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Al mundo le falta un tornillo

Uno se mueve a risa porque si vamos a las manos nadie se salva. Todos al paredón porque somos tan culpables como el máximo “reo”, y debemos pagar tanta impunidad.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Uno se mueve a risa porque si vamos a las manos nadie se salva. Todos al paredón porque somos tan culpables como el máximo “reo”, y debemos pagar tanta impunidad. O si no, al guitarrista de Gardel, José María Aguilar, no se le hubiera ocurrido musicalizar los versos lacerantes, tragicómicos pero verdaderos, que el joven Enrique Cadícamo solamente copió de esa realidad tan argentina que siempre la negamos. Fue pionero porque en 1933 habló de la economía hecha mishiadura, mucho antes que el “Cambalache” de Discépolo, que también sintetiza la mala vida, igualando a un “burro” con un gran “profesor”. Es jorobado cuando un país comienza a naturalizar todo, igualando cosas sin sentido, lo malo y lo bueno como si fueran lo mismo. Es clara y concluyente la primera de las obras: “Hoy se vive de prepo/ y se duerme apurao…”. Sin importar el derecho de los demás, los intereses del otro, ni la propia vida que para contar tenemos solamente que mirar para atrás, sin olvidar tampoco hacerlo hoy y mañana.

Entre tantas broncas y pisoteo, las muertes sin respuestas. El Fiscal Nisman, muerto cuatro días antes de exponer en el Congreso su alegato sobre el encubrimiento presidencial a los iraníes, autores del atentado de la sede judía en Buenos Aires en 1994. Una muerte que sigue sin respuesta desde el 15 de enero del 2015. “Al mundo le falta un tornillo/ que venga un mecánico…”.

Siempre hemos sido díscolos por eso estamos girando como una “calesita”. Recuerdo que en la primaria al final de cada fecha patria, era el “Pericón nacional” el que gastaba suelas en el escenario, acompañado de emoción y con una fuerza de nacionalidad que conmovía a chicos y grandes. Hoy, se respeta mucho más aunque fuera por la fuerza otros colores que defienden las “cosas naturalizadas”, olvidándonos muchas veces del “Pabellón Nacional”.

Hoy la economía ganó la calle porque como están las cosas: “Hoy se lleva a empeñar/ al amigo más fiel,/ nadie invita a morfar”. Y no es para menos, la pobreza es una constante y la sienten mucho más de la mitad para abajo.

Recuerdo el movimiento que había, porque los transportes estaban al servicio del usuario, ya sea por aire, colectivo, vía fluvial o ferroviario, hasta que en 1996 la idea tomó fuerza de ley. Un famoso dicho surgido ante la baja demanda de vagones de cargas para transportar cualquier cosa, teniendo en cuenta su menor precio, habiendo bajado hasta el 9% de su capacidad: “¡Ramal que para, ramal que cierra..!”. Y así ocurrió como lo “batiera” “Carlitos” Menem, de un total de ramal de 35.746 kilómetros de vías nos quedamos con apenas 8.339, desapareciendo no solamente ramales sino pueblos enteros. No sé si somos visionarios o tipos fantásticos, diría mártires voluntarios de nuestros propios remedios.

Un país cíclico repleto de vivos, donde la corrupción es lo normal, donde los hijos de políticos continúan desfachatadamente con la “dinastía”, y seguramente nietos y biznietos lo harán también. Sabio el autor Enrique Cadícamo: “Hoy no hay guita ni de asalto/ y el puchero está tan alto/ que hay que usar el trampolín”.  

Bueno, y hablando de medios de transporte qué decir de este precioso río con una extensión total de 4.880 kilómetros, segundo después del Amazonas. El río Paraná era un ir y venir de todo tipo de embarcación tan congestionado como una gran avenida, buques de cargas diversas, “el paquete” como se lo denominaba a esa embarcación que todas las semanas unía Buenos Aires con Asunción (Paraguay), y viceversa repleto de pasajeros.

Siempre fue la economía la desgracia de nuestros males, pero también la corrupción del trabajo que comenzaba con “punteros” y delegados que haciendo valer sus “avales” de relaciones y amigos “influyentes” se comenzaba a degradar el orden, el horario, la disciplina, habilitándose las licencias indiscriminadas por “enfermedad” que generan días de ocio. Mini vacaciones de privilegiados. Es decir la corrupción en ciernes carcomiendo un gran país. Las culpas son propias y ajenas por sumarnos a esas franquicias, por permitirlo, por mirar para otro lado, por ser arrastrados no con el criterio propio, sino con el de la “viveza criolla”.

Sin embargo, es tan valioso todo lo que dio y da este país, personas que en silencio estudian y trabajan, mejoran, se perfeccionan, sufren y son también víctimas involuntarias de tanta inmoralidad. Los que desgraciadamente no tienen trabajo y siguen “remando”, perdidos y sin encontrarle salida.

Basta recordar el suicidio del doctor René Gerónimo Favaloro acaecido el 29 de julio del 2000, médico argentino que desarrollara la técnica revolucionaria del bypass coronario. Una muerte prematura que lo lleva a cabo por faltarle asistencia económica para su famosa fundación, fuente de investigación, asistencia social especializada y solidaria. Cansado de pedir, de golpear puertas, de agotar llamadas telefónicas, de gritarle a su país sin repuesta de la necesidad urgente de poder continuarla. Una excelente persona, brillante profesional, singular investigador, amante y orgulloso de todo lo argentino, dedicado mucho tiempo como médico rural.

Yo diría, que hace mucho, salvando los subsidios, un mal necesario, ya que realmente corresponde crear fuentes de trabajo, porque resulta imprescindible acercar mucho más la compensación de quienes siempre lucen arriba con los de abajo. Que la diferencia económica que los separa es muy grande y hasta inmerecida, es la llave original para lograr esa concordia de los argentinos por hoy lejana.

Dependemos del mundo, pero mejor diría que por ser irreverentes la transformamos en propia, lo que cambia el título: “A la Argentina le falta un tornillo”, lo cual habla de nuestra tara y aunque parezca una broma nos parecemos tanto a este tango que llora irónicamente lo que nos pasó en la década del 30 con motivo del crack económico de Wall Street (EE. UU.), sin percatarnos de que ya estamos en el 2019, y seguimos siendo los mismos.

“¿Qué sucede?... ¡mama mía!/ Se cayó la estantería/ o San Pedro abrió el portón”.

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