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Mi nombre es Sapucai

El anfiteatro Cocomarola es caja de resonancia del chamamé y el sapucai a los cuatro vientos.

Por Arturo R. Rolla

Desde Boston (EE.UU.) especial para El Litoral.

Pocas cosas evocan nuestra correntinidad tanto como el hablar guaraní -aunque esté limitado a unas pocas palabras (¡angá!)-, el chamigo, los yacarés, el pombero, la Virgen de Itatí o la sensación angustiosa del “yehîi” y su pronunciación gutural adecuada que sólo un correntino la puede hacer (entre paréntesis no conozca ninguna otra lengua que tenga una palabra especifica para definir ese estremecimiento inconfortable de la uña arañando el pizarrón). Estos correntinos son los que nos separan del resto del país y nos unen culturamente. Respetando opiniones y patrioterismo, la lista de correntinidades puede ser más larga o más corta, pero creo y propongo que tal lista simpre debería incluir a nuestro sapucai (¡Pipu! o repetido en rerú peté ¡Pi-pi-pi-pi-pipu!).

El sapucai es un grito de nuestra alegría o de enojo, de triunfo y de rebeldía y fue el grito de guerra de los correntinos peleando en tantas batallas, algunas nuestras, otras ajenas. Sapucai en guaraní viene a significar sonido quemante, vibrante que manifiesta emociones muy intensas.

En sus épocas más populares había muchos tipos de sapucais que podían diferenciar claramente distintos sentimientos. Al terminar una doma o el bañado de alguna hacienda, para celebrar a algunos casamenteros, durante los esfuerzos de una yerra, o con el triunfo de alguna cuadrera, un sapucai estridente era lanzado por algún gaucho muy alegre o muy caúcho. Los años y nuestra europeización iniciada por Juan Torres de Vera y Aragón han ido achicando su variedad y frecuencia hasta el sapucai actual, enérgico y único, que ha quedado limitado a expresar nuestro entusiasmo explosivo más que nada en momentos chamameceros de alguna bailanta popular. O tal vez para enfervorizar los esfuerzos populistas de algún político local en mitines proselitistas.

Pensar que nuestro Taraguí tenía en sus épocas un diario por la calle Buenos Aires que se llamaba así, “Sapukay”, tal vez indicando una vena independiente y hasta teníamos una revista -creo que de artes- que se llamaba “Yerú Peté”, en un esfuerzo sofisticante de recordar a un Sapukay de origien más masificado.

El cantor Horacio Guaraní, hijo de un hachero correntino de “La Forestal”, hasta escribió un libro que se llamo “Sapucai” y todos conocemos la comparsa de ese nombre.

Yo más que nadie debía y debo tratar de conservar la importancia y correntinidad de nuestro sapucai. No solamente porque me fuera a vivir al extranjero y vivo esforzándome por mantener mi nacionalidad correntina, sino porque mi nombre es sapukai. Ante Dios y la ley mi nombre es Arturo Raúl -heredado de mi padre y su hermano fallecido- pero no bien había terminado yo de nacer que mi padre, en un de sus tantos esfuerzos localistas, decidió que mi sobrenombre debía ser un sapucai, -espero que de alegría- y me bautizó Pipu. No Pipo como los italianos - con lo que los “non-congnoscenti” me han confundido siempre- sino Pipu, así con “u” final, como en el sapukai. Y así crecí por la costanera y las calles correntinas, de siesta en siesta y de carnaval en carnaval, con mi sobrenombre de Pipu y con todo el mundo ignorando que yo fuera Arturo Raúl, excepto en la cédula y en los actos escolares.

Con mi orgullo de correntino (¡Vaya si lo tenemos!) asegurado y la satisfacción un tanto egoista de saber que era el único en Corrientes y en el resto del planeta que tenía el sobrenombre de Pipu, crecí atesorando íntimamante el hecho de que mi nombre fuera un sapucai, y para rematar, único.

Hasta este momento no he encontrado a ninguna otra persona con el nombre o sobrenombre de Pipu. Es más, hasta el día de hoy mi familia y los amigos de infancia me siguen llamando Pipu. No bien alguien me llama Arturo me doy cuenta que es un conocido más reciente, de los últimos cuarenta años. Uno de mis lemas preferidos que me empujaron por esos mundos y que hasta el día de hoy me lo repito es ¡Anímate a ser diferente!, que tiene mucho de la rebeldía clásica del correntino, ese “retobamiento” genético que nos caracteriza. Llamarme Pipu fue una de mis maneras de sentirme correntino y diferente.

Pero el tiempo y los viajes poco a poco me fueron mostrando que ni yo era tan único como me creía, ni el sapucai era tan exclusivamente correntino. Todo comenzó con uno de mis viajes por el Brasil cuando leí en algún diario o revista que el mundialmente famoso sambódromo de los carnavales cariocas se hacía en la Avenida del Marqués de Sapucaí.

Fijense que este nobre brasilero escribía su noble título con acento en la “i” final, indicando claramente el origen tupí guaraní del nombre. Esa “Passarela do samba de Río de Janeiro” de 700 metros de largo y con una historia inigualada de música y color mezclados con nombres de comparsas como Mangueira y Portela, había sido obra nada menos que del arquitecto más famoso que haya tenido el Brasil, Oscar Niemeyer. Inmediatamente me puse en campaña para conseguir más datos sobre este “tocayo” más noble y a cuanto brasilero conocí le pregunté quién había sido el Marqués de Sapucaí, tan rítmicamente honrado con la avenida del carnaval más popular de la tierra.

Hasta el día de hoy, con esa simplicidad del presente y esa amnesia del pasado tan brasileras, nadie me había podido dar datos de este misterioso Marqués. Pensaba que algún día algún historiador brasilero me iba a informar claramente de lo que esperaba hubiesen sido los esfuerzos heroicos por la libertad, las batallas peleadas y la lealtad hasta la muerte de mi “tocayo” del Brasil y deseando que no haya sido algún cortesano licencioso y adinerado que nunca hizo nada constructivo fuera de ser un miembro “conocido” de las cortes imperiales.

Recorriendo distintas partes del Brasil fui encontrando numerosos nombres geográficos con inconfundibles raíces guaraníes. Hasta en el nordeste, la playa de Itapuá en Bahía, tan bien cantada por Caymi, nos dice claramente de sus habitantes originales. Si bien el idioma guaraní -tupí guaraní- prácticamente ha desaparecido en el Brasil, las influencias guaraníticas no han quedado solamente en las zonas vecinas a Corrientes y Paraguay sino que llegan hasta los confines del norte. Piense que el extremo norte de su costa Atlántica, pegado a la Guayana francesa, es el estado de Amapá y que tiene como capital a Macapá. Y bajando por la costa encontramos a ciudades con nombres como Itapagé, Aracatí, Mossoró, Aracajú, Camacari y muchas otras claramente de raíces tupí guaraní. Y yo que que pensabe que, fuera del Paraguay, los correntinos eramos los únicos que teníamos herencia guaraníticas.

“El yacaré en su laguna se siente el dueño del mar”, es otro de los lemas que me repito cuando miro a la globalización del mundo actual con ojos de correntino.

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