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La fama calma el dolor

A veces las alegrías calman los dolores en un santiamén, como tomarse una aspirina. Pero las alegrías pueden mucho más porque se aferran con fe y no a una dosis.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Había un famoso calmante popular, Aspirina, que se convirtió en aquelarre de todo acontecimiento social y deportivo, cuyo texto convertido en exitoso jingle publicitario fue extraído de estrofas de la milonga “Venga de donde venga”, compuesta por Antonio Sureda, música, y la letra de su hermano Guillermo Sureda. En cada transmisión radial de entonces, estridente, sonoro, movilizador, el mensaje cobraba cuerpo y se convertía en idioma cotidiano que el país cantaba: “Venga del aire o del sol,/ del vino o de la cerveza,/ cualquier dolor de cabeza ¡ja! ¡ja!/ Lo quita con un Geniol”.

Cualquier similitud con lo que voy a contar es pura coincidencia, pero que Tita la calmó fue tan cierto, mucho más efectiva que la popular aspirina.

En este caso de alusión al calmante de dolores, me tocó ser partícipe de un hecho inesperado; fue la fama de una estrella quien calmó a mi madre recién operada de su cadera, y no la aspirina. Internada en el prestigioso Instituto Favaloro, de avenida Belgrano y Entre Ríos de la Capital Federal, y alojada en el séptimo piso, a poco de salir de cirugía el dolor era tan alto que el “ay” también se hizo oír a pesar de los calmantes. No sabía cómo tranquilizarla, inquieto y preocupado salí un instante de la habitación y me puse a cavilar precisamente en el marco de la puerta entreabierta. Instalado allí, veo sin querer por la abertura del lado de las bisagras que sostienen a la puerta de la habitación contigua, una imagen que no olvidaré. Una mujer sentada de espaldas en camisón en el borde de la cama, se cepillaba su larga cabellera blanca. Cuando giró la cabeza y quedó de perfil, la reconocí: era la maravillosa Tita Merello, la gran actriz nacional, que pasaba sus últimos años por gentileza de ese gran amigo, director del famoso Instituto, el doctor René Gerónimo Favaloro. No tuve mejor idea que decirle a mi madre adolorida y quejumbrosa: a que no sabés quién está al lado de tu habitación; Tita Merello. Fue mágico e instantáneo. Se calmó y se alegró porque su estrella favorita, la incomparable Tita, se encontraba tan sólo a metros de ella.

Días posteriores, descansado en planta baja, vi cruzar a una figura reducida con el paso de los años, el otro gran amigo de Tita Merello, Ben Molar, quien iba a visitarla, tan conocido y popular como ella.

Tenía razón mi madre de calmarse, sabiendo que Tita Merello estaba muy cerca. Su trayectoria por el espectáculo popular fue creciente y abundante de éxitos; si bien hizo teatro, fue el cine el medio con el cual el país lloraba y se reía, y se complacía con sus tangos tan especiales, conmovedores y contundentes. Su nombre completo era Ana Laura Merello, y había nacido en San Telmo. El género dramático fue su fuerte, pero la película que la tuvo en el gran elenco de estrellas fue la primera producción cinematográfica argentina sonora, “Tango”, dirigida por Luis José Moglia Barth en 1933, donde ya su canto tenía algo particular, muy de Tita, calle, cintura. Filmó más de 30 películas, todas grandes sucesos, con títulos muy recordados: “Filomena Marturano” dirigida por Luis Mottura, “Arrabalera” de Tulio Demicheli, “Los isleros”, “Guacho”, “Mercado de abasto” dirigidas por Lucas Demare, “Pasó en mi barrio” de Mario Soffici, “Amorina” de Hugo del Carril, etc. Resulta imposible olvidar cuando entonaba esa obra de Francisco Canaro e Ivo Pelay: “Se dice de mí/ Se dice de mí/ Se dice que soy fiera/ Que camino a lo malevo/ Que soy chueca y que me muevo/ Con un aire compadrón…”. O aquel otro que firman Sebastián Piana y Cátulo Castillo: “Arrabalera/ Como flor de enredadera/ Que creció en el callejón/ Arrabalera/ Yo soy propia hermana entera/ de chiclana y compadrón”. 

Decíamos, cosechó muy buenos amigos; Ben Molar ha sido uno de ellos. Autor, compositor, productor musical, promotor artístico, a cuya autoría y gestión se debe haber creado el Día Nacional del Tango, que se festeja todos los 11 de diciembre. Adaptaba idiomáticamente versiones musicales de muchos temas que interpretaran Neil Sedaka, Paul Anka, Los 5 Latinos, Maurice Chevalier, etc.

Pero evoquemos también a esa figura científica que ha sido su amigo, quien la alojó en su instituto con devoción y cariño hasta sus últimos días, el doctor René Favaloro, sencillo, inteligente, campechano de gran profundidad cuando expresaba pareceres: “Proceder con honestidad en aras de la dignidad del hombre es el compromiso más trascendente en nuestro corto paso”. Cuando, reponiendo fuerzas, me relajaba en el parque interno de planta baja junto a una pequeña capilla, me emocionaba ver cómo las enfermeras me decían con gran admiración y orgullo, allí donde está iluminada esa ventana, eso era el segundo piso, allí está el escritorio del doctor Favaloro. Las personas somos herederas naturales de los grandes ejemplos que deberían formar parte de nuestras vidas, porque revalidan nuestro paso engrandeciendo el criterio para permitirnos un uso de razón saludable, teniendo la capacidad por descubrir que el país posee grandes seres humanos.

Tita Merello era vida. Inquieta, hacía de la actuación algo natural para marcar los extremos de una sociedad que no siempre es justa. Se ganó el lugar a fuerza de tesón y talento, y fue pueblo, que no es tarea fácil cuando la sinceridad proclama.

Ella decía: “Yo les digo a las mujeres que traten de no deprimirse, porque la depresión es la peor enemiga del amor. Y sin amor, no hay vida”. O cuando establecía el horizonte de existir: “La vida es un espectáculo, cada cual ve lo que quiere”. Y, reafirmo el principio, la fama calma el dolor, porque lo viví con mi madre. Es tanta la luz de las estrellas que nos hacen soñar y muchas veces tratar de olvidar los pesares aunque fuera por un instante detrás de la fama.

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