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El carnaval y sus rituales

Por El Litoral

Martes, 29 de enero de 2013 a las 01:00
Por Stella Maris Folguerá
Especial para El Litoral

El Carnaval, con denominación diversa y características distintas, aparece en todas las épocas y culturas más dispares. Es la fiesta por antonomasia, popular y espontánea que, como simbolismo general, representa cierta alteración del orden que organiza la sociedad durante el año, en la que las jerarquías y los roles se confunden. Como tal, ha encontrado la forma de sobrevivir a una larga historia de límites y prohibiciones. 
En nuestro país es especialmente fuerte en el interior, donde adquirió características propias que identifican  a cada región y a cada ciudad.
No obstante, y después de muchos años de lenta extinción por asfixia, el carnaval porteño en este momento ha tomado la punta, en principio, en la modernidad de su legislación tendiente a revitalizarla. 
En nuestra ciudad, durante un largo tiempo, según comentó el Profesor Marcelo Fernández en la presentación de su libro sobre la historia del Carnaval en Corrientes,  su existencia se remonta, al menos en lo registrado, al S XVIII, asociada a los Corsos, -rememorando las tradiciones europeas con aquellos desfiles de "carros ornamentados y grupos de comparsas"-  a los bailes "de fantasía" en salones aristocráticos y "de mascaritas" en los patios populares, y al juego con agua. 
En algunos lugares de nuestra vasta geografía y variadas culturas originales, el carnaval se asocia a los ritos precolombinos propiciatorios de las cosechas y el culto a las deidades de la tierra que se realizaban mucho antes de que se denominara como tal a esta fiesta. El "jugar con agua" en carnaval se origina,  según afirman los historiadores y sociólogos del Carnaval, en las rogativas por lluvia que formaban parte del ceremonial de las religiones mistéricas agrarias de la más remota antigüedad. El relato del culto a Baal -dentro de la religión agraria que practicaban los fenicios y cartagineses- es el más claro referente de esta versión.  
En dramática rogativa al dios Baal -dios de la lluvia, el sol y la fertilidad-  los fenicios y los cartaginenses o tirios, cantaban implorando piedad en tiempos de sequía, pidiendo que les enviara la lluvia bienhechora. Este rito fue tomado por los romanos de los cartagineses cuando en el año 146 antes de Cristo, Roma derrotó a Cartago. El mito pasó a las leyendas griegas en las advocaciones de Artemisa y a las romanas como Saturno o, a veces, Júpiter o Venus.
También se le atribuye nacimiento en  una intención purificadora, tal como ocurre en ceremonias bautismales y de exorcismo, en las que el agua cobra poderes de desencantamiento o prodigios mágicos y esto se apoya en la interpretación del Carnaval como  preparatorio para un posterior tiempo de recogimiento y abstinencia purgatorios. Aunque es un concepto que venía como anillo al dedo al cristianismo y sus preceptos, en verdad ya en la antigüedad clásica se utilizaban pilas con agua y ramos de olivo para purificar a los visitantes. En antiquísimas referencias europeas, el agua  figura como una manera destacada de celebrar el carnaval. 
Se cuenta en las historias del Carnaval porteño que Rosas, el mejor jinete de su tiempo, no dejaba nunca de mostrar sus habilidades en Carnaval. Solía llegar al galope frente a las casas de algunas bellezas porteñas, sofrenaba el caballo hasta ponerlo en dos patas y mientras lo hacía girar por completo en su posición, arrojaba a los balcones no agua sino flores. Sabemos que además de buen jinete, era mujeriego. Entre otras cosas.
                                                                   

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