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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La inmortalidad de “La Calandria”

En el universo de las aves imita a otras voces y puede pasar desapercibida. Sin embargo, la composición de “La Calandria” de Isaco Abitbol hiende el universo chamamecero desde siempre. En estas líneas recorremos sus características, leyendas y vida del bandoneonista nacido en Alvear.

Por Paulo Ferreyra

Colaboración: Abel Fleitas

Especial 

para El Litoral

La calandria (familia: mimidae triurus) se alimenta de insectos, larvas y algunas frutas. Se caracteriza por imitar a la perfección el canto de otras aves. El de la calandria es suave, más bien agudo. Pueden vivir hasta cinco años, su peso varía de 45 a 70 gramos, su longitud alcanza los 20 centímetros y de envergadura con las alas abiertas puede medir entre 36 y 42 centímetros. 

“Te cuento que imita perfectamente a otras aves. Tiene un canto precioso, pero al mismo tiempo puede imitar a cualquier ave. Vos escuchás a una y podés ser engañado por ese candor. Es increíble lo que hace la calandria. Además, en el campo se la ve bajar y comer con las gallinas”, cuenta el difusor y cantor chamamecero Horacio Cáceres. 

“Isaco Abitbol tenía algo muy valioso para un artista. No basta ser aplaudido sino ser querido, hay que ser querido. Isaco era querido. El tocaba para mostrar su alma”, explicó alguna vez Pocho Roch. 

En la misma sintonía, otra anécdota chamamecera es contada por Antonio Tarragó Ros: “Mi padre, Tarragó Ros, no era de retarme. Cuando vivíamos en Rosario yo dejaba el acordeón en el suelo. Entonces él observaba eso y un día me llama y me dice: ‘Te voy a decir algo a ver si vos podés mirar esta cuestión así. Viste nuestro instrumento, el acordeón es como el órgano que llevaban los jesuitas para transmitir la música a los guaraníes. Por este instrumento pasa tu alma hacia la gente, por ese lugar, por el instrumento. Lo mejor de vos pasa por ese instrumento para llegar a la gente y vos lo dejás tirado en el suelo. Desde ese día nunca más pude dejar el instrumento en el suelo’”. 

La Calandria fue compuesta por el músico Isaco Abitbol. Esta registrada a comienzos de los años 50. Tiempo después Julio Montes, en una grabación del Cuarteto Santa Ana, le añadió una glosa. Se ha popularizado y hay cientos de versiones. Con la música de La Calandria Juan Carlos Jensen hacía su recitado de Pájaros y Cimbras, un bello poema dedicado al gran carcelero de las aves, Isaco Abitbol. 

En internet la información se abre en ventanas infinitas, se encuentran hoteles, cabañas, calles, páginas web; hubo en Corrientes una productora que llevaba su nombre. Hace poco en Radio Dos difundieron la noticia de que una señorita en los festejos de sus 15 años no quiso bailar el vals: chamamecera ella, prefirió que pongan La Calandria. El video circuló entre las redes despertando admiración y asombro. 

“El motivo de presentarse con esta canción fue por el sentir chamamecero que hay en la familia”, comentó Cristina, madre de la joven. Cabe destacar que Valentina, la joven quinceañera, fue elegida este año 2019 como Pareja Nacional del Chamamé Categoría “B”- menores, de 10 a 16 años, en el marco del certamen Pre Fiesta del Chamamé. 

Una garganta, todas las voces 

La capacidad de imitación de la calandria real (mimus triurus) es inagotable. Por ello los ornitólogos se refieren como “mimos” al género y familia de estos pájaros. Y el saber popular afirma que “canta como una calandria” la persona que se estima como un gran cantor.  En la ciudad de Corrientes la joven cantante Jorgelina Espíndola es conocida como “La Calandria”. Desde muy pequeña se destacó por su pasión cantora. A sus 12 años de edad ya ha compartido escenario con grandes del folclore argentino como Soledad, y en la Fiesta del Chamamé con Los Alonsitos. 

Esta ave posee plumaje de colores apagados, con el dorso pardogrisáceo. Alas oscuras, con una gran y conspicua mancha blanca, color que presenta también en el borde externo de la cola. Vientre y garganta blanquecinos, flancos de color ocráceo. El pico es largo y delgado, bien adaptado a la captura de insectos. 

Tiene el hábito de caminar. Pasa parte del tiempo en el suelo, desplazándose con cortas carreras a buena velocidad. Es insectívora y frugívora. La reproducción de la calandria tiene lugar entre primavera y verano. 

Nidifica a comienzos de primavera, participando tanto macho como hembra en la construcción de un nido cóncavo y profundo, de aspecto desprolijo. Incuba la hembra dos semanas. Los pichones permanecen en el nido dos semanas, siendo alimentados por sus padres. Al abandonar el nido se ocultarán en el follaje, aprendiendo de los padres la captura de presas y siguiéndolos durante un mes o más. Alcanzan la madurez sexual alrededor del año. 

Isaco Abitbol fue un eterno trashumante. Un signo claro de ello es que cambiaba periódicamente de lugar. Como una extensión de sus viajes ha quedado el cariño de los pueblos del litoral argentino. 

Un primer ejemplo salta a la vista en la localidad de Gobernador Virasoro, en el Barrio 325, un pintoresco vecindario donde todas las calles fueron bautizadas con nombres de temas chamameceros famosos y folcloristas correntinos. En 1988 se inauguró, por iniciativa vecinal, un monumento a Isaco Abitbol, un reconocimiento al Patriarca del Chamamé. 

En Posadas, Misiones, una de las avenidas más importantes del lugar, la 147, lleva el nombre de Isaco Abitbol. En la misma ciudad, tiempo después de la muerte de este artista, erigieron un busto del músico en la intersección de las calles San Luis y avenida Mitre. 

En la provincia de Corrientes, varios escenarios de las localidades del interior llevan el nombre de Isaco Abitbol, entre ellos están Alvear, Chevarría, Santo Tome y Guaraví, entre las localidades que este cronista pudo confirmar. En Capital, un mural recuerda la figura del ilustre chamamecero. 

Entre los músicos que le han dedicado algunos temas, el abanico se abre entre Roberto Galarza, Julio Lorhman, Juan Carlos Jensen, el Chango Spasiuk y la lista sigue. 

En Youtube hay pocos registros de Isaco tocando la Calandria. Tal vez el más recordado para algunos fue cuando participa del disco de León Gieco, “De Ushuaia a La Quiaca”, del cual se inmortaliza también la imagen de Isaco Abitbol y León Gieco tocando en las estaciones de trenes de Curuzú Cuatiá. 

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Leyenda

Cuenta que había una guayna muy cantora y peregrina, que ambulaba por los montes contagiando alegría por doquier con sus cantos. Dios que desde el cielo siempre la escuchaba, la premió transformándola en calandria. Lo original de esta leyenda difundida en Corrientes y Misiones es que presenta el sentido de la transformación/metamorfosis de la joven en ave con un sentido positivo, es decir, como un premio y no como castigo divino como en la mayoría de los mitos o leyendas referidas a animales.
Hay una historia algo dramática que viene desde Santiago del Estero: se dice que, en un bosque a orillas del río Salado, vivía en un tiempo, una mujer con su hija. Las dos eran muy felices hasta que la niña enfermó y murió. La madre, trastornada por la pena, se internó en el monte y no se supo más de ella.
Al poco tiempo se oyó un bello canto de pájaro: la madre de la niña se había transformado en calandria.
Sin embargo, también hay otra versión que cuenta que la calandria era una hermosa guaynita que encantaba a muchos jóvenes. Sabiendo ella de su potente atributo, no dudaba en enamorarlos para luego abandonarlos o dejarlos que se peleen por ella. Cierto día, un muchachito, creyendo haber merecido su total atención y preferencia, estalló de tristeza al ver que resultó engañado como los demás.
Con fuerza suplicó a los cielos que un castigo la atormente, hasta que su pedido fue escuchado y la guaynita quedó transformada en la calandria, la que aún mantiene su hermoso cantar y se amaña para seguir seduciendo a los jóvenes con su canto.

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