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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Mariana Rinesi o “el rictus del futuro y otras calamidades”

Mariana Rinesi nació en la ciudad de Corrientes, en 1981. Es doctora en Derecho y licenciada en Letras. Publicó los poemarios El mondongo ataráxico (palabras desde el interior de mi mondongo) (2001); El mondongo ataráxico II (digestivos para el alma) (2002); El ombligo de Eva (2007, ed. Zeus) y 5:25 la vida entre cuatro paredes (2010, ed. Ananga Ranga). Participó en diversas exposiciones interdisciplinarias de arte, así como en revistas culturales y antologías de poemas y narrativa corta.

Por Rodrigo Galarza

Especial para El Litoral

Nacemos. Somos arrojados al mundo. Ese mundo que nos es preciso “aquietar” para que el peligro de vivir nos permita, al menos, momentos de tregua que algunos darán en llamar alivio, otros felicidad a la manera de los epicúreos, los estoicos o en otros términos, los budistas. Pero ni bien buscamos ese camino que Mariana Rinesi llama ataráxico, la vida misma se empeña en arrojarnos “al Puerto de Palos de la vereda” y todo periplo nos recuerda que somos animales políticos que día a día nos sentimos más cercanos a las bestias que a los dioses. 

Hay un tono de vencimiento, de desgarro en la voz de Mariana, pero que en ningún momento se torna cierre o renuncia, sino más bien conciencia sentida y vivida de aquello con que nos interpelaba Hölderlin: “Donde hay peligro crece lo que nos salva”. Así nos señala Rinesi acerca del peligro de sentirse viva: “No importa cuánto pongas tu corazón a salvo/ No hay resguardo alguno, salvo la muerte./ Y de la muerte, no hay resguardo alguno./ Queda entonces latir hasta que alcance”.

Hermoso peligro este de abordar la poesía de esta poeta de las nuevas generaciones que ha llegado para quedarse.

Muestrario mInimo

Acceso denegado

Olvidé las contraseñas/ 

    [de todas las cosas.

No tipeo, texxxteo sin cesar 

    [palabras caducas.

Y nada funciona. 

Mi corazón, a veces tan encriptado/     [es lo único a lo que tengo     [acceso.

Cuando él quiere. Vale aclararlo.

Una cuestión política

Todos mis viajes son políticos,

¿y qué no?

Mi levantarme cada mañana

a colonizar el mundo

desde la puerta de hierro de mi casa

que da al Puerto de Palos 

    [de la vereda

y de ahí

    …al infinito

de las calles de cristal y mosquitos

de mi barrio:

Mi ontológico recorrer

los recovecos

de los extraños 

que espían en las esquinas

el sueño americano

tras el vidrio levantado de los autos

made in “otros mundos”

pulidos y lujosos

como el mendrugo de pan

que resbala al suelo

quedamente.

Por último, el aprendizaje 

    [de cada día

contra enemigos invisibles

que se cuelgan de mis párpados

y toman por asalto mis latidos

con gases para que llore o vomite

hasta que la palabra soberana

signifique sólo eso

que se seca en la vereda.

El gesto ajeno

Me pregunto de dónde 

    [vendrá esta arruga

que se marca promediando 

    [mi mejilla izquierda.

Sonrío, hago muecas, frunzo el ceño,

guiño un ojo, el otro, 

    [los dos a la vez y bostezo,

pero la arruga permanece 

    [al margen

como si esas morisquetas no 

    [tuvieran que ver con ella

y su trazo reflejase otra escritura/ que las del ir y venir cotidiano.

Quizás esta arruga sea una arruga     [del reflejo de mi rostro,

un rasgo de carácter de aquella         [que me observa

cuando la observo.

Tal vez mi rostro le sea ajeno, como

    [una arruga alquilada

a otras emociones que 

    [no me pertenecen;

a la foto del pasaporte de un exiliado, 

al rictus del futuro y 

    [otras calamidades.

Puede ser también 

    [el reborde de mi boca 

cuando aspiro hasta ahogarme 

    [en el aire del mundo

y no hay músculo ni piel 

    [que me contenga

mientras acumulo bocanadas 

    [de sol en los carrillos

y los ojos se me van por ahí de paseo

y dejo tirada la piel 

    [por cualquier lado,

aunque después la encuentre 

    [también arrugada 

y haya que andar 

    [cosiéndole los botones.

Sinopsis

No importa cuánto pongas 

    [tu corazón

a salvo.

No hay resguardo alguno, 

    [salvo la muerte.

Y de la muerte, 

    [no hay resguardo alguno.

Queda entonces latir 

    [hasta que alcance.

Goce

Este abrir los ojos con intenciones de sacármelos de las cuencas,

de celebrar el día.

Ebria de sol y cegada, con las 

    [pupilas dando vueltas 

    [entre mis dedos

como dos monedas de 

    [diez centavos,

tan inútiles,

y sin embargo, tan capaces 

    [de decidir el destino.

Miramiento

Atrapar los versos en la 

    [palma de la mano,

cerrar el puño despacito 

    [y volver a abrirlo

como si nos diese demasiada pena     [herirles las palabras,

maltratarles algún verbo, 

    [cortarles las alas,

terminar por encontrarnos/ 

    [un poema muerto 

    [entre los dedos.

Estraperlo

Cuarenta grados de calor/ 

    [a la sombra

ociosa de mi cuerpo

habitado de alimañas y hierbajos

y algún que otro/ ser fotografiable.

Una geografía tan inútil

como la de tu país de 

    [selvas profundas

que rodean las lagunas/ 

    [aún más profundas

de tus pupilas negras

pobladas de tarariras,

algas frondosas,

y eso que se esconde / 

    [como un himno

tras la melodía silvestre 

    [de tus labios.

Hagamos un pacto, entonces,

un convenio de comercio bilateral

entre tu producto bruto 

y mis ganas netas

sin controles de fronteras

ni policías de cada lado

hurgando qué te llevás

ni con qué me quedo

en este contrabando nuestro

a plena luz inmutable del día.

Que nadie diga

Me pinté las uñas de negro.

Me vestí las uñas de luto

y de sangre coagulada

y de garras, por si acaso.

Después el maquillaje, los modales     [y el perfume de siempre.

Pero nadie diga que no les advertí

    [que hoy dejé colgados         [tras la puerta

el collar, la correa 

    [y la plaquetita de latón         [con mi nombre.

Motivos del autor

A la abuela Norma

De pronto este gorgoteo 

    [de palabras,

como si tuviese que llenar 

    [el mundo de versos

garabateados en un cielo azul

que podría terminar 

    [a diez centímetros

o no acabar nunca.

Todo porque te fuiste.

Y la muerte deja 

    [una página en blanco

en el cuaderno de los días.

¿Con qué voy a llenarlo 

    [sino con palabras,

que es lo único que me sobra?

Las lágrimas se secan.

La tristeza por momentos se olvida.

Nadie puede mantener el papel 

    [de deudo tanto tiempo,

pero tanto, que se vuelva piel.

Demasiadas luces de colores, 

    [me digo,

y otra gente va y se muere

y otras tristezas tapan la mía

como una avalancha.

Hay que tener pudor frente 

    [al dolor ajeno.

Entonces sonrío. Porque no

    [puedo estar más triste 

    [yo que los otros.

Ni estar tan triste frente 

    [a la alegría de los otros.

Entonces sonrío y vuelvo a casa, 

dejo la cartera, 

    [prendo un cigarrillo

y escribo

hasta que el mundo entero 

    [sean sólo palabras

que cubran tu ausencia

como un pintor que rehace 

    [una y otra vez su obra,

como un manto piadoso

sin que otros se den cuenta,

sin generar alarma,

sin lastimar a nadie.

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