Por Julio Sánchez Baroni (*)
Nació en Villa Ángela, Chaco, es licenciado en Historia del Arte por la Universidad de Buenos Aires, ha sido docente de la Universidad de Nueva York y actualmente de la Universidad Nacional del Nordeste. Escribe crítica de arte en diferentes medios (La Maga, La Nación, Clarín) y es director de la revista digital NAÉ, Nuestro Arte de Enfrente, editada por la Fadycc (Unne)
Especial para El Litoral
Después de su retrospectiva en el Museo Guggenheim en 1993, Rebecca Horn (Alemania, 1944) se consagró como una de las figuras clave del arte de fin de siglo. El cine, la performance, las instalaciones y las máquinas son algunos de los recursos que usa para reflexionar sobre el cuerpo y las relaciones humanas. Horn estudió en la Academia de Arte de Hamburgo y prosiguió su carrera en Londres y en Nueva York; a fines de los 60 comenzó a trabajar con uno de sus elementos preferidos, las plumas, e incursionó muy temprano en la performance con el tema de las extensiones del cuerpo. En los 70 comenzó a crear obras motorizadas que funcionaban por sí mismas y posteriormente se interesó por las instalaciones de gran escala. Tampoco el cine le es ajeno, entre sus películas se cuentan Buster’s Bedroom (1990), La Ferdinanda (1981) y Der Eintänzer (1978), y también se dedica a la docencia, ya que desde 1980 enseña en la Academia de Arte de Berlín.
Desde su infancia, Horn se involucró en el arte. De su niñez solía recordar a un tío pintor "que llevaba una vida exótica y colorida" y a una gobernanta rumana que le enseñó a dibujar a los tres años. Los trabajos con su cuerpo también se vinculan con sus propios padecimientos y enfermedades. A partir de 1967 comenzó a hacer grandes esculturas de poliéster y fibra de vidrio, como no usaba mascarilla sufrió un envenenamiento en los pulmones que la obligó a internarse por más de un año: "no me podía levantar, era una verdadera pesadilla. Estaba totalmente aislada del mundo y comencé a desarrollar ideas para comunicarme con la gente a través de mi trabajo. Mis primeras performances provienen de estas experiencias. Cuando volví a la Academia, mis trabajos giraban alrededor del cuerpo humano y usaba plumas, algodón y vendas. Cuando estás aislado o sólo hay una tremenda nostalgia por la comunicación y un fuerte deseo de comunicación a través del cuerpo. En mis primeras obras siempre aparecía una especie de capullo que usaba para protegerme, como los abanicos de plumas en los que podía encerrarme para luego abrirme e integrar a otra persona dentro de un ritual íntimo", relataba Horn.
Una de sus primeras performances fue Unicornio, de 1970, en la que una mujer desnuda provista de un gran cuerno en la cabeza caminaba por un trigal. Horn recordaba así su gestación: "Yo era muy tímida, me concentraba en una persona y trataba de comunicarme mediante objetos que construía. Así pasó con Einhorn. Había una estudiante muy alta y con un andar muy hermoso que yo quería acentuar y embellecer agregándole un cuerno blanco en su cabeza. Me acerqué a ella y le propuse construir un armazón para su cuerpo que debía usar desnuda. Para mi sorpresa ella aceptó, aunque de mala gana, ya que era muy burguesa. Hicimos la performance al amanecer; a las cuatro de la mañana invité a algunas personas y fuimos al bosque. Caminó todo el día por los campos, fue como una aparición. Dos cazadores pasaban en bicicleta y se cayeron de la sorpresa, sin poder creer lo que veían".
Las plumas se han convertido en un elemento emblemático, el interés surgió cuando un amigo le regaló una bolsa de plumas blancas. “Me tomó mucho tiempo poder meter la mano dentro de esa bolsa, como consecuencia de una mala experiencia que tuve de niña con una gallina degollada -relataba la artista-; hice un ala con las plumas y luego cubrí todo mi cuerpo. Se convirtió en mi segunda piel, no en algo para poder volar. Podía acariciar a alguien con esta ala, o podía abrigarlo convirtiéndolo en una persona-pájaro. La pluma es algo tan liviano como el cabello. Cuando algo muere, las plumas, el cabello, las uñas y los huesos quedan. La pluma es un material eterno y tiene su presencia, es parte de mi lenguaje".
Algunas de sus obras hechas con plumas son Viuda del Paraíso (1975), una estructura de plumas negro azabache que, como un puño que se cierra, cubre íntegramente el cuerpo de una persona; La prisión emplumada (1978), un mecanismo que abre un gigantesco doble abanico circular de plumas blancas o Abanico mecánico de pavo real (1981), un impresionante despliegue de plumas blancas movidas por una estructura metálica que imita la cola de esa ave.
Horn suele observar atentamente las conductas de ciertas aves. Cuando fue a filmar La Ferdinanda a una villa italiana había unos pavos reales blancos, Horn sabía que estas aves despliegan sus colas solamente en el período de celo. Cuando la artista llegó había pasado el momento y las plumas ya se les habían caído; entonces fue cuando decidió construir su propia máquina para que actuara su papel de cortejo todos los días. En otra oportunidad mientras estaba en Berlín filmando Twinkling; se encontró con una cacatúa, comenzó a mirarla, le guiñaba el ojo e imitaba sus sonidos, hasta que logró alterarla. El ave infló sus plumas y arremetió contra un espejo pensando que el reflejo era otra cacatúa, se puso agresiva y comenzó a atacar: "era la primera vez que veía su reflejo, de repente fue como un relámpago, todo se volvió muy claro y se percibía de forma diferente", relató la artista haciendo un paralelo con la experiencia humana.
Las máquinas de Horn son simples, poéticas y trágicas. El beso del rinoceronte, de 1989, consistía en dos arcos metálicos que se abrían y cerraban llevando en sus extremos sendos cuernos de rinocerontes; Alas de pinceles (1988), tenía un pequeño motorcito que agitaba doce pinceles de pintura remedando el vuelo de un pájaro. La violencia del amor estaba presente en Luna alta (1991), dos rifles Winchester colgados del techo a la altura del corazón de una persona que se movían en el espacio, primero apuntaban a las personas que entraban a la galería de arte y luego se movían lentamente hasta quedar enfrentados para dispararse mutuamente un líquido rojo. La galería Marian Goodman ofrece a la venta un estuche con dos pistolas cuyos caños metálicos se funden en un beso; "siempre quise hacer dos armas rivales que se disparaban entre sí balas que se fundían, como un beso de muerte", expresó Horn.