Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral
Una carta, mi amor solo una carta / que me cuente detalles de tu vida / la gente que conoces, los sueños que te habitan, y me recuerde el llanto de nuestra / despedida.” Así cantaba el salteño Daniel Toro su exitosa canción, luego de integrar los grupos folklóricos: Los Tabacaleros, Los Forasteros, Los Viñateros, y Los Nombradores. Aludía a la necesidad impostergable de tener noticias, de apelar al intercambio, que la carta era capaz de sellar en un pacto genial de charlar con letras, papel y tinta.
Había un “monumento” emplazado en la esquina neurálgica de Junín y San Juan, que simbolizaba ese acto de amor y amistad, comercial o de urgencia que la carta llevaba en su interior. Era un cilindro de metro y medio de metal que con su color rojo furioso logró identidad popular, emplazados en lugares estratégicos de calles argentinas. Era sin duda el tradicional buzón de cartas, que se vino de Inglaterra por primera vez en 1858, gestionado por Gervasio Antonio Posadas desde la Dirección General de Correos, Postas y Caminos, instalado en la vía pública para la comunicación epistolar entre personas, sin importar las distancias. Luego, el cartero se encargaba de hacerla llegar desde el buzón a la oficina de Correos, o del Correo al destinatario a la vuelta de producido el maravilloso intercambio.
El poder escribir una carta manuscrita a alguien más allá de la rapidez y síntesis que pueda producir Internet, no tiene parangón porque escribir establece una ceremonia, que arranca en los afectos. Hay ternura por el solo hecho de construir palabra por palabra un tema, tomarse el trabajo de decir muchas veces lo que no somos capaces de decir a alguien. No solo se pone en acción ese maravilloso mecanismo de poder instalar en mente un tema, que luego iremos palabra por palabra grabando en el papel, cuyo cuerpo blanco alojará en su superficie generosa todas las ideas, trámites y urgencias que cada premura establece.
En lo personal, escribir tiene la magia de volar y cubrir distancias, sin temor de recorrer todos los destinos. La duda que siempre obra es cuál será la sorpresa o no del destinatario, hoy cuando las urgencias han agotado el noble ejercicio de la escritura específicamente a mano, lapicera de por medio.
Pensar que los libros más famosos y perdurables originalmente se escribieron como una carta, para pasarla una vez corregido a imprenta, y no por ello perdieron calidez ni jerarquía. Sin ir más lejos, personalmente, aficionado a la fotografía, mandaba mis rollos de películas color a un laboratorio de marca notoria que estaba en Panamá, específicamente para el Cono Sur. Me tomaba mi tiempo en remitirlo vía correo, ellos el propio, y la alegría cuando el Cartero me lo dejaba en mi domicilio, reveladas y brillantes.
Era un ejercicio que lo hacíamos con placer. Había una ansiedad por la respuesta de la amistad a distancia, el trámite que no aguarda y siempre urge. Me tocó desempeñarme como Técnico Dibujante en el Correo Central del Distrito 13 Corrientes, y allí presencié esa maquinaria de cartas y encomiendas, asiento de una multitudinaria población de empleados al servicio de la gente aguardando noticias.
Como la mente horada el espacio tiempo, me permito vislumbrar ese paisaje ciudadano que guardaba el buzón rojo y de pie de Junín y San juan, era la parada obligada que marcaban los colectivos urbanos que pasaban raudos. El edificio del Mercado Central de fondo, los comercios las Tres B y la Tienda Hidalgo Solá, haciendo cruz. Muy próximo Ferretería Casa Maffei, a corta distancia Frigorífico Chaco, La Cabaña lácteos, en la propia esquina del Mercado San Juan y Agustín González, Agencia Cosoy, para ver cómo el azar se comportaba con la suerte. Los puestos callejeros de revistas de Mickey, El Pibey Tinta, daban ritmo y noticias al escenario del buzón, ese receptáculo inconfundible, que se erigía como dueño absoluto de una Corrientes que se fue. Me hace acordar a la imagen del personaje absolutamente porteño, Juan Mondiola, el clásico “guapo” y “galán”, que recostaba su inconfundible figura junto al colorido buzón donde la gente depositaba sus cartas.
Juan Mondiola era una figura popular, creado por el periodista Miguel Angel Bavio Esquiú, que lo hizo famoso a través de sus crónicas en la revista Campeón, y luego el dibujo lo eternizó porque la imagen comunicó su carácter. Primero lo dibujó Pedro Seguí en la Revista Rico Tipo, y luego el dibujante Héctor Torino en la Revista Avivato. Tan popular fue que copó el cine nacional con una película interpretada por el actor Juan José Miguez, en el rol del singular personaje.
Sarmiento fue un gran enamorado, autor de cartas de amor memorables, es decir que el buzón de correos era la vía que lo conectaba con la escritura y las personas que amaba. Tuvo, como todos, un amor imposible, arriesgaría, “el amor de su vida”, que casi siempre no es correspondido. Se llamaba, Aurelia Vélez Sarsfield, y dos meses antes de su muerte, le escribió unas líneas cuya prosa habla de su riqueza incomparable: “Venga, juntemos nuestros desencantos para ver sonriendo pasar la vida con su látigo cuando castiga, con sus laureles cuando premia.” La carta entonces, siempre estaba asociada en su desesperada necesidad de comunicación, a ese buzón plantado en las calles del país naciente.
Roberto Yanés, ese cantante de voz perfecta nacido en Córdoba, pianista de Ana María “Cachito”, pasa a ser solista contratado por CBS en 1958, grabando “Dónde estará mi vida” y “El espejo”, pero sin duda su éxito mayor lo constituyó el bolero “Escríbeme”: “Son tus cartas mi esperanza. / Mis temores, mi alegría. / Y aunque sean tonterías… / Escríbeme, escríbeme.” /
Nadie se queda atrás en esa práctica de hacer una carta, también Daniel Toro, que fue figura descollante en el folklore argentino apelaba en su canción “Escríbeme una carta”. “Escríbeme, con tinta de violetas / en un papel de amor / olor a ausencia. / Escríbeme, poniendo en cada trazo / la fiebre de tu pulso / que se vuelve abrazo / y es un abrazo tuyo. / Una carta, mi amor solo una carta / que me empañe los ojos de alegría.” /
Si tiene historias para contar el buzón de Correos, es la vida plasmada en versos que cuando lo hicimos no sabíamos que íbamos a tocar los dinteles del cielo. La escritura tiene esa magia en que el buzón era nuestro aliado para engrandecer los afectos, ya que hacerla era cerrar el circuito de remitente y destinatario. Entre dos, ser uno solo.