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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Una “China” de asombro en asombro

Este sábado, Cabezón Cámara presentará su libro “Las aventuras de la China Iron” junto a Gabriela Bissaro en la Biblioteca Juan Rivera de Caá Catí, en el marco de su prestigiosa feria del libro.

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

Gabriela Cabezón Cámara presentará en la Feria del Libro de Caá Catí su nuevo libro aparecido a fines del año pasado: “Las aventuras de la China Iron”. Es autora, además, de La Virgen Cabeza (2009), “Le viste la cara a Dios” (2011), “Romance de la Negra Rubia” (2014), “Sacrificios” (2015). Estudió letras en la UBA y trabajó como editora de cultura de Clarín, colaboró en el blog de Eterna Cadencia y ejerce el periodismo en Página 12.

Conocí a Gabriela durante la Feria del Libro de Corrientes en 2017, cuando me propusieron conversar con ella sobre literatura y periodismo. Terminamos hablando de su nuevo libro que unos meses más tarde aparecía en librerías. En algún viaje compré el libro y lo leí de una vez, rápidamente.

Durante la Feria del Libro de Buenos Aires de este año volvimos a encontrarnos y, curiosamente, me compré por ahí un pequeñísimo libro de Giorgio Agamben llamado “La aventura”. Agamben recorre en ese hermoso librito los orígenes y el sentido de la aventura, las etimologías y sus diferentes sentidos desde la antigüedad a la modernidad sin dejar de lado, claro, el periodo medieval y caballeresco.

Si hay algo en el texto de Gabriela que me atrajo particularmente fue la idea de aventura, las peripecias del viaje y el amor, por supuesto. La idea de que dos mujeres se pusieran en camino con un perrito llamado Estrella y que empezaran una aventura por una pampa infinita, es algo ciertamente atractivo. Esa situación abría un mundo a ser narrado y en los protagonistas un mundo por descubrir afuera y adentro.

“Mientras la tierra me crecía hasta hacerse globo, otro mundo se consolidó en la carreta. Eramos una trinidad con Liz y Estreya”.

La novela está relacionada a la tradición de la literatura gauchesca argentina, donde no falta el viaje en un carro, la idea de frontera no sólo geográfica y política sino de idiomas, hay soledades enfatizadas por el desierto, amores y desamores, olvidos y nuevas experiencias.

La “China” vive durante la travesía en estado de descubrimiento permanente, desde la naturaleza hasta su sexualidad. Como diría Yupanqui, va de “revelación en revelación, de asombro en asombro”.

Sorprende que la “China” pase de ser mujer a ex mujer del gaucho más famoso de nuestra literatura, el inmortalizado Fierro, para emprender una aventura que comenzará como un viaje de escape y terminará en el amor por otra mujer.

Tampoco pasa desapercibido que Fierro después le pida perdón por sus comportamientos y a renglón seguido le confiese su homosexualidad vivida nada menos que con Cruz, pasaje que no deja de tener resonancias borgianas.

Ellos también inician una aventura, huyen y hacen un hogar: “Cuando llegamos acá/ nos fabricamos un toldo,/ Como lo hacen tantos otros,/ Con unos cueros de potro,/ con su sala y su cocina/ Fuimos felices con Cruz”, dice Fierro.

Cada día una experiencia diferente vive la “China”.

Regreso a “Aventura” de Agamben, que después de recorrer las posturas de autores y épocas, cita a Georg Simmel, quien no logra resolver “la doble naturaleza de la aventura, el hecho de que es sólo una parte de la existencia pero le confiere a ella una unidad superior. La aventura se presenta esencialmente contradictoria: ella muestra al mismo tiempo las características de la actividad y de la pasividad, de la seguridad y de la inseguridad, por lo tanto, nos hace tomar posesión del mundo de manera violenta y decidida y, por el otro, hace que nos abandonemos a él con defensas y recursos infinitamente menores a los que usamos en la existencia cotidiana”.

En este punto señala el nexo constitutivo que Simmel instaura entre la aventura y el amor, “ese nexo es tan estrecho que cuando usamos la palabra aventura se nos hace difícil no darle un sentido erótico”.

“Nos llevó pocos días de carreta, polvo y cuentos ser familia. Enredados en los lazos del amor que nos nacía, nos reíamos conjurando la amenaza de quedar a la intemperie, de ser vencidos, de caer al suelo ya sin fuerzas para más que estar caídos, pegados a la tierra y a merced de los caranchos, de ser reducidos a eso que también somos, una estructura ósea, mineral, como las piedras”.

—Contame qué narra el libro.

—El libro cuenta sobre la vida de la mujer de Martín Fierro.

—O sea, toma un ícono de la literatura argentina que es Martín Fierro y habla de la mujer de Fierro, no de Fierro.

—Bueno de Fierro también un poco, ya que estamos.

—Y habla de una relación especial que tiene con Liz, que es la otra protagonista central de la historia ¿no?

—Sí, digamos que llevándolos a los vínculos de los lazos humanos; son esos lazos, es marido, amigo y amante.

—¿Cómo surge esta historia? ¿Por qué elegís este tema?

—Mira, en un momento en el 2013 tuve mucha suerte y me invitaron a ser escritora residente en la Universidad de Berkeley, que es una cosa divina, porque básicamente no tenés que hacer nada más que estar en ese lugar hermoso. Es un bosque lleno de ardillas, todo precioso, y ahí me puse a leer mucho gauchesca porque tenía que dar un taller y pensé, bueno… podemos dar un poco de narrativa con métrica y pensando eso, en Argentina eso es gauchesca, y como leí mucho, me di cuenta de que no había ninguna mirada de mujer en ese contexto textual. Entonces, me pareció muy divertido hacerla y de paso hablo más de la historia de la consolidación de la Argentina como nación, la historia del cruel que sigue siendo cruel hasta ahora.

—Al leer el libro uno no puede dejar de pensar en ciertos nombres ¿no? En Mansilla, no puede dejar de pensar en Aira -en su novela “Ema la cautiva”. ¿Te influye esto a la hora de escribir o no?

—Cuando te metés con la gauchesca, te metés con toda una corriente de la literatura nacional; yo diría “El Matadero” hasta Martín Kohan, pasando por Borges, por Mansilla, por Aira, por Saer, por Sarmiento y tantos otros que ahora me estoy salteando.

—Pero eso, de algún modo, ¿se cuela en tu novela?

—Sí, claro. Sí, no podés hacer de cuenta que no lo leíste. Igual, el libro tiene varios niveles de lectura. Si la persona que lo lee no es un especialista en literatura argentina, va a leer una novela de aventura, una novela de viaje, una novela de amor.

—Contame, ¿cómo es la relación entre la China y Liz?

—Bueno, la China, cuando el Ejército secuestra a Martín Fierro, se queda sola, tiene 14 años, dos hijos y se siente libre por primera vez en la vida. Encuentra un perrito y empieza a jugar como la nena que es, en ese caserío donde ellos vivían -porque ni siquiera era un pueblo, era una casa ahí en el campo-. Queda varada una inglesa, a cuyo marido por error el Ejército argentino también secuestra. Y bueno, la inglesa tiene que emprender un viaje para recuperar a su marido y para tomar posesión de las tierras que viene a administrar porque viene como de mayordoma de una estancia de un lord inglés.

—Eso es muy lindo, esa tensión ¿no? Una va en búsqueda de su marido y la otra huye de su marido.

—Sí, una lo quiere al marido y otra no.

—Y el nombre del perrito, que no es menor...

—Estreya se llama el perrito.

—Me encanta ese peregrinar, esa aventura por la Pampa en un carro, dos mujeres, y ahí descubren muchas cosas ¿no?

—Un montón de cosas. La China, la más chiquita, descubre directamente el mundo, ella nunca había salido de este caserío. Quizás conocía algunos kilómetros nada más del mundo, pongámosle 5 kilómetros cuadrados; eso es todo lo que había visto, y cuando sale al desierto en la carroza de la inglesa, descubre un montón de cosas y todo lo ve casi como un bebé recién nacido -eso lo tienen que leer ustedes, yo no les voy a contar-. Y descubre, por un lado, el paisaje que un poco ya lo conocía y por otro todo, lo que hay en la carreta de la inglesa, que son los productos manufacturados ingleses, valga la redundancia, tanto botines de cuero trabajado como seda, como whisky, como perfumes, como sábanas de algodón, como vajilla con dibujos muy hermosos y muy esmerada, como el té. Ella descubre todo ahí y también descubre el amor, el amor de una forma que ella no conocía.

—En medio de la nada ella descubre el amor, la sofisticación, otro idioma ¿no?

—Y descubre que hay otro idioma, en este caso el inglés.

—El libro también tiene partes en inglés. Está escrito en inglés también. ¿Por qué?

—Porque la lengua de la otra es el inglés, porque la lengua del imperio es el inglés. Cuando descubre ese mundo y le dan té y ella pregunta qué es esto, té le dice la inglesa. Y de dónde sale el té, bueno el té es una planta que crece en la India. Y la India ¿qué es?, le explica lo que es la India, cómo son los hindúes, que no se comen a las vacas, a las que adoran.

Bueno, empieza a entender que el mundo es una esfera, que hay gente de diferentes clases, que hay llanuras como donde ella vivía, que hay montañas, que hay bosques. Empieza a entender un poco lo que es el mundo, porque justamente los productos vienen de Inglaterra, que es el centro del imperio, el centro del mundo en ese momento, es la llave que entra de otras partes.

—Hay una necesidad de entender, hay un deseo de entenderse.

—Sí, vos imaginate que tiene 14 años, que por primera vez te sentís libre y por primera vez empezar a ver cosas del mundo.

—Hay dos personas que hablan dos idiomas diferentes y buscan entenderse. Y esto es muy lindo.

—Y sí. Yo traté que lo fuera, por lo menos.

—Y hay también un momento de intimidad ¿no?

—Sí, por supuesto.

—Descubre esa parte, de la mujer, la China. Descubre el amor ¿no?

—Sí.

—Eso también me parece muy importante en un tipo de literatura gauchesca, generalmente vista desde el varón solamente, y una vida del varón varonil. Entonces, cambia un poco. ¿Cómo pensaste esa situación? ¿Cómo aparece eso?

—Bueno, digamos que la inglesa y Liz podrían ser la contracara o la contraparte de la pareja que hacen Fierro y Cruz. Como mínimo, uno podría definir como un fondo erótico, como sensual, esos amigos amiguísimos.

El único otro -en el libro de Martín Fierro- que tiene nombre en su libro es Cruz; sus hijos no tienen nombre, los llama hijo mayor e hijo menor; su mujer no tiene nombre, apenas lo dice la China. Es como decir la mina o la tipa, el único que tiene un nombre es Cruz, eso entre otras cosas. Cuando muere Cruz, Fierro se desmaya, semanas y semanas a llorar a la tumba de Cruz, viven juntos en una carpita. Están chochos.

—Bueno, es inevitable ahí la cita de Borges ¿no? Que descubrió que el otro era él me parece; estaba presente eso siempre ¿no?

—Es una lectura difícil de soslayar. Y bueno, la China y Liz encuentran su propio amor, el amor de una por la otra…

—Ellas van en ese carro, hasta que encuentran un fortín.

—Sí, dirigidos por un sujeto que es coronel y estanciero que es José Hernández, el autor de Martín Fierro.

—Me parece que esa vida del fortín, esa vida de la frontera es interesante porque también el texto tiene mucho de fronteras. ¿Cómo se trabaja eso desde la escritura?

—Se trabaja... trabajando zonas de contacto de culturas diferentes, lenguas diferentes, registros de lenguas diferentes, lo que está haciendo Hernández en esa estancia es tratar de crear una masa de obreros a partir de los gauchos que no eran obreros. Trata de domesticarlos, darles horarios, de hacerles entender la disciplina, de someterlos al ritmo de la fábrica, ¿no? A la revolución industrial, va haciendo llegar la revolución industrial, en una sola generación ahí en la estancia, pensando en la estancia, en una fábrica moderna, moderna en el siglo XIX.

Eso por supuesto es un proceso bastante lento y es un proceso constantemente sin fronteras, que son tierras indistintas con los indios y son esas tierras las que causan el genocidio, que se están haciendo a fines del siglo XIX. O sea, no es que las tierras los causen, es que los burgueses argentinos quieren tener un modelo económico agroexportador, por eso necesitan muchas tierras para la ganadería extensiva, la agricultura extensiva, y para eso van a matar a todas esas gentes que estén en esas tierras y no la quieren dar, que por supuesto cuando tienen tierras no las quieren dar a otros y es constantemente una frontera.

—¿Te costó mucho escribir la novela?

—A mí me cuesta mucho escribir porque trabajo mucho y siempre estoy robando tiempo a aquello que me sirve para ganarme la vida. Y entonces me cuesta concentrarme y todo eso, me cuesta en ese sentido.

Me cuesta encontrar el tiempo. Necesito 4 horas más o menos para concentrarme, porque en una boludeo hasta que logro concentrarme y después trabajo, tengo lapsos de 4 horas que no es tan fácil pero después el hecho en sí de escribir, una vez que logro concentrarme y que encuentro la música del texto en cuestión, no me cuesta.

—Hablemos del final, que para mí es poético. ¿Cómo escribiste ese final?

—Estaba pensando justamente en eso, en el modelo económico que tiene nuestra nación y que se consolidó en esa época. Y ese es el mismo modelo que sigue existiendo hoy, es un modelo que necesita matar al otro para surgir. Entonces ¿qué hubiera pasado si esto no hubiera sido así? Si hubiéramos podido encontrarnos todos, el generar un modelo más del orden, de lo cooperativo; entonces, podríamos convivir porque nadie mandaba a nadie, o sea los blancos no matábamos a nadie y no hubiera habido patrones reventándonos a nosotros los obreros.

Entonces, pensé ese mundo que es utópico, hermoso, donde las personas convivieran más o menos pacíficamente, donde la resolución de conflictos se diera más uno a uno, donde las lenguas que se hablaran sean tanto castellano como el guaraní, donde nada… me gustaría que sea así la Argentina.

—Me gustó esa idea de Babel que tiene el final y sobre todo el uso de las palabras, que va creando un ritmo que es muy musical. ¿Cómo hiciste eso? ¿Vos pensaste en términos poéticos o sólo un final?

—Siempre pienso en temas de lírica, de poesía. Yo no creo que el cuento tenga que ser algo distinto de la poesía, muchas veces lo es, pero yo no creo que necesite serlo. Y para mí, un texto está vivo cuando encuentro esa música, esa lírica, y lo pensé en esos términos al final. La Argentina es Babel también; sólo la fuerza bruta acalló las otras lenguas.

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