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No quiero que me vaya mal

¿Por qué la mayoría de los seres humanos le tenemos miedo al fracaso? Porque no queremos ser rechazados. También porque tememos que algo desagradable de nuestro pasado se vuelva a repetir. Esa es la raíz del hecho de que todos somos afectados cuando sentimos que nos ha ido o nos puede ir mal en la vida. 

Por Bernardo Stamateas

Colaboración especial

Nadie desea que lo rechacen. Y nadie desea revivir situaciones dolorosas del ayer. Lo cierto es que este temor, que en general es inconsciente, nos puede llegar a paralizar y a dejar inactivos. Si me fue mal con mi anterior pareja y tengo miedo de volver a enamorarme, de nada me servirá salir corriendo cada vez que surja la posibilidad de entablar una relación, por mencionar un ejemplo. Dicen los expertos que, por lo general, no nos produce rechazo aquel que ha cometido errores en su vida; todo lo contrario, no nos agrada estar cerca de personas que buscan exhibirse como “perfectas” delante de la gente. ¡Porque nadie lo es! 

El temor de que no nos quieran y nos dejen de lado se trata más bien de una voz interior que escuchamos a menudo. Dicha voz, que casi nunca reconocemos, suele nacer en la infancia y es el producto de padres o cuidadores que nos han criticado severamente. Muchos tienen la creencia, equivocada, que las voces externas son exactamente como ese juez interno que los juzga y critica todo el tiempo, aunque no sean conscientes de ello.

Hay quienes no quieren quedar en evidencia frente a sus errores. ¿La razón? Las equivocaciones constituyen una herida al amor propio que no es sano (conocido como narcisismo) y, en consecuencia, a la imagen que tenemos frente a los otros. Pero no existe ser humano en este mundo que nunca se haya equivocado. ¿Alguna vez te encontraste cometiendo un error? Seguramente sí. Y también estoy seguro de que, por grave que haya sido, aprendiste que hay vida después del error. Es decir, que todos podemos subsanar nuestros errores y pedir perdón si es necesario. Por eso, nada debería hacernos sentir condenados para siempre. 

Que alguien sea incapaz de admitir que se ha equivocado suele tener que ver, por lo general, con la relación que esa persona tuvo con sus padres en sus primeros años de vida. Ellos son la primera influencia que recibimos, según cómo nos hayan tratado cuando comenzamos a equivocarnos, determina nuestra capacidad para aceptar que puedo cometer un error, pero “no soy un error”, como muchos creen.

Cuando nos permiten equivocarnos de chicos, pero, al mismo tiempo, nos van marcando los límites que todos necesitamos para crecer emocionalmente sanos, podemos llegar a la adultez como personas que no tienen inconvenientes en reconocer errores propios y ajenos pero que se aman lo suficiente como para corregirlos, aprender la lección y seguir adelante confiados de su valor como ser humano.

Está permitido equivocarse. No deberíamos temerle al fracaso sino, más bien, usarlo como trampolín para realizar todos los ajustes necesarios, madurar y alcanzar nuestra mejor versión.

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