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Pandemia: ¿hambre real o hambre emocional?

El aislamiento al que condiciona la pandemia por el covid-19 y la época invernal resultan un combo que nos lleva a una pregunta casi obligatoria: ¿comer por hambre o ansiedad? Si bien habitualmente usamos la palabra ansiedad para referirnos a la situación, sería correcto aprender a emplear el término indicado: hambre emocional. Debemos tomarnos unos segundos para pensar qué sentimos antes de abrir la heladera por décima vez. 

Por Narella Antonina Colussi

La problemática afecta tanto a hombres como mujeres, niños, adultos o adultos mayores, a personas sanas o enfermas y la gran mayoría de las veces el comer compulsivamente sin sentir hambre real conlleva a la aparición de sobrepeso y enfermedades asociadas, como las crónicas no transmisibles: hipertensión, diabetes, colesterol elevado, etc, por ello es esencial aprender a distinguirlos a fin de aplicar las herramientas necesarias para desarrollar una buena disciplina alimentaria.

¿Cuándo es hambre real?

El hambre fisiológico o hambre real se da cuando nuestro cuerpo lleva algunas horas de ayuno sin ingerir alimentos lo que ocasiona que se enciendan las alarmas de pedido de combustible para funcionar. Las señales que nos alertan de que necesitamos ingerir alimentos son: rugido de estómago, sensación de estómago vacío, toma de conciencia de las horas que han transcurrido sin consumir alimentos y paciencia para conseguir y preparar los alimentos que planificamos consumir. 

No existe selectividad, no deseamos alimentos concretos sino la mera necesidad de sentarse a realizar una comida a fin de nutrir el cuerpo y continuar con las actividades cotidianas.

¿Cuándo es hambre emocional?

Es el famoso “como por ansiedad” aunque técnicamente se define como hambre emocional, se caracteriza porque aparece de repente, es impaciente, apresurado e insaciable, cuando la persona padece episodios de hambre emocional suele tener preferencia o antojo por algún alimento en particular, generalmente poco saludable y muy calórico por ejemplo dulces (golosinas, postres, tortas, panificados) o alimentos ricos en grasas y sal (hamburguesas, productos de copetín, platos suculentos, etc). Esto no es casualidad, la ciencia ha logrado demostrar que cuanto más azúcares, grasas o sodio tenga un alimento resulta más adictivo para el ser humano dada la alta dosis de placer que genera a nivel cerebral, por lo tanto, es probable que la persona que satisfaga su ansiedad con ellos experimente un estado momentáneo de alegría y placer al consumirlos lo que no le permite tomar dimensión de las peligrosas consecuencias del hecho. 

Frecuentemente se manifiesta por más que el individuo haya comido recientemente o esté satisfecho, la compulsividad afecta tanto la sensación de saciedad que la persona no se da cuenta del gran volumen de alimentos que está consumiendo en un momento dado o incluso a lo largo de un día o varios.  Lo más importante de ésta situación es poder reconocer que se está comiendo de modo emocional y no de modo fisiológico para así poder identificar el origen de la misma. 

 

El dato

La autora es magister internacional en Nutrición y Dietética y licenciada en Nutrición. Dispositivo “El Camino” - Atención médica, nutricional, psicológica y psiquiátrica (Carlos Pellegrini 1728, Cel.: 03794-346971).

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