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El grito desesperado del campo correntino: tomates a la basura y precios que se disparan

Entre un sentimiento de bronca, resignación y abandono, un productor goyano alzó la voz y dialogó con El Litoral sobre la situación que atraviesa su sector en el campo.

Martes, 29 de julio de 2025 a las 12:30

En el paraje "La Mora", sobre la ruta 116 y a unos 20 kilómetros de la ciudad de Goya, Corrientes, los pequeños productores hortícolas viven una situación límite. En plena zona rural, lejos del casco urbano, toneladas de tomates son descartadas cada día porque no encuentran compradores. El esfuerzo de meses termina en pérdida, en silencio y en bronca.

El Litoral dialogó con el Sr. Miguel Tomasella, productor goyano de tabaco y tomate, quien dijo que están en un momento de "gran desesperación" porque están tirando la producción a mansalva.

Hace más de 15 días que los verduleros del centro no van a buscar nada al campo. "Estamos tirando tomate, zapallito, pimiento, cherry... Todo se está perdiendo". A esto se suman, las condiciones intransitables de las rutas y la caída de los precios que hacen inviable sostener la actividad.

"Es muy triste llegar a este punto. Uno invierte toda una vida en la tierra. Somos trabajadores que conocemos el esfuerzo de sol a sol, la esperanza puesta en cada cosecha... para terminar enfrentando esta realidad tan injusta", sentenció con dolor.
 

Tirar comida en el campo mientras suben los precios en góndola

El relato pone al descubierto una contradicción que golpea tanto a quienes producen como a quienes consumen: mientras los productores tiran cajones de fruta fresca, el kilo de tomate puede costar entre 1.500 y hasta 6.000 pesos en verdulerías y supermercados.

"Yo produzco con mi familia, sin descanso, de diciembre a diciembre. Acá no existen las vacaciones. Pero hoy me quieren pagar mil o dos mil pesos por un cajón de 20 kilos, mientras en la ciudad venden el kilo a mil quinientos. ¿Dónde está el equilibrio?", se pregunta con indignación.

"No entiendo cómo un tomate perfecto, recién cosechado, vale tan poco en origen y termina costando una fortuna en una verdulería; ni hablar en un supermercado", agregó.

“Hoy estamos tirando nuestra producción y no entiendo por qué”, lamentó el productor.  Además, se preguntó: "¿Dónde está la falla en todo esto? Yo soy productor, lo único que sé hacer es plantar, cuidar la planta y esperar que dé su fruto. Después, todo lo que pasa con esa fruta ya escapa de mis manos. Pero te juro, no tiene sentido lo que vivimos”.

“Vas a una verdulería y encontras tomates caros, feos, machucados y no se explica cómo llegan así. Acá, en cambio, tenemos fruta fresca, de calidad, y la estamos tirando porque nadie quiere venir a buscarla. Cuando preguntas a los verduleros, te dicen que el tomate no vale nada y te quieren pagar mil o dos mil pesos por un cajón de 20 kilos, mientras ellos venden el kilo a $1.500. ¿Dónde está la lógica?”, se pregunta con indignación.

"Lo mismo ocurre con la hacienda de ganado.  Acá vienen y te pagan un precio muy bajo, y después, cuando esa carne llega a la góndola, el valor se dispara. Es una realidad que nadie explica y pocos quieren ver. Entiendo que el consumidor también tiene sus gastos, pero desde mi lugar de productor, sé que no podes recuperar lo invertido con un solo viaje de ventas. Nosotros nunca cubrimos los costos con una sola carga de tomates. Por eso estamos como estamos", expresa.

Miguel Tomasella expresa que están lejos del pueblo y son muchos los gastos que tienen que cubrir. "Tenemos que pensar en el transporte para ir a la ciudad. Y todo sale plata. Hoy todo está dolarizado. Los insumos cuestan, y varían en función de la demanda también. Y ahí nos planteamos todos los productores: ¿verdaderamente vale la pena invertir tiempo de vida en esto cuando del otro lado no hay apoyo ni respuestas?. Después de un momento de silencio, agrega con firmeza: "Somos argentinos, nacimos del campo y en él está nuestra verdadera riqueza."

"Yo quiero que la ciudadanía se pregunte: ¿Dónde se producen los alimentos?. Y, en definitiva, es en el campo. De acá se saca la comida como la batata, la mandioca y el zapallo", interpela Miguel.

"Nos sentimos completamente abandonados. Carecemos de apoyo. Solo quien trabaja la tierra entiende realmente lo que implica afrontar los costos y sostener una estructura como un tendalero", expresó.
 

El rol del intermediario: el gran ausente del debate

Uno de los focos del malestar es el intermediario. Según el productor, "ellos ganan más que todos". Mientras el campo invierte y arriesga durante meses, el que compra y revende en la ciudad multiplica el precio sin contemplaciones.

"¿Por qué no hacen una oferta directa al consumidor? Un cajón de 20 kilos a 5.000 pesos. Que a mí me paguen 2.500 y ellos ganen lo mismo. Pero no, quieren pagar mil pesos y después lo venden por 30.000. Y encima, el consumidor termina enojado con nosotros", dice dolido.

Un paraje olvidado

Miguel Tomasella, pequeño productor hortícola del Paraje "La Mora", ruta 116  a 20 kilómetros de la ciudad de Goya, alza la voz con una claridad que duele y moviliza. En diálogo con El Litoral, dejó en evidencia la dura realidad que atraviesan miles de agricultores: el abandono, la invisibilidad y el desamparo estructural.

“Pese a todo, la dignidad no se negocia”, dice con firmeza. “Yo no quiero limosnas, no quiero que me regalen nada. Solo quiero que me paguen lo justo por lo que produzco. Porque así, simplemente, no se puede vivir. Siento bronca, impotencia... pero seguimos adelante. Lo único que pido es salud, nada más, salud para poder seguir trabajando con mis manos esta tierra que tanto amo y no seguir tirando mi cosecha”, expresó.

En su relato hay más que un reclamo individual: hay una radiografía del campo argentino que resiste. Junto a su esposa, Miguel reflexiona a diario sobre la fragilidad de su actividad. “Nosotros producimos algo que se pudre, imaginate. El tomate no es como la ropa, que la guardas y la vendes cuando podes. Cuando llega su tiempo, hay que cosechar y vender. Si no lo haces en ese momento, perdes todo. A veces decimos, en broma, que deberíamos producir algo que no se eche a perder… pero no es un chiste. Es la desesperación”, cuenta.

La falta de precios justos y las intermediaciones que no son claras son parte de una cadena que se rompe por el eslabón más débil: quienes cultivan la tierra.

“Yo siempre le digo a la gente: es como si vos no cobraras tu sueldo. Y cada vez, te pagaran menos. Es como si tu trabajo no tuviera valor. Eso es lo que sentimos muchos de nosotros”, reflexiona con crudeza.

La situación también tiene una dimensión generacional. “Fijate que gente joven ya no queda más en el campo. Es una lástima, pero también una realidad. ¿Quién va a querer quedarse si lo único que encuentra es pérdida?”, se pregunta.

El testimonio de Miguel no es aislado. Es la voz de un país profundo que sostiene con sus manos la soberanía alimentaria, pero que pocas veces es escuchado. Su reclamo es claro: trabajo digno, precios justos y reconocimiento. Porque, como él mismo dice, “uno tiene que sentirse digno al cosechar su tierra, no es regalo, es trabajo justo que tiene que ser retribuido, pero sobre todo es amor  por la tierra".

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