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La ausencia del presidente Kirchner en el funeral del Papa Juan Pablo II

Por El Litoral

Domingo, 10 de abril de 2005 a las 21:00
Alrededor de 200 mandatarios, jefes de Estado y personalidades de todo el mundo asistieron al sepelio de Juan Pablo II, no así el presidente argentino Néstor Kirchner.
Por Martín Hermida, de NA
Por impericia propia, por falta de una lectura política correcta o por la forma en que se fueron encadenando las circunstancias, al Gobierno se le abrió de pronto una grieta en el frente externo, esta vez por un tema en el cual pocos sospechaban que podrían surgir problemas: la muerte del Papa Juan Pablo II.
Es que la no presencia del presidente Néstor Kirchner en los funerales del Pontífice, realizados el último viernes en El Vaticano, generó un abanico inmenso de críticas, especulaciones e intrigas y abrió el juego para que, tanto de un lado del mostrador como del otro, se cruzaran acusaciones y chicanas de la más baja calaña.
Parece hasta irreverente que la muerte de un hombre que gravitó como pocos en la historia mundial del último cuarto de siglo y que además era el líder espiritual de más de mil millones de personas en todo el planeta sacudiera los instintos más bajos de la pelea política doméstica; pero en Argentina todo es posible.
El conflicto se dio en un escenario especial: hacía pocos días se habían comenzado a acallar un poco -sólo un poco- los ecos de la polémica que enfrentó al Gobierno con la Santa Sede por la pelea entre monseñor Antonio Baseotto y el ministro Ginés González García y por la posterior decisión del Ejecutivo de quitarle el aval al prelado como obispo castrense.
Con ese telón de fondo, y ante la muerte de un hombre que no sólo visitó dos veces la Argentina a lo largo de su Pontificado, sino que, además, en el inicio mismo de su reinado, jugó buena parte de su capital para detener una guerra inminente entre argentinos y chilenos (en 1979), el Presidente parece haber jugado mal sus cartas.
Guiándose por lo que dice la letra fría del protocolo -y quizá también por sus preferencias personales-, Kirchner decidió mandar a los funerales del Pontífice -esos mismos a los que fueron alrededor de 200 mandatarios, jefes de Estado y personalidades de todo el mundo- una delegación encabezada por su vicepresidente, Daniel Scioli, e integrada también por el canciller Rafael Bielsa y el secretario de Culto, Guillermo Oliveri.
¿Era “técnicamente” incorrecta la decisión? Seguramente que no. Y también seguramente en El Vaticano no habrán reparado demasiado si hasta allí había llegado el Presidente o el vicepresidente de la Argentina.
Lo que sí es claro que numerosos países (incluso los de esta parte del mundo, como Brasil, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica y los Estados Unidos) han enviado a sus presidentes. También es claro que la magnitud del personaje era especial, y eso debía ser leído por cualquier gobernante.
Cuando la oposición ya había aprovechado el resquicio para dar la dentellada y salir al ruedo a criticar al jefe de Estado, desde la Cancillería se ensayó una defensa con un comunicado en el cual se explicaba que Kirchner iría al Vaticano después, para asistir a la asunción del próximo Pontífice, y se destacó incluso que sería el primer caso de un mandatario argentino que estará en una ceremonia de esas características.
Claro que ante eso surgen, inevitables, los interrogantes: ¿Qué tiene que ver una cosa con la otra? ¿Se buscó con ese anuncio una suerte de “compensación” por no estar presente en los funerales de Juan Pablo II? ¿Se privilegió más una relación con un futuro “gobierno” de la Iglesia universal que con una conducción que dejó las riendas con la muerte del Pontífice polaco?.
Hay más datos: el Presidente no asistió tampoco a la multitudinaria Misa que el lunes último celebró en la Catedral metropolitana el arzobispo porteño y cardenal primado de la Argentina, Jorge Bergoglio, para despedir desde aquí, a la distancia, al Papa.
Allí hubo más de seis mil personas, muchas de las cuales desbordaron la calle Rivadavia como no pasaba desde hacía años, sólo para acercarse a brindarle su homenaje y reconocimiento al Pontífice más mediático de la historia de la Iglesia. Cuando la polémica seguía encendida, el propio Presidente atizó el fuego de la disputa de entrecasa.
Dijo, en la Casa Rosada, que en Argentina triunfó “esa maldita hipocresía de hacer las cosas que no se sienten” e hizo un llamado a los periodistas a que se dediquen “a las cosas serias”.
De sus palabras surgen otra vez dos interrogantes: Si habló de hacer cosas que no se sienten, ¿puede entenderse que no sentía para nada la necesidad de estar presente en El Vaticano para despedir los restos del Papa? Y si pidió que se hable de “cosas serias”, ¿significa que éste no es un tema “serio”?
Exactamente al revés lo entendieron otros Presidentes, como el brasileño Luiz Inacio “Lula” Da Silva, a quien muchos ponen en el rol de “líder” de Sudamérica. Aunque quizás se haya pasado de vueltas al impulsar públicamente como posible sucesor de Juan Pablo II a alguno de los cardenales de su país, en especial a su amigo, el arzobispo de San Pablo, Claudio Hummes.
Kirchner, tanto en la campaña como desde que fue elegido Presidente, no pisó El Vaticano, aunque el canciller Bielsa había estado allí preparando una eventual visita.
Habrá que ver cómo se tejen de ahora en más las relaciones con la futura conducción de la Iglesia a nivel mundial y con los delicados resortes del poder de la Curia romana.
Fuera de la polémica vaticana, al Gobierno le queda otro desafío más cercano: esta semana el jefe de Estado estará en Alemania, intentando recoger el apoyo de ese país (integrante del Grupo de los7) por el tema del canje de deuda.
Allí jugará varias fichas en su apuesta por salir definitivamente del default. Qué pasará con esa apuesta, es una incógnita.

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