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El valor de la disciplina

Por El Litoral

Martes, 31 de enero de 2017 a las 01:00


Por Leticia Oraisón de Turpín (*)

Cuando hablamos de disciplina muchas veces se la mal interpreta asociándola a medidas restrictivas y compulsivas sobre el comportamiento de las personas. Nada más lejos de la realidad, ya que la disciplina debe asociarse al orden y a la armonía de las relaciones humanas.
Cuando visualizamos un ambiente disciplinado, encontramos estabilidad, orden, alegría y paz, porque donde hay disciplina hay paz, tranquilidad y previsibilidad. Nos damos cuenta y sabemos que no habrá descontrol, ni sorpresivos exabruptos.
En cambio la indisciplina origina desasosiego, intranquilidad, desconcierto, perturbación.
La disciplina tanto escolar como familiar, se hace necesaria para ir aprendiendo las indispensables actitudes para la mejor adaptación social y laboral.
Esa necesaria educación de la persona que comienza en la casa, debe proseguir y proyectarse también en la escuela, para ir favoreciendo el normal y armónico crecimiento del ser humano.
El niño que no conoce los límites y las reglas de convivencia, no se adaptará al tejido social y no encontrará ni felicidad ni satisfacción en la tarea que le toque realizar.
Todos, padres y educadores, tenemos que favorecer el conocimiento, la aceptación y la implementación (o aplicación) de las reglas disciplinarias. Estas deberán ser inteligentemente aplicadas y vividas, tanto en casa como en las instituciones educativas, como talleres de aprendizaje de lo que será vivido en la sociedad toda.
Los inadaptados sociales, esos que desestabilizan el orden, las reglas de convivencia, que alteran las relaciones humanas y las lastiman, son personas que no conocieron ni vivieron el orden y la disciplina.
Cuando más aprendamos a respetar a los demás (“Amarás a tu prójimo como a ti mismo”) en mejores condiciones estaremos de convivir en concordia, en paz y en justicia.
Lamentablemente por confusión de ideas y conceptos primarios, muchas veces se desecha la disciplina en pos de una democracia mal entendida, que nos hace creer que nuestros deseos, necesidades, caprichos o vanidades están en paridad con los derechos de los demás.
Hay derechos, pero también obligaciones (de las que nos olvidamos muy frecuentemente) y la compatibilización de esas dos premisas hacen posible la paz social, paz social que sólo se alcanza con una buena educación en la disciplina.
Pero, si bien la familia y la escuela nunca son ajenas al rol formador, no son las únicas responsables de enseñar el respeto a las normas. Las fallas de una sociedad en la cual crecen los actos de desorden y desobediencia, a la ley afectan, cuando no  destruyen el trabajo educativo de estas dos instituciones. Allí entonces, en el desconcierto social, entra el rol del Estado que es quién debe arbitrar los medios para lograr componer los elementos del orden comunitario, siempre sobre el acuerdo de que las normas fueron hechas para ser cumplidas.
(*) Orientadora Familiar.

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