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La pobreza no siempre es sinónimo de delincuencia

Por El Litoral

Viernes, 20 de agosto de 2010 a las 21:00
Por Jorge Carlos Brinsek (*)

La revelación de las escuchas telefónicas entre los involucrados por la feroz salidera bancaria ocurrida días atrás en La Plata, donde una joven señora embarazada recibió un balazo que mató a su bebé, deja a las claras que la banda que perpetró el hecho responde a una sólida organización delictiva, con acceso a costosos abogados y un solvente conocimiento de la legislación penal.
También está claro que el 95 por ciento de los involucrados en estos gravísimos episodios tiene antecedentes penales, en no pocos casos por homicidio, y gozan de dudosas como discutibles excarcelaciones.
Prácticamente la mitad de los argentinos vive en condiciones de pobreza. Son millones y millones de personas. Pero la masa delictiva activa no supera los diez mil malvivientes en todo el país. Es cierto ­como se ha escrito en esta columna- que hay un millón de adolescentes que no trabaja ni estudia y a los que poco le importa de su propia vida como para tener conciencia de la del que tienen ocasionalmente enfrente, pero también lo es que el grueso de los atracos de resonancia son cometidos por delincuentes que saben lo que hacen y no en todos los casos actúan por efectos de estimulan-tes.
Hay un dato preocupante. En los últimos meses se han reiterado preocupantes asaltos a las armerías de unidades militares donde grupos organizados se han apropiado de fusiles automáticos, municiones y ametralladoras. Esas armas van a parar al mercado delictivo, suelen alquilarse para determinados “trabajos”. Con un fusil automático (FAL) calibre 7,62 milímetros es posible asaltar un blindado. Los delincuentes actúan por rachas. Por ahora son las “salideras” pero en cualquier momento cambian el objetivo al descubrir otra operatoria más rentable si esta comienza a volverse complicada.
Así son los malvivientes. Siempre se actualizan y actúan en función de las circunstancias amparados por un sistema procesal penal con muchos agujeros y hendijas que los abogados penalistas de los delincuentes y en no pocos casos el excesivo garantismo de algunos magistrados aprovechan diligentemente.
La lucha contra el delito, para tener éxito, no debe acotarse a la neutralización o captura del ejecutor de los ilícitos. Los manuales militares señalan que por ca-da soldado que combate en un frente de batalla hay entre 4 y 10 -según las circunstancias, estilos y modalidades- que trabajan logísticamente para apoyarlo, desde su vestimenta, armamento, alimentos, asistencia médica, transporte, comunicaciones, etc.
De ahí que para ganar una guerra lo más importante no es destruir al soldado en el frente sino sus fuentes de abastecimiento en la retaguardia. Con el delito pasa lo mismo. El verdadero enemigo, el verdadero problema, está en todo el soberbio aparato criminal montado, como la estructura de un iceberg, en torno al maleante, que solo es la punta de esa roca maciza tan letal como encubierta.
Un menor que sale a delinquir ­y al que no se puede condenar ni siquiera encarcelar- poco podría hacer si no hay un mayor que lo aliente, le compre lo robado, o le provea droga. El día que todos esos mayores vayan a la cárcel sin derecho a libertad condicional y afronten condenas como partícipes principales de un crimen, y no como meros y circunstanciales encubridores, ese día pueden comenzar a cambiar las cosas.
No es algo difícil. Lo difícil es tener la voluntad política de hacerlo, en particular cuando es el crimen en el que no pocas veces financia campañas políticas, compra voluntades y apuesta a que todo siga de mal en peor para obtener mejores ganancias en el río revuelto que provocan estas situaciones cada vez más incontrolables.

(*) Director de Productora de Servicios Periodísticos SA (www.prosep.com.ar)

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