Las urgencias del mundo pasan en este momento por lo sanitario, derivado de la pandemia provocada por el coronavirus y por los efectos sociales, políticos y económicos que esta crisis global de salud han comenzado a generar. Es razonable que otros temas pasen a segundo plano cuando lo que está en juego es la vida de las personas. Eso no impide que, atendidas razonablemente las urgencias, quienes tienen entre sus manos el manejo de áreas sumamente importantes sigan trabajando en la búsqueda de soluciones de fondo para los problemas más acuciantes del país. La educación, sin dudas, es uno de ellos.
A los habituales problemas que derivan con lamentable frecuencia en el incumplimiento del mínimo de 180 días de clase anuales, que rige a partir de la sanción de una ley que data de 2004, se acaba de sumar ahora la justificada suspensión de las clases presenciales por dos semanas en todos los niveles de enseñanza , para evitar o al menos controlar la propagación del coronavirus.
Se trata de una decisión que indudablemente afectará el proceso de enseñanza y aprendizaje, pero también constituye una oportunidad para desarrollar metodologías de educación a distancia, más allá de las enormes desigualdades de condiciones en que se encuentran nuestros niños fuera de las aulas.
Existe actualmente un fuerte desequilibrio en términos de equipamiento, conectividad y contenidos virtuales entre muchos colegios privados y la mayoría de las escuelas públicas. La grieta educativa quedará mucho más expuesta merced al coronavirus.
El ciclo escolar había comenzado este año con relativa calma, con menos distritos con el inicio de clases demorado como consecuencia de paros docentes. Sin embargo, ya antes del comienzo del ciclo lectivo se sabía que alrededor de un tercio del país no estaría en condiciones de cumplir con los 180 días, como viene ocurriendo durante los últimos 16 años. No sabemos todavía qué estrategias diseñarán esos distritos para que los alumnos no pierdan jornadas de clase ni qué se prevé a partir de la pandemia de coronavirus y la restricción de la presencia de docentes y alumnos en las aulas por dos semanas.
Sí hemos escuchado ya de parte de autoridades educativas de distintos niveles que se prevé destinar más recursos a educación. La pregunta es si más dinero implica más enseñanza y un aprendizaje de mayor calidad. Mucho se habla de la tecnología y de la economía del conocimiento. ¿Están las escuelas apuntando a ellas? ¿Alcanza con anunciar que se entregarán más netbooks? ¿O acaso ese instrumental no debe ir acompañado por una mayor capacitación docente y una currícula adaptada a los tiempos que corren?
Brindar oportunidades de aprendizaje no es lo mismo que brindar oportunidades de aprendizaje válidas. La tecnología no sirve en manos de quienes no la saben usar. Pero aún antes de pensar en tecnología, o paralelamente a ello, hay que repensar otras cuestiones de cuya ineficiencia vienen dando cuenta las pruebas nacionales e internacionales: muchos -demasiados- de los alumnos de nuestro país no entienden lo que leen o no pueden resolver determinados problemas matemáticos básicos.
Queda por intentar solucionar el altísimo porcentaje de ausentismo escolar, calculado en un 25 por ciento; que los docentes, o más bien muchos de sus representantes gremiales, entiendan que no puede haber mejor educación si no se perfeccionan; que evaluar no es un instrumento de control con fines comerciales, como absurda e increíblemente interpretó Adriana Puiggrós, viceministra de Educación, aunque luego haya intentado relativizar sus dichos; que hay que hacer algo serio y rápido para revertir la tendencia que indica que muchísimos alumnos de zonas vulnerables no llegan a terminar la escolaridad primaria y que es sumamente preocupante el abandono de estudiantes en el nivel secundario.
En muchas escuelas del país se trabaja con la mirada puesta en el futuro, pero con mecanismos del pasado. Reinsertar a los jóvenes en las escuelas, extender la escolaridad de modo que llegar a un nivel terciario o superior no sea posibilidad de unos pocos; fomentar la lectura y fortalecer los vínculos con las familias son acciones que no admiten más demoras. Las prioridades derivadas de las crisis de salud o económico-financieras no pueden llevarnos a desplazar de la agenda de temas como ese.