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¿Ofensa o elogio?

Por El Litoral

Viernes, 04 de octubre de 2013 a las 01:00
POR JUAN CARLOS RAFFO

Dice el diccionario, “sátrapa: persona ladina y que sabe actuar con astucia”. Para iniciar la etapa de nexo entre dos gestiones de un mismo titular las expresiones vienen subidas de tono y poco claras. Un diputado opositor lo califica al gobernador reelecto de “sátrapa”. Y nos debemos preguntar, al profundizar en la etimología de la palabra, si le profirió una ofensa o un elogio.
El primer uso a gran escala de las satrapías, o provincias, data de la concepción del primer Imperio persa bajo Ciro II el Grande, alrededor del año 530 a.C. No obstante, las satrapías se originaron durante la época de los medos, al menos desde el año 648 a. C.
Hasta la época de la conquista de Media por Ciro el Grande, los emperadores medos gobernaban sus territorios conquistados como provincias, a través de reyes y gobernadores vasallos. Como en la cultura persa el concepto de dignidad real era inseparable del concepto de divinidad, los veinte sátrapas establecidos por Ciro nunca fueron reyes, sino virreyes que gobernaban en nombre del rey, aunque en realidad muchos se excedieron en sus atribuciones políticas.
Los sátrapas eran elegidos directamente por el rey, generalmente entre miembros de la nobleza. Ejercían el poder judicial y administrativo, cobraban los impuestos (Inscripción de Behistún), se encargaban del orden público y de reclutar y mantener el ejército. El propio Darío I se encargaba de su supervisión y control para evitar que se excedieran en sus funciones.
Cambises, el predecesor de Darío I, desconfiando respecto a la lealtad de algunos gobernadores, situó un secretario al lado de cada sátrapa, para vigilar sus actos, y organizó un grupo de funcionarios conocidos como los “ojos y oídos del rey”, que recorrían el imperio para valorar sobre el terreno la situación y emitir un informe. A pesar de estos controles, cuando se producía un acto de sedición, la rápida intervención del ejército facilitada por la red viaria de comunicaciones, acababa con el peligro antes de que el movimiento provocara el levantamiento de otras regiones por motivos semejantes.
El sátrapa se encargaba del cobro de los impuestos, controlaba a los oficiales locales y a las tribus y ciudades vasallas, y era el juez supremo de la provincia, ante el cual cada criminal debía ser llevado para ser juzgado. También era el responsable de la seguridad de los caminos, y tenía que eliminar a los forajidos y rebeldes. Para cumplir con sus funciones contaba con la ayuda de un consejo de persas, y era controlado por el secretario real y los emisarios del rey, en especial por el funcionario “ojos y oídos del rey”, quien hacía una inspección anual y ejercía un control permanente.
La administración por medio de satrapías y el título de sátrapa en sí fueron preservados, incluso para funcionarios greco-macedonios, por Alejandro Magno, quien conquistó el Imperio persa e incluso lo amplió, y por sus sucesores, los Diádocos (y sus dinastías) quienes lo dividieron, en especial en el Imperio seléucida, donde el sátrapa era generalmente designado como strategos; pero sus provincias eran mucho más pequeñas que las que mantenían los persas.

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