“Quería conocer México, pero jamás imaginé que lo haría arriba de un barco cuyo sistema eléctrico me ocupé de montar”, dice señalando el río Paraná. Cerca de la costa, enfundado en un mameluco gris, “Mingo” trabaja como supervisor de mantenimiento de la empresa Astilleros Corrientes.
Este hombre de fuerte contextura física, que fue boxeador en su juventud, que ganó 14 peleas por K.O. y en la última, para clasificar en el campeonato amateur “Guante de oro”, perdió por puntos con Ricardo Arce (luego campeón argentino), hizo “contacto” con una profesión que se cruzó de vereda para tentar su interés. Así se convirtió en electricista, luego de recibirse de técnico textil en la Escuela Técnica de la fábrica Tipoití, donde trabajaba su padre y donde el contrato estuvo asegurado para los primeros pesos en el bolsillo.
“A la Tipoití entré en el ’65 como estudiante y salí en el ’79 como técnico. Ese mismo año comencé a trabajar en Astilleros Corrientes”, cuenta desde ese lugar. A pesar de la brisa mañanera, el sol calienta a fuego las chapas de la barcaza que un grupo de operarios está reparando a seco y que él en su función, debe cuidar de proveer los elementos necesarios para que la tarea se cumpla y sea apto el resultado, ya que tienen que pasar rigorosos controles antes de volver a las aguas por más viajes con sus pesadas cargas.
“Entré como oficial electricista de la parte naval, vine por el aviso y quedé, el director era Ezequiel Gutnisky y la empresa estaba en un punto óptimo de producción. Se construían barcos y a mi me tocó intervenir en la parte eléctrica. El primer barco a mi cargo fue El entrerriano, luego el petrolero 470, construido totalmente en Astilleros y su gemelo, el 471, allí ya como capataz, con más de diez electricistas a mi cargo. Cada uno demandó un año y dos meses de construcción con sus respectivas pruebas hasta la entrega a Vías Navegables de Buenos Aires.
Pasé a la construcción de dos trasbordadores de granos, hice las conexiones del tablero principal y luego realicé idéntica tarea al construir a nuevo el Samuel Gutnisky, un remolcador de em-puje que va y viene desde el año 1980. Una vez terminado el Samuel, se comenzó el Alicia Gutnisky, ambos en actividad a la fecha”, resume.
Para tener una idea de qué estamos hablando, el remolcador de la charla tiene 44,60 metros de eslora (largo), 12 metros de manga (ancho), potencia de empuje de 4.000 HP para llevar hasta 22 barcazas y cada una transporta 1.700 toneladas en granos o piedras. El recorrido es generalmente de Corumbá (Brasil) a San Nicolás (Buenos Aires), unos 3.000 kilómetros que con el cargamento de piedras se hace en 15 días como máximo. Los granos van de Asunción del Paraguay a Palmira (Uruguay), 1.800 kilómetros en 10 días. El servicio eléctrico, que es el corazón de los remolcadores, tiene que estar con la “tensión” ajustada y aquí interviene “Mingo”.
A principios del ‘80, el desafío vino con la construcción de dos plataformas petroleras requeridas desde los Estados Unidos. La primera se construyó en un año y cuatro meses y en la segunda, que se comenzó en 1982, intervino Giménez a cargo de la parte eléctrica, como jefe de un plantel de 20 correntinos y unos 15 de Buenos Aires. “Con los planos que entregaba el departamento de ingeniería, entramos en acción, 12 horas continuas de trabajo. La mayor satisfacción fue que las pruebas salieron bien. Cada plataforma tenía 3 generadores y cada generador una potencia de 1.000 Kw, como para iluminar una pequeña ciudad”, sigue.
El sueño del pibe, vino con la construcción del barco petrolero 157, que se hizo desde cero en el astillero, se involucró a 150 electricistas, se terminó en 1994 y “Mingo” fue a entregarlo a México. “Fui en la proa como garantía de la empresa, 24 días demandó el viaje, allá estuve 15 días y hasta nos tocó la cola del huracán Roxana. El barco quedó parado hasta el ‘97 que volví a viajar, de México a Nueva Orleáns, lo compraron unos hindúes y yo estuve presente en las inspecciones de la primera car-ga. De tanto escuchar hablar en inglés, aprendí el idioma, me defendí bastante bien”, recuerda.
Por las aguas del destino, surcando los ríos Paraná, Paraguay, Uruguay y el Océano Atlántico, “Mingo” conoció Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay. Ese destino es esquivo en estos momentos para la producción de entonces, en la empresa que tuvo su época floreciente. La gente como Domingo Giménez, defiende su fuerza laboral y confía en el estímulo para remontar y recuperar la movida de los años ‘80.
Como escribió Albérico Mansilla a su viejo río, “Quien fuera como las aguas tranquilas del Paraná/ que no conserva las huellas de los navíos/ y así las penas del alma poder borrar”.
Moni Munilla