Mariana Rinesi o “el rictus del futuro y otras calamidades”
Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral
Nacemos. Somos arrojados al mundo. Ese mundo que nos es preciso “aquietar” para que el peligro de vivir nos permita, al menos, momentos de tregua que algunos darán en llamar alivio, otros felicidad a la manera de los epicúreos, los estoicos o en otros términos, los budistas. Pero ni bien buscamos ese camino que Mariana Rinesi llama ataráxico, la vida misma se empeña en arrojarnos “al Puerto de Palos de la vereda” y todo periplo nos recuerda que somos animales políticos que día a día nos sentimos más cercanos a las bestias que a los dioses.
Hay un tono de vencimiento, de desgarro en la voz de Mariana, pero que en ningún momento se torna cierre o renuncia, sino más bien conciencia sentida y vivida de aquello con que nos interpelaba Hölderlin: “Donde hay peligro crece lo que nos salva”. Así nos señala Rinesi acerca del peligro de sentirse viva: “No importa cuánto pongas tu corazón a salvo/ No hay resguardo alguno, salvo la muerte./ Y de la muerte, no hay resguardo alguno./ Queda entonces latir hasta que alcance”.
Hermoso peligro este de abordar la poesía de esta poeta de las nuevas generaciones que ha llegado para quedarse.
Muestrario mInimo
Acceso denegado
Olvidé las contraseñas/
[de todas las cosas.
No tipeo, texxxteo sin cesar
[palabras caducas.
Y nada funciona.
Mi corazón, a veces tan encriptado/ [es lo único a lo que tengo [acceso.
Cuando él quiere. Vale aclararlo.
Una cuestión política
Todos mis viajes son políticos,
¿y qué no?
Mi levantarme cada mañana
a colonizar el mundo
desde la puerta de hierro de mi casa
que da al Puerto de Palos
[de la vereda
y de ahí
…al infinito
de las calles de cristal y mosquitos
de mi barrio:
Mi ontológico recorrer
los recovecos
de los extraños
que espían en las esquinas
el sueño americano
tras el vidrio levantado de los autos
made in “otros mundos”
pulidos y lujosos
como el mendrugo de pan
que resbala al suelo
quedamente.
Por último, el aprendizaje
[de cada día
contra enemigos invisibles
que se cuelgan de mis párpados
y toman por asalto mis latidos
con gases para que llore o vomite
hasta que la palabra soberana
signifique sólo eso
que se seca en la vereda.
El gesto ajeno
Me pregunto de dónde
[vendrá esta arruga
que se marca promediando
[mi mejilla izquierda.
Sonrío, hago muecas, frunzo el ceño,
guiño un ojo, el otro,
[los dos a la vez y bostezo,
pero la arruga permanece
[al margen
como si esas morisquetas no
[tuvieran que ver con ella
y su trazo reflejase otra escritura/ que las del ir y venir cotidiano.
Quizás esta arruga sea una arruga [del reflejo de mi rostro,
un rasgo de carácter de aquella [que me observa
cuando la observo.
Tal vez mi rostro le sea ajeno, como
[una arruga alquilada
a otras emociones que
[no me pertenecen;
a la foto del pasaporte de un exiliado,
al rictus del futuro y
[otras calamidades.
Puede ser también
[el reborde de mi boca
cuando aspiro hasta ahogarme
[en el aire del mundo
y no hay músculo ni piel
[que me contenga
mientras acumulo bocanadas
[de sol en los carrillos
y los ojos se me van por ahí de paseo
y dejo tirada la piel
[por cualquier lado,
aunque después la encuentre
[también arrugada
y haya que andar
[cosiéndole los botones.
Sinopsis
No importa cuánto pongas
[tu corazón
a salvo.
No hay resguardo alguno,
[salvo la muerte.
Y de la muerte,
[no hay resguardo alguno.
Queda entonces latir
[hasta que alcance.
Goce
Este abrir los ojos con intenciones de sacármelos de las cuencas,
de celebrar el día.
Ebria de sol y cegada, con las
[pupilas dando vueltas
[entre mis dedos
como dos monedas de
[diez centavos,
tan inútiles,
y sin embargo, tan capaces
[de decidir el destino.
Miramiento
Atrapar los versos en la
[palma de la mano,
cerrar el puño despacito
[y volver a abrirlo
como si nos diese demasiada pena [herirles las palabras,
maltratarles algún verbo,
[cortarles las alas,
terminar por encontrarnos/
[un poema muerto
[entre los dedos.
Estraperlo
Cuarenta grados de calor/
[a la sombra
ociosa de mi cuerpo
habitado de alimañas y hierbajos
y algún que otro/ ser fotografiable.
Una geografía tan inútil
como la de tu país de
[selvas profundas
que rodean las lagunas/
[aún más profundas
de tus pupilas negras
pobladas de tarariras,
algas frondosas,
y eso que se esconde /
[como un himno
tras la melodía silvestre
[de tus labios.
Hagamos un pacto, entonces,
un convenio de comercio bilateral
entre tu producto bruto
y mis ganas netas
sin controles de fronteras
ni policías de cada lado
hurgando qué te llevás
ni con qué me quedo
en este contrabando nuestro
a plena luz inmutable del día.
Que nadie diga
Me pinté las uñas de negro.
Me vestí las uñas de luto
y de sangre coagulada
y de garras, por si acaso.
Después el maquillaje, los modales [y el perfume de siempre.
Pero nadie diga que no les advertí
[que hoy dejé colgados [tras la puerta
el collar, la correa
[y la plaquetita de latón [con mi nombre.
Motivos del autor
A la abuela Norma
De pronto este gorgoteo
[de palabras,
como si tuviese que llenar
[el mundo de versos
garabateados en un cielo azul
que podría terminar
[a diez centímetros
o no acabar nunca.
Todo porque te fuiste.
Y la muerte deja
[una página en blanco
en el cuaderno de los días.
¿Con qué voy a llenarlo
[sino con palabras,
que es lo único que me sobra?
Las lágrimas se secan.
La tristeza por momentos se olvida.
Nadie puede mantener el papel
[de deudo tanto tiempo,
pero tanto, que se vuelva piel.
Demasiadas luces de colores,
[me digo,
y otra gente va y se muere
y otras tristezas tapan la mía
como una avalancha.
Hay que tener pudor frente
[al dolor ajeno.
Entonces sonrío. Porque no
[puedo estar más triste
[yo que los otros.
Ni estar tan triste frente
[a la alegría de los otros.
Entonces sonrío y vuelvo a casa,
dejo la cartera,
[prendo un cigarrillo
y escribo
hasta que el mundo entero
[sean sólo palabras
que cubran tu ausencia
como un pintor que rehace
[una y otra vez su obra,
como un manto piadoso
sin que otros se den cuenta,
sin generar alarma,
sin lastimar a nadie.
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