Por José Ceschi
¡Buen día! Uno de los tantos pensamientos de Bernard Shaw que me gustan es el que dice: “No tenemos derecho a gozar de la felicidad si no la creamos en torno nuestro, de la misma manera que no la tenemos a consumir la riqueza sin producirla”. Así como el bien es naturalmente expansivo -mientras no se coarte su despliegue- la felicidad o la alegría son naturalmente contagiosas.
Si hablamos de felicidad nos referimos sobre todo a una dicha íntima, que puede o no reflejarse en la mirada, en los gestos, en el modo de moverse, etc.
Cuando nos referimos a la alegría, una de sus características es que ella necesita expresarse. Así todo el mundo puede ver que una persona está viviendo una alegría. “Donar alegría es uno de los más baratos gestos de generosidad, pero aun así, se trata de una actitud humanamente exótica, con poquísimos cultores. La alegría es contagiosa, se reproduce de la nada y no hay individuo que se haya visto privado de ella por el hecho de haberla repartido a raudales. En serio, usted podrá comprobar que cuanta más alegría despilfarre, más rápido ha de incrementarse su capital de buenas ondas”.
Estoy reproduciendo una breve e interesante nota de Norberto Fripo: “Donar alegría”, en la que subraya que a esa misma conclusión llegaron especialistas de la salud emocional en sendas reuniones simultáneas. Lo curioso es que ambos congresos se realizaron en dos puntos tan dispares del planeta como Buenos Aires y Helsinski. Dice Fripo “Desde luego, la alegría de buena calidad es difícil de conseguir, tal vez porque eso de prodigarla sin aspiración de recompensa sólo está en la mente y en la naturaleza de seres humanos bastantes raros. El mercado pone a disposición de los consumidores toda clase de alegrías de rezago, gruesas y chapuceras, pero las que verdaderamente halagan el espíritu suelen escasear tanto como cualquiera de los sentimientos altruistas...”. ¿Qué tal si usted y yo nos sumanos al desafío?
¡Hasta mañana!