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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

El final de Maduro se aproxima

Ya no pueden los usurpadores del poder de Venezuela mantener semejante apropiación indebida ante el mundo. Los dictadores de derecha tienen menos marketing pero son exactamente el mismo cáncer descalificatorio para la democracia.

Por Washington Abdala

Abogado, escritor y analista político. Ex presidente de la Cámara de Diputados de Uruguay. Nota publicada en infobae.com

 

El final de la dictadura de Nicolás Maduro se aproxima; no lo afirmo desde el deseo, es solo una constatación de lo que ya se puede entrever. No es posible afirmar la fecha exacta de la caída del régimen, pero en un tiempo -no demasiado lejano- esa dictadura fenecerá. Son varias las sólidas razones que permiten advertir ese destino, ya no pueden los usurpadores del poder de Venezuela mantener semejante apropiación indebida ante el mundo. La realidad se les cayó encima como el muro de Berlín se desplomó de un día para el otro ante la mirada atónita de todos los que no creíamos que aquello fuera posible algún día.

Los cleptócratas venezolanos ya no cuentan con legitimidad social alguna y la ciudadanía de ese país advierte que el presidente Juan Guaidó es el representante del sentido común, de las elecciones libres y de una asamblea que lo invistió como lo que es: el presidente interino para un tiempo de reapertura democrática. No pretende más que eso de él y tampoco menos.

Resulta menoscabante cuando algunos periodistas califican al presidente Juan Guaidó como el “presidente autoproclamado” y a Maduro como el “presidente”. Lo mismo sucedió durante décadas con Fidel Castro, quien fuera un dictador con cierta ideología de izquierda (hoy caduca), pero al que se le dispensaba un trato que no le correspondía. No sé si se le temía, se le admiraba o ambas cosas a la vez, pero hasta los más demócratas sucumbían ante su “carisma”. Penoso. Por cierto, lo mismo sucedió con otros dictadores de Latinoamérica (militares), solo que ahora casi nadie recuerda aquellos recorridos patéticos y nadie muestra las fotos donde los aplaudieron en su momento. (Los dictadores de derecha tienen menos marketing pero son exactamente el mismo cáncer descalificatorio para la democracia. Ya lo deberíamos haber aprendido de memoria).

Siempre me ha parecido un mérito de la izquierda-política la forma de defender a los que consideran “de ellos”, con postura jacobina y a tambor batiente, y todavía me sigue impresionando cómo los liberales-republicanos permiten esos desbordes. ¿Tienen vergüenza, temor o no están convencidos de sí mismos?

Lo que es claro es que Nicolás Maduro no creyó que varios jugadores de primeras ligas en la región lo correrían hasta el último minuto, o pensó que se cansarían y lo dejarían en paz. Creyó que Luis Almagro desde la Organización de Estados Americanos (OEA) bajaría los brazos y solo ha logrado que el secretario general de esa organización sea un antagonista libertario que no claudica ni un solo día en su pretensión por redemocratizar Venezuela. Lo propio pensó con Estados Unidos, a quien le propuso todo tipo de acuerdos “non sanctos”, y el gobierno de Donald Trump -de manera sorpresiva- se puso firme y no afloja un centímetro en su convicción de cambio político dentro de Venezuela, replegando el argumento intervencionista para no habilitar griteríos burdos de la dictadura. (Todos los que creían que el petróleo mandaba habrán advertido cómo se equivocaron con la región).

El presidente de Colombia, Iván Duque, quizás una pieza clave en todo este armado democratizador, ha sido un actor comprometido con la causa de Venezuela, siendo un presidente valiente, con sentido común, que tampoco deja de levantar su voz firme en estos menesteres. Claro, tiene la frontera enloquecida y no solo actúa por buena fe, sino porque la convivencia pacífica, necesita paz sea como sea. Ellos, más el Grupo de Lima, y buena parte del mundo libre europeo son una espada lacerante que a diario aguijonea una dictadura inmoral que está dispuesta a todo con tal de resistir.

La realidad, en rigor, no viene por aquí: la realidad es que en Venezuela la ciudadanía se muere de hambre, nadie sabe cómo salir del infierno de los apagones (¿habrá más?), la ausencia de alimentos, poca agua y la falta de todo tipo de medicamentos. Allí todas estas lecturas geopolíticas y estratégicas sucumben ante un plato de comida. Esa es la evidencia fáctica que los reporteros de donde sean advierten y le narran al mundo. Esa es la realidad: un país que clama por hambre y libertad. Duele, causa impresión y todos los que tenemos amigos allí sabemos de lo que hablamos.

Es cierto, Venezuela tiene, como informó la semana pasada el New York Times, el apoyo de Rusia que está jugando a la nueva Guerra Fría con Estados Unidos y de paso le sirve asustar son “sirianizar” la zona (en los hechos el país es una Siria sin guerra, lo que es demencial si se presta atención a su diáspora). Rusia y China juegan su partido también allí, más comercial que otra cosa, por eso el conflicto, de alguna forma, ya los tiene involucrados. Lo que no deja de ser otro eje de complicación para que vuelva la democracia como la entendemos los occidentales. (¿No debería existir un diálogo entre Estados Unidos y Rusia a puertas cerradas?).

No llegan horas sencillas para los venezolanos, son horas, días de extrema preocupación donde la sangre no debería manchar los anhelos de un pueblo. Nicolás Maduro y su banda narcodelincuencial ya están sentenciados, lo sabe él, lo sabemos todos, es más, nadie sabe quién lo traicionará de los suyos, y nadie sabe si esa traición no es extrema y no termina con su vida. Entiendo que pocos gustan de escribir estos asuntos, pero seamos francos, están en el manual de las posibilidades reales. Y también está en la hoja de ruta hablar de algún grado de amnistía. Nada es descartable si el precio es la democracia. Luego se verá cómo se sigue. 

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