Por José Ceschi
¡Buen día! Lo escuché hace tiempo en una radio porteña. El cuento era más o menos así:
Un viejito caminaba con su joven acompañante. En un descanso del camino aparece un muchacho preguntando por una ciudad determinada. Tras explicarle que no estaba lejos, el joven caminante le pregunta cómo es la gente de la ciudad. “¿Cómo es la ciudad de donde vienes?”, le replica el viejito. “Mala, injusta, llena de ladrones ...”, responde el muchacho. “¡Qué coincidencia! Así son también los habitantes de la ciudad que buscas”. Ante las palabras del anciano, el joven sigue su camino, pensando que todas las ciudades son iguales.
Al rato aparece otro muchacho preguntando lo mismo. El anciano le repite la pregunta hecha al primer viajero, sobre cómo era la ciudad de donde venía. “Hermosa, llena de gente linda, solidaria, amante de su tierra”, explica el muchacho con el rostro iluminado por la luz de su sonrisa. “¡Qué coincidencia! Así son también los habitantes de la ciudad que buscas”. Ante la constatación del hombre mayor, el muchacho siguió adelante con paso firme, en la esperanza de llegar lo más rápido posible.
El joven acompañante quedó perplejo ante el doble mensaje que acababa de escuchar. “Maestro: te pido que me disculpes, pero a uno de los dos le mentiste. ¿Por qué?”. El anciano lo miró con ojos dulces, mientras le aclaraba la diferencia: “Las cosas no son sólo como son, sino también como somos”...
José María Moliner, en una página sobre la belleza, recuerda que “en la vida hay valores objetivos, que existen por sí mismos, y otros relativos que dependen de la apreciación humana... La belleza es un valor relativo... El principal creador de la belleza es el ser humano. Cuanta más sensibilidad y limpieza tiene un hombre, está más capacitado para suscitar y hacer brotar la belleza. Todo es bello para el que tiene el alma limpia... Yo creo firmemente que amamos las cosas porque son bellas, pero también creo que las cosas son bellas porque las amamos”.
¡Hasta mañana!