Cabizbajo, a paso corto, de a ratos apurado con el látigo pa-ra alcanzar un trotecito parejo, el noble animal viaja rumbo al centro, por Maipú desde Alta Gracia, donde vive. Manuel y Juanjo son dos hermanos que por turno se encargan de tomar las riendas, a las 8 ya están en la calle y así siguen el itinerario de su cirujeo. Lo que para algunos es considerada basura, para ellos puede significar el ingreso de unos pesos para el sustento diario. Cartones, botellas, algo de comida en buen estado, se recoge en el carro. “Negro” en tanto, espera sin resguardo, bajo el sol que pega fuerte en verano o la impiedad de la lluvia en el invierno.
“Es sanito”, dice Manuel y acaricia su lomo con cariño. “Tiene todas las vacunas, le gusta estar en el fondo de casa, donde hay un terreno con buen pasto, come pan, zanahorias y batatas, a las diez de la noche ya está durmiendo, sabe que al otro día debe trabajar”.
Hay muchos caballitos como “Negro”, animales de carga que necesariamente tienen que cumplir con esa obligación. “Se esfuerza mucho, pero de esto vivimos”, repite Manuel, como si le pesaran las palabras.
Sin paseo para la niñez y la adolescencia de la mayoría de los conductores de los carros que proliferan en la ciudad, la crítica generalizada apunta a esta problemática social que indirectamente hace centro en los indefensos equinos. La costumbre los vuelve sumisos, de andar cansino y con temores que la raza humana no quiere comprender. Es que la comprensión se ha dejado de lado y se ponen orejeras a la realidad, porque la denuncia muchas veces revierte en complicidad.
Por eso amigos lectores, cuando vean pasar a “Negro” y a otros como él, tengan en cuenta que:
-Es interesante observar cómo la imaginación de los hombres hace que un caballo arrastre un carro prescindiendo de los arreos adecuados para no lastimarlo. Por el contrario, se usan alambres, trapos, sogas y cables para sujetar los cueros rotos, que en el animal provocan úlceras, peladuras y heridas y consecuentes infecciones.
-Un caballo como los que vemos tirando de los carros, pesa entre 350 y 450 kg. La mayoría de este peso está sostenido por sus delgadas patas. Éstas son por lo tanto extremadamente fuertes debido a la perfecta combinación de músculos y tendones que poseen. Una mínima falla en la delicada mecánica de sus extremidades implica a la corta o a la larga, el deterioro del animal, pasando antes por dolorosos procesos que terminan en renguera o manquera. Es muy común ver animales mancos tirando carros de cartoneros.
-El caballo percibe sonidos inaudibles para nosotros. Su oído es extremadamente sensible: mientras que los humanos percibimos sonidos de alrededor de 20.000 ciclos por segundo, los caballos perciben sonidos de hasta 25.000. Además sus orejas pueden rotar 180 grados, apuntando con precisión hacia el lugar desde donde proviene el sonido. Pero para un caballo atado a un carro con un megáfono a todo volumen detrás de él, es imposible liberarse de este tormento continuo.
-Cuando un caballo arrastra silenciosamente un carro por el asfalto, seguramente no tiene herraduras. O bien faltan en algunas de sus patas. El caballo en este estado puede derivar en una grave infección, debido a que la pezuña se desgasta con el asfalto y se parte: el vaso se agrieta y se abre hasta llegar a la carne que está dentro del vaso y por consiguiente se infecta, obviamente con un insoportable dolor.
Pero ante el dolor los caballos no gritan, sino que hacen se-ñales con su cuerpo: levantan la pata herida o, ante el acoso del látigo, se las arreglan como pueden y siguen trabajando hasta que desfallecen. Además estando sin herraduras, las piedras se incrustan en la palma del vaso, (donde no existe la pezuña) provocando heridas cortantes.
-La comida es el “combustible” que los pone en actividad para soportar el trajín diario. El alimento casi siempre es es-caso, la pastura no los sacia y deben buscar en los deshechos, masticar bolsas de plástico con algún sabor, el perjuicio re-sulta terrible.
-En este binomio carro-animal hay dos tipos de damnificados: los conductores, víctimas de la ignorancia y de la pobreza, y los caballos, víctimas de los anteriores y de las leyes que no existen, no se cumplen o no se hacen cumplir.
“Si el perro es el mejor amigo del hombre, al caballo bien se lo podría definir como el mejor esclavo del hombre. Durante milenios los caballos han sido ensillados, montados, espoleados y castigados. Han sido conducidos sin piedad por sangrientos campos de batalla donde fueron mutilados y destrozados.
Durante centenares de años han tenido que arrastrar pesadas cargas al servicio de la ambición humana para ser premiados en la vejez con un viaje al matadero.
La interminable explotación del caballo por el hombre se ha debido al sorprendente deseo del animal de colaborar con sus compañeros humanos y de hacer todo lo posible por complacernos. Al caballo le ha salido muy caro ser generoso.” (Del libro “Guía para comprender a los caballos”, de Desmond Morris).
Moni Munilla