Por Emilio Zola
Especial Para El Litoral
Cierta mañana un profesor de filosofía ingresó al aula con un frasco transparente, reluciente, completamente vacío. Sin mediar palabras tomó una caja repleta de pelotas de golf y las vació dentro del recipiente, ante la vista de toda la clase. Y preguntó: “¿Está lleno el frasco?”.
Los alumnos respondieron que evidentemente sí, pero el profesor hizo otro movimiento. Sacó de su maletín una bolsa llena de canto rodado y lo volcó por completo en el mismo frasco. Las pequeñas piedras se acomodaron en los entresijos y la pregunta se repitió: “¿Está lleno el frasco?”. “Ahora sí”, contestaron los estudiantes.
Sin embargo, el docente guardaba un tercer truco; una bolsa de arena cuyo contenido también fue vertido en el experimento, de manera que las pelotitas, las piedritas y la arena se mezclaron por efecto de la decantación. Los alumnos comprendieron que en tanto más pequeñas fueran las partículas aportadas, el frasco seguiría llenándose. Incluso con un par de cafés que también fueron a parar a la argamasa.
Finalmente explicó: “Este frasco representa la vida, y las pelotas de golf son las cosas importantes de nuestras vidas. La familia, los hijos, los afectos. Cuando las pelotas de golf están en el frasco, aunque falten otras cosas como un auto, una casa o unas vacaciones, sentiremos que estamos plenos, en condiciones de dar la batalla cotidiana que cada uno de nosotros libra para alcanzar la felicidad”.
La historia relatada es más extensa y nutrida en simbolismos, pero con lo enunciado alcanza para comprender el criterio rector de un gobierno como el de Corrientes, en el que las definiciones se adoptan desde la intimidad de un timonel que establece su orden de prelación con la misma prolijidad del profesor de filosofía, sin que los nombres sean echados a rodar antes de tiempo, para prevenir especulaciones de forma tal que lo importante no se contamine con lo superfluo.
La actual administración, que el viernes renovó mandatos por cuatro años más con Gustavo Valdés al frente del Poder Ejecutivo, comienza esta nueva etapa con un equipo que en las últimas horas comenzó a recibir un refresh de actualización, pero sobre los cimientos de lo ya construido en el extenso ciclo de dos décadas al frente del poder que lleva el radicalismo en sus distintas configuraciones aliancísticas.
Para entender los tiempos de Valdés, quien siempre se caracterizó por no anticipar información alguna sobre sus estrategias, hay que guiarse por el principio plasmado en la saga de columnas publicadas por Manuel Vicent en el diario El País, de Madrid. “Nadie muere en la víspera”, tituló Vicent su libro de compilaciones, en alusión a las injustificadas ansiedades que han movido a medio mundo a la precocidad innecesaria, al adelantamiento en los semáforos, a la fugacidad de un bocado sin masticar.
Traducido a la política vernácula, el teorema de Vicent se aplica a la gestión Valdés con la simple frase que utiliza para responder cuando insisten con saber aquello que aún está en el horno, cocinándose a fuego lento. ¿Rompe o acuerda? ¿Se lanza para la re o cede el turno al emérito? ¿Convoca para octubre o espera que la Nación mueva sus fichas? La respuesta a todos esos interrogantes siempre fue: “Cuando llegue el momento lo sabremos”.
Finalmente el momento llegó, pero aun así el ritmo de las designaciones propias del armado de un nuevo esquema de colaboradores mantiene la cadencia críptica de un líder que supo administrar los tiempos hasta para consolidarse en su rol de número uno cuando, hace tiempo y allá lejos, muchos opinólogos anticipaban una interna palaciega como la que hoy desgasta al radicalismo nacional.
Como se pudo ver con el correr de los últimos meses, la receta valdecista de parar la pelota para burlar a la barrera con la cara externa del empeine dio resultado una vez más, al punto que se erigió en crítico de sus correligionarios en pugna. “No peleen por carguitos”, exhortó, mientras mediaba en una trifulca inefable entre Martín Lousteau y Gerardo Morales.
Después del incidente, alguien que sabe mucho de los usos y costumbres del universo Valdés les dijo al oído al jujeño y al porteño: aprendan de Corrientes, donde las diferencias se dirimen puertas adentro, sin graznidos, incluso hasta dejar que el intríngulis quede librado al veredicto democrático.
¿Ejemplos? Los dimes y diretes por algunos escenarios de conflicto como las intendencias de Mercedes o Ituzaingó se canalizaron por el lado de las urnas, sin que afectaran la tranquilidad franciscana con que el gobernador fue tomando decisiones para diseñar su plan de acción de manera que la provincia continuara funcionando con precisión de relojería en el plano económico, a pesar del desastre inflacionario nacional y con un gobierno federal que se lavó las manos hasta para reabrir las fronteras internacionales.
Queda claro que el segundo ciclo Valdés va por objetivos estructurales y de máxima como la generación de empleo genuino, la llegada de inversiones productivas, la industrialización de la vasta producción primaria de una provincia rica en recursos naturales, la multiplicación de los negocios turísticos y la economía del conocimiento, entre otros tópicos indispensables para elevar el hándicap de Corrientes en el mapa nacional.
Y justamente porque esos objetivos forman parte de su escala de prioridades, Valdés ejerce el mando desde una perspectiva que le permita no confundir lo importante con lo urgente, ni lo prioritario con lo secundario, ni las aspiraciones medulares de su segundo período en el Sillón de Ferré con las apetencias personales de algún caído del catre que, sin entender la música, se viene frotando las manos desde aquel 77 por ciento con la sola motivación de una silla en la mesa del festín.
El punto es que no hay festín. Los que esperaban un festival de designaciones cooperativas a las pocas horas de la asunción no leyeron entre líneas los códigos no escritos de un estilo de ejercer el poder que sobrevuela lo coyuntural para enfocarse en los pilares. Por eso, no es casual que los dos primeros ministros en ser confirmados a poco de iniciarse el segundo mandato hayan sido Carlos Vignolo y Marcelo Rivas Piasentini.
El primero, a cargo de la estratégica Secretaría General de la Gobernación, cuida las espaldas del gobierno en la faz política y corta el bacalao en las más complejas negociaciones societarias, propias de un frente integrado por 32 partidos. El segundo, al frente de Hacienda, garantiza aquellas conquistas administrativas que dejaron de ser noticia por haberse naturalizado como parte de la normalidad: pago de sueldos cinco días antes de que finalice el mes, déficit fiscal controlado, endeudamiento contenido en un presupuesto que prevé el 1,6 por ciento anual, cuando la meta de responsabilidad fiscal prevé un máximo de 15 por ciento, etcétera.
Vignolo, estratega político. Rivas Piasentini, espadachín económico. Justamente los dos bastiones donde falla la gestión de Alberto Fernández, corroído por las diletancias de una coalición bicéfala, debilitado por un acuerdo con el FMI que nunca llega.
El gobernador Valdés aplica lo que podríamos llamar la táctica del espejo invertido. Se mira al trasluz del reflejo nacional y elige exactamente el camino contrario al derrotero albertista. En este contexto, más que nunca sobresale su habilidad para aprender de los errores ajenos, un antídoto para las anteojeras que le permite concentrarse en los horcones del medio de una gestión que, en su segunda mitad, va por lo que falta pero sin descuidar lo conseguido.
Como el profesor de filosofía, por estas horas Valdés carga su frasco con las pelotas de golf que le darán a su gobierno el aplomo indispensable para campear los temporales económicos de un país en llamas. Ya habrá tiempo para el canto rodado y la arena. E incluso para el café compartido con amigos, según consta en la digresión que dio pie al análisis que aquí termina.