Por Leticia Oraisón de Turpín
Orientadora familiar
Especial para El Litoral
Cuentan que un rey recibió como obsequio dos pichones de halcón y los entregó al maestro de cetrería para que los entrenara. Pasados unos meses, el instructor comunicó al rey que uno de los halcones estaba perfectamente educado, pero que al otro no sabía qué le sucedía, no se había movido de la rama desde el día de su llegada al palacio, a tal punto que había que llevarle el alimento hasta allí. El rey mandó llamar a curanderos y sanadores de todo tipo, pero nadie pudo hacer volar al ave. Encargó entonces la misión a miembros de la corte, pero nada sucedió.
Por la ventana de sus habitaciones, el monarca podía ver que el pájaro continuaba inmóvil. Publicó por fin un bando entre sus súbditos y, a la mañana siguiente vio al halcón volando ágilmente en los jardines. “Traedme al autor de ese milagro”, dijo al maestro de cetrería. Enseguida le presentaron a un campesino. “¿Tú hiciste volar al halcón? ¿Cómo lo lograste? ¿Eres mago acaso?” Aquel hombre contestó: “Alteza, lo único que tuve que hacer fue cortar la rama. El pájaro se dio cuenta de que tenía alas y tuvo que empezar a volar.”
Este cuento me hace pensar en algunos jóvenes que nos acompañan y que muchas veces no sueltan marras, por indecisión, por desconocimiento de lo que tienen que hacer con sus vidas, o por no tener necesidad de decidir ninguna situación intrincada o peligrosa, ya que de eso se encargan sus padres.
¿Y por qué sucede esto? Simplemente porque siempre hay padres que solucionan y facilitan en demasía las tareas, los encargos y los problemas de los jóvenes, que deberían ir resolviendo solos y progresivamente, para poder desarrollar y madurar su personalidad.
Hay que saber dar oportunidades de despegue para afirmarlos y confirmarlos en lo que será su misión en la vida.
Cada uno tiene asignada una tarea en la que destacarse, porque esto está marcado por los dones recibidos, que no son otra cosa que las habilidades personales e intransferibles que distinguen a cada uno. Solo hay que desarrollarlas con la práctica y el esfuerzo de perfeccionarse.
Es deber de los mayores, padres y educadores o entrenadores, empujar, exigir e impulsar a desenvolverse solos, para que el desafío, el peligro o el miedo, los decida a tomar las riendas de sus vidas para responder adecuadamente al reto.
Pero para que suceda, necesitan ayuda y ésta puede darse de distintas maneras y según las circunstancias, pero debe realizarse con requerimientos de disciplina, orden y derivación de responsabilidades a su persona.
Enfrentarlos a mayores desafíos no es más que una muestra de la confianza que se deposita en ellos y de la seguridad de su respuesta.
Debemos animarnos a provocar el despegue para que tomen posesión de sus vidas y levanten vuelo al estilo de las aves mayores, que surcan el cielo a gran altura y con gran decisión.