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Sintonía de radio

La radio tiene el plus de que, al ser sonido puro, la imaginación corre por su cuenta, dibujando en cada uno un paisaje personal.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

El año 1920 sirvió de advenimiento para agendar los escarceos e intentos por instalar ese medio de información y entretenimiento que, por aire, el ingeniero Guillermo Marconi hizo el milagro que se replicaría en nuestro país.

Mucho antes de 1920, Marconi venía experimentando lo que sería la radio hasta nuestros días. “Los locos de la azotea”, que eran jóvenes argentinos pujantes: Enrique Susini, César Guerrico, Luis Romero Carranza y Miguel Mujica, como denominaron los porteños a ese grupo de inteligentes amigos que agotaban las horas sobre los techos del primer centro experimental, que sería el Teatro Coliseo de Buenos Aires. La década del 40 fue sin duda la apoteosis de su fuerte desarrollo. Tres emisoras copaban el aire: LR1 Radio El Mundo, LR3 Radio Belgrano y LR4 Radio Splendid. Las que a su vez encabezaban, para cubrir el país, cadenas de emisoras diseminadas en todo el territorio nacional, para alegría de quienes abrevamos esa radio creativa, diferenciada, de calidad y voces de fuertes tonos que se hicieron costumbre, no solamente expresivas, sino inteligentes, talentosas. Lo primero que llamó la atención de la gente fue la música, en especial el tango, pero mucho más que nada el prodigio de que sus salas mayores cobijaban la presencia de público que se sumaba a la emisión, con aplausos y hasta a veces con participación directa, llevando sus propias expresiones, lo que le confería un clima muy especial, único.

El público presente es esencial en determinados tipos de programas radiales, porque no solamente le da una fuerza extraordinaria, sino que lo dota de certeza “en vivo y en directo”, actuando frente a sus ojos.

Esto que viene ahora es la esencia que me tocó vivir en carne propia, porque la radio toda mi vida ha sido el “motorcito” que me acompaña siempre. Una vez agotado todos los caminos ensayados tanto en radio como en televisión y hasta en la producción, como así en los textos que alimentaron libretos comerciales y artísticos, me permitió tener una vista general forjada a la sombra de un micrófono o una cámara. 

Lo del público, influenciado por esa radio primera, era la asignatura pendiente. Una vez estando nominado para el Martín Fierro de Aptra, tuve que viajar hasta Neuquén. Me vine sin el “gaucho” identificatorio de haber ganado, pero la nominación me eximía por ser ya un honor haber competido y me animaba a seguir intentándolo. Cuando retomo mis tareas, ese mismo sábado por la tarde, concurro a LT7 Radio Corrientes para hacer, como de costumbre, el programa. Lo que no estaba en mis cálculos era la sorpresa que me había preparado el tecladista y productor discográfico Alberto “Pombero” Romero. Voy a ingresar, cuando el policía de guardia (también tan gratamente confabulado) me dice: Balduino, creo que hay un problema, los técnicos están dilucidando a ver qué hacer con la emisión de su programa y lo esperan enfrente de la emisora, en Café del Sol, ese pequeño y querido Tortoni por sus manifestaciones culturales, comandado entonces por ese gran soñador que ha sido Alfredo Campos. Rescato que esto sucedió entre el 2004 y 2012.

Preocupado, cruzo la calle e ingreso al local. Cuando lo hago, me encuentro repleto de gente y en cerrado aplauso me recibe, con amigos comunes, músicos, poetas, pintores, periodistas, etc. Y en un ángulo bien visible, cálido y notorio, un espectacular micrófono Noiman, de la colección profesional de “Pombero”. Ese fue el puntapié inicial, a partir de allí lo hice una tradición de conectarnos en vivo con el público, una vez por mes como corolario mensual, y reeditar ese “choque” con el oyente frente a frente, y asistir a verdaderos conciertos de la música popular, donde se dio de todo. Artistas que fui conociendo y eligiendo que estaban por fuera de ese círculo tan cerrado, lo cual aseguraba otra mirada sin despojarse de la eternidad de temas con vigencia y encendida emoción. Músicos pertenecientes al Chaco, Formosa y Corrientes, y hasta algunos de afuera. Me hacía recordar, por la magnitud de la concurrencia, la devoción de no fallar en cada encuentro mensual, similar, de alguna manera, a lo que escuchaba cuando chico por Radio Belgrano: “El té danzante Palmolive del aire”, lo que se constituía en un desfile estelar de grandes representantes del arte de entonces.

Cada último sábado del mes se hizo costumbre que “Con todo respeto” fue grabando en ceremonia un estilo maravilloso de hacer radio, con charlas informales con los artistas, la experiencia y la mirada de los asistentes, como así la gran masa que seguía pegada al receptor en la región. Desfilaron “Cacho” Núñez, Nini Flores, Nelly Blanco, Víctor González, Carlos Maciel, Luis Roth, Ramiro Pedroso, el grupo vocal Canto Vital, Soncko, Rubén Sosa, Pedro “Lito” Vargas y su gran banda, la Orquesta Sinfónica Juvenil del Instituto de Música con la dirección del profesor Tourte; “Juanchi” Cabrera, Amandayé, “Koki” Vila, Lorena Larrea, Oscar Mambrín, Jorge Castro, Dirseu, Lucio Sodja y su trío, César Mustracci, Eugenio Balbastro con sus amigos de siempre: Carlos, Luis y  Ramiro; un sinfín de grupos, solistas, poetas, etc. Alguna vez transmitimos del Instituto Semper, también desde El Mariscal, donde se sumó una amiga procedente de Buenos Aires, comadre de María Graña, tanguera para colmos, María Garay. Como así también en la confitería del hotel que estaba en la esquina de costanera y avenida Italia. El programa se emitía simultáneamente por LT7 Radio Corrientes (AM) y Radio Capital (FM), lo cual le daba proyección y muy buen sonido. 

Los colaboradores fueron muchísimos amigos, pero los estables eran quienes me proporcionaban excelente sonido de piso. “Oaky”, sacado su apodo del dibujo del bebé creado por García Ferré; la suma de los operadores de la radio, como Hugo Barrios, Carlos Arigossi, Jorge Montenegro, Oscar Castillo, Graciela Froy, entre tantos. El artista Eugenio Led, que plasmaba en fotos memorables de cada sesión que luego se convertían en gigantografía, permitiendo  así conferir al local un ambiente eminentemente de radio, con los propios artistas tomados en plenas sesiones, lo cual le daba una coloratura imprescindible, enriqueciendo la toma primigenia del fotógrafo. Diseñábamos afiches y volantes espectaculares que servían para la difusión del ciclo, como el reconocimiento de los artistas que ilustraban cada puesta. No puedo olvidarme del escritor y amigo de toda la vida, Martín Alvarenga, con quien conformábamos un vínculo que trasuntaba en cada emisión. Más música que palabras, pero con la suma vibrante del público ejerciendo frente a frente ese puente indisoluble entre emisor y receptor.

La radio mundial tiene por anécdotas que, en especial en los Estados Unidos, alguna vez estuvo a cargo de un programa musical Frank Sinatra, al que luego sustituye el norteamericano hijo de latinos, Andy Russell. La presencia de artistas de tales kilates se debía a que el lanzamiento de un disco se afianzaba por la gran llegada de la radio, constituyéndose en su gran difusora de éxito comprobado.

El público en un estudio le da vida. Uno palpita con ellos. Comparte la emoción de habitar salas de todas las dimensiones, viviendo la emoción con locutores, productores y los propios artistas que arrancan susurros, gritos, aplausos, compartiendo todos en la misma dimensión, presentes y oyentes que vibran plenos, soñando, enamorados de la palabra y sonidos lanzados al éter. La radio es única porque en ella convive todo, como la vida misma.

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