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Tacurú o el mangrullo desde donde decirse

Nació en Buenos Aires en 1965. Es coordinadora de talleres literarios y productora del ciclo “El Narrador” emitido por Canal á, TV Unam (México) y ArTV (Chile). Fue integrante del taller de Abelardo Castillo y finalista del concurso de cuento Ángel Ganivet, tercer premio de cuento de la Legislatura Porteña con Murales publicado en la revista Levadura, de México, y en Chinese collection of poems and essays of “Chinese and foreign pen”.

Por Rodrigo Galarza

Especial para El Litoral

Trasladar un lote de novillos por una manga en un terreno salpicado de bañados puede ser una gran aventura, sobre todo si se tiene diez o doce años. Recuerdo lo excitante que me resultaba acompañar a mi abuelo en esa tarea: adelante del lote iba un jinete guía que marcaba el ritmo del convoy; detrás, unos cinco o seis en perfecta coordinación con el guía. A la vera de los alambrados iban otros jinetes dispuestos a encarrilar a los novillos sagua’a (ariscos). Durante toda la travesía mi hermano y yo deseábamos secretamente que algunos de los animales hicieran honor a su sangre brahman que aún persistía en su genética, y se desbandaran. Y lo hacían, y otros los seguían mientras los centauros del paraje Talaty, entre sapucay e improperios, refucilos de espuelas y rebenques, entraban en acción.

Nada nos resultaba más divertido que ese “mboyeré”; no a mi abuelo por supuesto. Mi hermano y yo poníamos a prueba nuestro aprendizaje como jinetes. El terreno sobre el que se realizaban las corridas era llano pero estaba plagado de tacurúes, por lo cual había que superar con creces las exigencias de las leyes newtonianas: las maniobras para mantenerse sobre el caballo consistían en aflojar el cuerpo desde la cintura hacia arriba y corregir los cimbronazos  con los estribos. 

Bien sabemos que los tacurúes son nidos de hormigas que pueden llegar a superar el metro de altura. Están hechos de excrementos y saliva de los propios insectos mezclados con tierra. A pesar de sus intrincados túneles internos, la capa externa es muy dura, tanto que para romperla se necesita una gran fuerza y habilidad en el uso del pico. Cuando los hormigueros son abandonados, el pasto les va cubriendo y se mimetizan con el entorno.

Muchos años después de aquellas aventuras de resero, me encuentro con la novela “Tacurú” de Ernestina Perrens. Digo me encuentro porque me devuelve a Corrientes, aunque por un camino diferente o, mejor, desde otra mirada. La protagonista de la historia emprende un viaje para hacerse cargo de un campo en Corrientes, en los esteros. Pero esta herencia material es también emocional. La mujer deberá cavar en sus raíces hundidas en tembladerales llenos de mandatos familiares y daños infligidos de los que nunca se ha hablado. En la primera frase de la novela: “Esta tierra no es la mía” se erige un “tacurú” con su dureza por fuera y complejidad por dentro. La mujer regresa para saber quién es, cuáles son esas hormigas que cavaron túneles por dentro y que aún le muerden o se mudan a otro tacurú por construir. Falta todavía para que esa tierra sea suya, para que el dolor, que hace tiempo ha abierto puertas, reconfigure su mirada. El proceso está en marcha y es imparable: el afuera y adentro: tacurú. El afuera alza su grito de condición también heredada: el ¡sí patrona! de los peones repetido hasta el hartazgo como un mantra que justamente no se vacía sino le señala una odiada sumisión llena de sospechas. La mujer de Antonio, uno de los peones, mira para otro lado como impedida por una tácita prohibición de levantar la vista, cada vez que la protagonista habla con su marido. Antonio siempre dispuesto a obedecer movido por un ímpetu servicial: “Me entrega las riendas y corre a abrirme la tranquera”. 

Pero la protagonista no ha venido hasta allí para hacer valer su título de “señora feudal”, sino para zurcir los girones de su heráldica, para recuperar una memoria y que el dolor diga lo que tenga que decir. Decir, mostrarse, he ahí el camino que emprende y poco a poco lo va logrando, poniendo nombre a las cosas e integrándolas hasta experimentar su propia anagnórisis de sentir por primera vez que esa tierra es suya, que ahora el tacurú no es obstáculo sino un mangrullo desde donde otear el horizonte o desde donde decirse para sí y los otros.

Celebramos la aparición de esta breve pero intensa novela que viene a sumarse desde otra mirada a la tradición correntina.

¡Salud y larga vida!, levantamos la copa allende los mares con la voz del siempre presente Juan José Folguerá: “Vivo buscando tumbas esenciales, / y hago todo la parte que me toca / de mi tierra, sus bienes y sus males”.

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