sobre eso, también habló sobre su próximo viaje a Roma. Eso y más.
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¿Quién es Andrés Stanovnik?
En primer lugar, mi nombre es Andrés y me reconozco así, bautizado en la Iglesia católica, naturalmente. Soy obispo, servicio que me parece importante para la comunidad católica de la Arquidiócesis de Corrientes, pero a través de la comunidad católica también como servicio a toda la comunidad correntina. Soy hijo de inmigrantes eslovenos, orgulloso de poder ser bilingüe. No con el pesar de “entiendo pero no hablo”, porque gracias a Dios hablo los dos idiomas. El esloveno es mi lengua materna, porque mis padres son inmigrantes, los hijos nacimos acá.
¿Y con quién practica ese idioma?
Habitualmente no tengo con quién practicarlo. El domingo pasado estuve en Buenos Aires presidiendo una misa por un jubileo en el Centro Cultural Esloveno, de modo que ahí la predicación y todo el contacto con la gente evidentemente es en el idioma. Si no, recibo mucha literatura de Eslovenia y también de la comunidad eslovena acá en Argentina. Eso me permite por lo menos mantener el idioma.
A propósito de su origen, ¿cómo es la relación de la Iglesia con las comunidades inmigrantes?
Me parece excelente la pregunta, porque eso nos retrotrae a la primera evangelización. Es decir, el evangelio fue traído por los misioneros, entre otros por los franciscanos, dominicos, después los jesuitas, mercedarios, que vinieron junto con los conquistadores.
Los evangelizadores no vinieron para dominar las culturas nativas, sino para inculturar el evangelio. Los primeros que tradujeron la doctrina al idioma guaraní en nuestra región fueron los jesuitas. No sólo en lo que hace al idioma, sino también el respeto en el modo de administrarse la colectividad correntina en esos tiempos. Por eso respetaron el cabildo, integraron a los nativos en el gobierno. Eso es lo que hizo la Iglesia Católica en todo el mundo. No significa que lo hizo de una manera pura y perfecta. Viene mezclado. Pero por eso también está hace 2000 años y se expandió tanto. Esto es muy importante subrayarlo. Porque le da una universalidad que no creo que la tenga otro organismo en el mundo.
Parte de su formación fue con los Capuchinos. ¿Qué son?
En realidad somos franciscanos. Desde San Francisco para acá, hoy se estructuran tres grandes órdenes religiosas. Los tres nos llamamos técnicamente hermanos menores. Después hay hermanos menores conventuales, que son los más antiguos, digamos, que nos retroceden hacia la época de San Francisco. Después están los hermanos menores que no tienen ninguna otra denominación, que son los que están acá en San Francisco Solano, comúnmente conocidos como franciscanos. Y después estamos los hermanos menores capuchinos, que somos una reforma del 1500. Los tres tenemos la misma regla que la de San Francisco, aunque con constituciones diferentes.
¿Y es una vida contemplativa? ¿Una vida de estudio?
La vida capuchina históricamente es una vida sobre todo contemplativa y de predicación. De modo que es adentro pero con salida, digamos, para entendernos. Aun cuando después asumimos parroquias. En fin, respondimos a las necesidades de la iglesia.
Monseñor, usted está a punto de cumplir 17 años en el Arzobispado de Corrientes. ¿Cuál es la iglesia que encontró y cuál es la iglesia que vive hoy?
Qué buena pregunta. Hubo cambios importantes. Es decir, la iglesia está dentro de la cultura, de la historia concreta. De lo que llamamos realidad. Por lo que es muy cambiante, sobre todo, en esa expresión de cambio de época. Un cambio que no es reciente. Es decir, ya viene de unas cuantas décadas atrás, pero eso se viene percibiendo. Por ejemplo, cuando llegué acá, uno podía dejar la bicicleta en la puerta y nadie la tocaba. Eso era sólo 17 años atrás, hoy ya no. Hace 17 años atrás uno podía andar por la calle, por los barrios sin ningún problema, hoy no. ¿Qué pasó? Es decir, en esos aspectos de seguridad, en la convivencia ciudadana, retrocedimos. Y eso excede la seguridad propiamente. Entonces hubo un deterioro en la familia. La familia no logró -no todas- pero hay una acentuación, hay una señal de alarma en que la familia no logra contener a sus hijos. Los hijos se crían en la calle y con ausencia de valores.
Entonces, aparece en el ser humano el interés propio. Y las ganas de salir adelante inmediatamente. Desaparece el interés por el trabajo porque es más fácil arrebatar. Pero esta dinámica, del esfuerzo y el arrebato, no es solo de los pobres chicos que son víctimas. Sucede también en el político. El arrebato del poder y no el esfuerzo por tratar de ejercerlo al servicio de los demás.
Usted fue presidente de la Comisión de Laicos y Familia. ¿Qué se puede recuperar como para que la Iglesia pueda ayudar a satisfacer las demandas que tiene una familia y que por ahí no sabe cómo y por eso también se deteriora?
Sí, lo cierto es que tampoco nosotros tenemos la solución ahora. Nosotros estamos sorprendidos por los síntomas, alarmados. Tenemos propuestas. La propuesta de siempre. Lo que pasa es que hay que traducirla al lenguaje actual. Por eso la necesidad de reunirnos, de pensar, de un sínodo, de una asamblea diocesana para la cual nos estamos preparando. Y uno de los temas es la familia. El otro tema es el de los jóvenes. Porque nos preguntamos hoy, ante esta realidad que nos desbordó a todos, a la sociedad y a la Iglesia, cómo hacemos para proponerle a los jóvenes una solución en su lenguaje. La propuesta es que la mejor manera de humanizarse, si hablamos de pareja, es la pareja varón-mujer. Sin discriminar, pero entre una y otra, la Iglesia toda la vida, que se basa en definitiva en la creación, propone eso. Entonces hoy nos estamos preguntando a ver cómo hacer para llegar a los jóvenes con esta propuesta.
Usted también está a punto de cumplir 75 años, el año que viene va a suceder eso, en diciembre. Entonces, ¿qué es lo que le queda por hacer? ¿Qué le gustaría dejar? ¿O en qué está trabajando hasta llegar a ese punto?
Sí. Yo sigo trabajando y no pensando en ese punto. Sé que existe. Pero nosotros tenemos todo un programa pastoral. Estamos preparando esa asamblea a la que hice referencia antes y se la prepara con reuniones locales, regionales, se recoge todo el material de reflexión, se lo elabora, se lo vuelve a mandar a la comunidad. Es toda una tarea que tenemos. De modo que eso lo seguimos haciendo. Y todo lo que es el acompañamiento ordinario de las parroquias y de los organismos diocesanos. Dentro de los organismos diocesanos están las comunidades educativas. En fin, seguimos el camino normal. Cuando llegue el que me va a suceder retomará esto y verá también todo lo que falta.
Y cuando se jubile, ¿usted qué va a hacer? ¿Se va a quedar acá?
Como bien dijiste hace un momento, yo vengo de una orden religiosa. Es decir, no provengo de los curas, de una diócesis. De modo que toda mi vida, hasta que me hicieron obispo de Reconquista, 24 años atrás, yo viví en la orden. Además tuve responsabilidades importantes a nivel nacional e internacional. De modo que estoy identificado con ellos. Yo voy a volver a la orden como huésped. Ya no me puedo integrar como miembro con obligaciones y derechos. Pero me darán la posibilidad de convivir con ellos.
¿Y cómo están las vocaciones? ¿En Corrientes o en la región?
Hay una disminución importante. Nosotros acá en la Arquidiócesis estamos bastante bien. En este momento tenemos en la última etapa de la formación a 21 muchachos próximos a ser sacerdotes. Tenemos también cubiertas las necesidades de las parroquias, de las instituciones o los servicios sacerdotales que se necesitan. No sucede así en las otras diócesis: Goya, Santo Tomé, ni tampoco en Oberá. Posadas e Iguazú están un poquito mejor.
¿Y acá qué tenemos? ¿Cuántos curas están en actividad en las parroquias?
Hay uno por parroquia en todos los lugares. En algunos lugares hay dos, porque la parroquia es más grande o porque la persona que está a cargo es mayor entonces se loo ayuda.
¿Y cuántos sacerdotes hay?
Hay aproximadamente unos 85.
Usted tuvo que atravesar una enfermedad. En 2019 dijo: “Deseo compartir con ustedes la inesperada visita que recibí de la hermana enfermedad”. ¿Cómo está usted hoy con eso? ¿Qué podemos decir de ese tránsito?
Gracias por recordar esa frase. Es cierto, yo lo viví como la visita de la hermana enfermedad, lo que no significa que una hermana sea agradable. No es que cuando me enteré de esta situación oncológica que vivía, la llamé “hermana” inmediatamente. Hice un proceso interior. Ese proceso interior que uno debe hacer tiene que hacerlo ante una adversidad inevitable que uno enfrenta. Un modo sabio de enfrentarla es integrarla, ya que se presenta como compañera de vida. Eso a uno lo serena mucho. Es decir, es necesario perder el miedo ante la adversidad. El miedo es el peor consejero porque hasta físicamente uno pierde defensas que necesita para enfrentar las situaciones. Entonces, eso me ayudó mucho a serenarme y a disponerse interiormente.
¿Pero está controlada?
Controlada, sí. Me voy haciendo las revisiones periódicas.
Es un gusto saberlo. En aquel momento se vivieron tiempos de zozobra, porque después de eso nos encerramos con la pandemia y ese fue todo un tema también.
El mismo tema. Se trata de cómo enfrentar la adversidad y no enfrentarla con miedo, sino con los recursos interiores que tenemos. Evidentemente con los recursos de la medicina, de la ciencia.
¿Y qué recuerda usted de ese momento?
A partir de la pandemia incorporamos mucha tecnología y la seguimos utilizando. Pero me gustaría destacar que, por lo menos para mí, la experiencia más fuerte fue en el Hospital de Campaña cuando, con el capellán, el padre Miguel, entramos los dos a atender a los cerca de 70 internados que había en ese momento. Muchos de ellos en grave estado. Entre los dos recorrimos, visitamos a todos. Evidentemente había que tomar muchas precauciones. Pero lo hicimos, sobre todo, porque el cura está para atender al enfermo. Si es necesario correr riesgos, se corren. Algunos me decían, ¿cómo vas a ir ahí? Vos tenés morbilidades básicas. Mira, hay enfermeros, enfermeras, médicos que están permanentemente con ellos. Probablemente sea un lugar mucho más seguro que la calle o que un colectivo, contestaba.
Padre, hay dos tipos de pobreza. La pobreza como injusticia y la pobreza como austeridad, la que lleva uno cuando decide andar liviano de equipaje. ¿Cómo es lidiar con eso en una provincia donde por ahí prevalece la pobreza injusta?
Absolutamente, sí. No solo acá en la provincia, sino en todo el país. Injusta y muy dolorosa. Hay que ir a los barrios, hay que ver lo que pasa. Basta con ir y mirar, sin entrar a hablar con la gente, conocer un poco más. Basta con caminar por las calles, basta con ver la mugre en la que vive nuestra gente, en las calles, en las veredas. Eso es señal de una pobreza material y también espiritual. No les proporcionamos los recursos para que se humanicen, es decir, para que asuman a colaborar con proyectos para poder salir de esa situación. Con eso no quiero negar los esfuerzos que se están haciendo, una serie de cosas que se fueron haciendo y que mejoraron mucho nuestros barrios. Pero sigue habiendo una depresión de pobreza muy grande que se agravó en estos últimos meses.
No sólo con este gobierno, con las medidas que se fueron tomando, sino desde antes. Venimos con un índice de más del 40% de pobres en Argentina. Cuando mis padres llegaron, llegaron sin nada. Pero con el sueldo de dos obreros, al año compraron un lote. A los dos años construyeron lo básico para mudarse ahí, mientras alquilaban. Con dos sueldos, fíjense qué poder adquisitivo tenía en ese momento el salario de un obrero no cualificado. Y hoy dos salarios no sirven para pagar la canasta básica.
¿Qué es el trabajo? ¿Por qué necesitamos tanto?
El trabajo es propio del ser humano. Trabajar significa transformar. Trabajar es dignidad. Trabajar nos identifica con nuestro creador. Para poder mejorar el lugar que habitamos tenemos que hacer un esfuerzo y lo tenemos que hacer en conjunto. El que se queda sentado, en definitiva, se muere. El no trabajo es la muerte de la dignidad de la persona.
En este momento que estamos hablando la Iglesia también marcó esto de entregar los alimentos de Capital Humano.
Gracias a Dios esa comida que estaba parada ahí en esos galpones se empezó a distribuir. Eso significa también que el hambre que hay es real. De todos modos, hago esta reflexión. No tenemos que perder la esperanza. Nosotros tenemos que cuidar nuestra democracia porque no la tenemos asegurada. De modo que los políticos tienen una responsabilidad grande para poder llegar a cumplir un periodo democrático y poder pasar a otro periodo democrático. Vuelvo a decir, no lo tenemos asegurado. Tenemos tentaciones muy fuertes y enfermas de poder. Con la fantasía de que yo soy el que puedo resolver todo. Las cosas se resuelven en diálogo, aun cuando el diálogo cueste mantenerlo. No hay que renunciar al diálogo.
¿Qué le pasa a usted cuando una persona, en este caso es el Presidente de la Nación, se cree el enviado del cielo y asume esa posición mesiánica?
A mí sinceramente, me resulta una postura extraña. Me parece que nos haría bien a todos los argentinos si apareciera más humilde, no menos firme, sino más humilde, con menos protagonismo espectacular. Creo que no necesitamos eso que tenemos hoy, menos a nivel internacional.
Padre, usted sabe que este país es el más psicoanalizado del mundo. Pero la escucha, era una función que cumplían bien los curas y hoy no sé si tanto. ¿Es así o no?
Puede ser, sí. Nunca me lo puse a pensar en esos términos. Pero sí, yo creo que el avance de la ciencia, la psicología en concreto, la psiquiatría, la medicina, avanzó mucho y tiene respuestas interesantes para acompañar situaciones de daño en las personas en lo espiritual, psicológico y de daño afectivo. En otros tiempos, el cura reemplazaba mucho esas situaciones. La gente recurre menos al cura, eso es verdad, pero en segundo lugar, la ciencia nunca logra enderezar a la persona humana desde sus raíces más profundas. Ese es el papel del cura, que en definitiva consiste en ayudar a que la persona cultive su fe.
¿Qué significa cultivar la fe?
Cultivar su dimensión trascendente. Los cristianos católicos tenemos una revelación respecto a la dimensión trascendente de la persona. Otras religiones tienen otra. Pero es importante el cultivo de esa relación trascendente. Porque lo saca uno fuera de sí mismo y le ayuda a confiar. Cuando uno pierde esta confianza, la pierde en la otra persona, la pierde en el compañero, la pierde en el trabajo, la pierde en Dios, se enferma. Se enferma porque involuciona. El ser humano está hecho para abrirse y para tener compañeros en la vida. Eso es esencial. El que no la tiene se aísla y el aislamiento no es saludable.
Padre, usted tuvo vínculo con el Papa cuando era Bergoglio. ¿Y ahora cómo está su relación con él? ¿Qué cree de su papado y de la iglesia?
Yo lo voy a ver ahora a fines de junio. A fines de junio estoy viajando a Roma porque todavía soy miembro de un dicasterio romano. Son los organismos de la actividad romana que colaboran con el Papa. Este dicasterio es la Pontificia Comisión para América Latina. Hay una asamblea que se realiza cada dos o tres años. Yo mantengo el vínculo con él. No el mismo que cuando estaba acá, naturalmente. Pero, dos o tres veces por año le mando una notita, me la responde, con la respondida siempre brevemente y a mano. De modo que mantenemos una muy buena relación. Yo creo que es un gran Papa. Me gustaría que viniera.
¿Podemos pensar eso? ¿En su venida a la Argentina?
No sé si las condiciones físicas le permiten hacer ese viaje. Tanto se lo han pedido desde la Conferencia también, lo invitamos varias veces, desde la Conferencia Episcopal Argentina. Nos haría mucho bien si viniera, pero evidentemente depende de él.
De todas maneras, los viajes internacionales que hizo, realmente abrieron el mundo católico desde su función de Pastor Universal llegando a regiones donde nunca había llegado el Papa. Si él está discernido entre ir a esos lugares -porque son zonas marginales del mundo- o venir a la Argentina, apruebo que vaya a esos lugares. Pero a nosotros nos gustaría que viniera.