Mientras redacto esta nota atravieso la cuarentena como quien atraviesa un desierto. Pareciera ser que en Madrid no sólo los bares y restaurantes han bajado sus persianas, sino que también los pájaros se han llamado al silencio. No me visita el zorzal de pecho colorado que suele recordarme las “cinco condiciones del pájaro solitario” de un tal San Juan de la Cruz, ni “los niños del aire” como llamaba mi amigo Miguel Hernández a los gorriones; tampoco la urraca parlanchina hace gala de su plumaje azabache para envidia de un zaino negro que supo tener mi abuelo Teodomiro. Nada, las visitas de siempre son pura ausencia que se aquerencia en mi corazón, pero no me engaño: esa “querencia” es presencia, es una chispita de luz que se frota contra lo imposible y contagia, invita a la vida de ojos abiertos, de abrazos que serán dados como un acto de creer en el mundo y en el ser humano. Y recuerdo al poeta José Alarcón que decía: “Hay que intoxicar con poesía, debemos intoxicar a nuestros jóvenes”. Cuánta humanidad había en sus palabras-actos, palabras andantes y edificantes. Así ese rocío invisible que vivifica, eso que llamamos poesía viene a empaparnos, a darnos el abrazo que necesitamos para no sentirnos tan solos.
La poesía del poeta mercedeño Anselmo Vallejo se nutre de la alta tradición española del 27 por un lado, cuando se inscribe en un hondo lirismo; y por otro lado bebe de las raíces folclóricas correntinas y argentinas (algunos poemas han sido musicalizados). Es en el lirismo donde el poeta paiubrero encuentra quizá su mayor vuelo y profundidad. Palabra dotada de ritmo y cadencia que sabe hundirse y quedarse en el “otro”: “¡Quién volverá hoy, en esta noche,/ como un río de otoño,/ todo vaho y perfume,/ todo trébol pisado,/ todo cansancio cerca;/ mientras gira la tierra con sus muertos y vivos!”. Radicado en Buenos Aires desde hace largos años, Vallejo vive a Corrientes desde una nostalgia decantada, sutil, capaz de convertir en luz los ocres y grises del exilio voluntario: “Tu niño va mojado y loco,/ desnudo, de la mano del viento,/ comiendo los azahares”.
MUESTRARIO MINIMO
QUIEN VOLVERA MAÑANA
Quién volverá mañana
a traernos las glicinas en la
[tarde lumbrosa
[como un ángel.
Desde el adiós vigilan las espuelas
entre gallos rojizos,
blanca pluma,
amanecer caballo que regresas
todo poncho de nube,
todo sombrero torvo
a este poquito de luz
que no se ha ido de puro hermano.
Quién volverá mañana
[desde el amor,
quién, desde el oscuro cardo,
desde el follaje del miedo
donde todo gira dando vueltas,
donde todo gira y se mueve!
Grandes ríos de greda
como bestias volcados sobre
toda su sangre
los ceibos exprimidos.
Lentos viajes que regresan
desde los densos humos del otoño;
grandes himenópteros oscuros,
todo sombrilla,
que traen el amor cortado,
[en cada garra,
y en el mar se descalzan como río,
nave en su sueño.
Quién volverá hoy, en esta noche,
como un río de otoño,
todo vaho y perfume,
todo trébol pisado,
todo cansancio cerca;
mientras gira la tierra
[con sus muertos y vivos!
EL OTOÑO PUDRE Y
AMONTONA...
Cómo serán tus labios abiertos
[entre flores
entre las parras que el otoño
[pudre y amontona;
cómo serán tus dedos
[por la ciudad oscura,
por la piedra;
cómo será tu canto de viajero
[por los hoscos caminos.
Cómo será la lluvia abierta
[entre las flores,
entre cruces, entre abrazos,
entre lágrimas de tanto desamor,
de tanto amor,
mientras tu voz va hablando
[encadenada.
Cómo serán las aves de la patria,
los lobos entre sauces
con guitarras melodiosas
[en las manos
con acordeonas llorando,
las garzas que se vuelan
[hasta cerrar
las pestañas del crepúsculo...
Para qué tanto dulzor enhiesto,
tanta lluvia rezumando vida
por el negro florecimiento
[de los mármoles,
por las patas del ñandú,
las lágrimas atadas
[a esos claros violines
que hoy se vuelan como gaviotas
por esos mimbrerales flotadores,
por los oscuros mares de la pampa.
Los potros degollados entre flores,
con sus rondas de niños,
[los jazmines,
los cuchillos, tanta sangre,
todos los ojos de mis ojos,
todo mi llanto de rodillas
apoyado en las piedras del orgullo,
mientras llueve hoy,
[en Buenos Aires.
Pero, tu cuerpo infecta la ciudad, [casi insepulto
y toda la tierra lame el polvo
en una sola copa.
Tu niño va descalzo
[por los maizales
con su palita verde,
va demente, cargado de preguntas,
con flores de lapacho
[por las sienes,
por los hondos bañados,
por el fondo de los ríos secos.
Tu niño va mojado y loco,
desnudo, de la mano del viento,
comiendo los azahares.
Clara lluvia por los andurriales
del cielo, por sus villas,
por los basurales del alma,
por los mármoles negros,
por los blancos, que acaricias,
[como cada medusa.
Y tus manos, tus ojos, y tu voz,
pequeña, para siempre.
DUERME MI PUEBLO OSCURO
Duerme mi pueblo oscuro
entre los brazos espumosos,
al margen de las islas y los cedros,
en medio de los huesos de muertos
que blanquean como
[lunar cortadas
al pie de las espiras del aire,
de las flores del aire.
Duerme, mi viejo dolor atardecido,
junto a ese cuerpo móvil
[que cimbrea,
junto a ese torvo ejército del agua
que socava nuestros cuerpos
[indefensos
llevándonos
a un arenal sin límites.
Amarra de amor, a la distancia,
guerreros y sombras de guerreros
en tus arenales leves
se levantan y regresan a buscar [nuestros nombres,
a buscar nuestros labios
para que sellen sus cuerpos
[y sus almas,
para que puedan morirse.
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