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Algunas ideas en torno a “Funes el memorioso”

Por El Litoral

Domingo, 22 de agosto de 2021 a las 01:01

Por Nelson R. Pessoa
Especial para El Litoral

Uno de mis cuentos preferidos de Borges es “Funes el Memorioso” (“Ficciones”). Ignoro las veces que he leído. Y leí muchos estudios sobre el cuento (I. C. Aczel; S. Lunazzi; G. Laguna Mariscal - M. Martínez Sariego). Borges dijo en el prólogo que “es una larga metáfora del insomnio”. 
Ahora quiero trasmitir algunas ideas que andan en mi cabeza. El tema del cuento es harto conocido: Ireneo Funes, un muchacho del campo uruguayo, que vivió hacia fines de 1800 en Fray Bentos, “lo había volteado un redomón” y “había quedado tullido”, murió en 1889, era poseedor de una memoria increíble. 
Su enorme memoria tenía capacidad para recordar todos los perros, los árboles que había visto, y los podía recordar en instante sucesivos y en lugares diferentes en el caso de los perros. Pero Ireneo Funes no “entendía” los conceptos; no entendía el concepto de “árbol”, no podía entender que existiese algo en común entre esas cosas que pudiesen nombrar con la palabra “árbol”, o “piedra” o “pájaro”, etc.
Con el paso de los años se incrementó en mí la idea que detrás de este bellísimo cuento, está presente otra vez la filosofía idealista inglesa. Borges no ocultó su simpatía por el empirismo inglés (Locke, Berkeley, Hume);  en uno de sus poemas dice “ reviví la tremenda conjetura/de Schopenhauer y Berkeley/que declara que el mundo/ es una actividad de la mente/un sueño de las almas” (“Amanecer”, en “Fervor de Buenos Aires”).
Pienso que detrás de este cuento está el pensamiento del filósofo irlandés George Berkerley. A partir de Descartes se discutió la existencia de las tres sustancias y la comunicación entre ellas: a) la sustancia o res extensa (el mundo material), b) la sustancia o res cogitans (el yo pensante) y c) la sustancia infinita (Dios). Es sabido que el idealismo filosófico en su versión inglesa —especialmente Berkeley y Hume— postula que no existe la llamada sustancia extensa, lo que en lenguaje simple podemos decir “las cosas” materiales, entendido ello como que las cosas que están en el mundo tienen una significación determinada. En otras palabras, no existen en el mundo cosas que sean “árboles”, “piedras”, “pájaros”, etc., con su significación “árbol”, “piedra”, “pájaro”, independiente de la aprehensión por la cabeza humana. Es el hombre el que otorga significación a las cosas que están en el mundo.  No existe la “sustancia” (la “cosa”) “naranja”, en el mundo existe “algo” que tiene cierta forma, cierto color, cierto sabor que percibimos, pero no existe la “cosa-sustancia” (Aristóteles sí afirmó la existencia) “naranja”. Sucede que el hombre une esas notas que percibe (color, forma, sabor, tamaño) y las llama “naranja”; pero no hay en el mundo una “sustancia” “naranja” que podamos percibir. Solo percibimos por los sentidos esos datos de la realidad por vía de la experiencia (mediante los sentidos); es útil recordar el célebre enunciado de Berkerley: “ser, es ser percibido”.    
Ireneo Funes en el hermoso cuento de Borges no “entendía” la idea de “caballo”, la de “nube”, etc. Funes solo “entendía” lo que aprehendía, lo que percibía individualmente; se acordaba de todos los caballos que había visto en su vida y se acordaba de todas las veces que había visto a “ese” caballo y para él, el caballo que había visto el día anterior o hace un año no era el mismo caballo que había percibido visualmente hace una hora y ese mismo caballo que lo había visto de frente no era el mismo visto desde atrás. 
Dice Borges que a veces Funes usaba un día entero para recordar lo que le había pasado un día anterior de su vida; “sabía las formas de las nubes australes el amanecer del 30 de abril de 1882”; pensaba reemplazar el sistema decimal por un sistema carente de la lógica propia del mismo, en el que cada elemento tendría un nombre, por ejemplo, en lugar de siete mil trece el denominaba “Máximo Pérez”, en lugar de quinientos (cinco centena), decía “nueve”. Los números del sistema decimal como construcción conceptual, (unidad, decenas, centenas, etc.); no entendía Fines, en realidad, no quería entender. En un momento del cuento —narrado en primera persona— el autor nos narra este episodio: “Le dije que decir 365 era decir tres centenas, seis decenas, cinco unidades… Funes no me entendió o no quiso entenderme”.  
Y para que no haya duda de la memoria de Funes nos cuenta Borges que “no solo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que había percibido o imaginado.” Y, para que no tengamos dudas de la memoria de Funes nos “recuerda” Borges que “no solo le constaba comprender que el símbolo genérico de perro abarcara tantos individuos dispares de diversos tamaños y diversas formas; le molestaba que el perro de las tres y catorce (visto de perfil) tuviera el mismo nombre que el perro de las tres y cuarto (visto de frente)”.
El cuento concluye con algunas agudas reflexiones sobre el pensamiento abstracto y la memoria en cuanto facultades humanas. La memoria es aprehensión de lo individual, nos acordamos de episodios individuales irrepetibles, nos acordamos de aquel perro, de aquel árbol, en cambio, el pensamiento es creación del concepto, que es abstracción, es generalización y entonces elaboramos el concepto de “perro”, “árbol”, etc. Por ello el maestro concluye su relato: “Pensar es olvidar diferencia, es generalizar, es abstraer”. La enorme memoria de Funes le impedía las diferencias entre los caballos, árboles, nubes, etc. que había visto en su vida; no podía pensar la idea abstracta de “nube”, etc. 
Por ello, al final es su genial construcción, Borges dice “en el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”. 
La memoria prodigiosa de Ireneo Funes es la prueba plena del pensamiento de Berkerley. Pienso —en modesta ficción— que si Berkerley hubiese leído esta magistral creación, es casi seguro que hubiese dicho que Borges, a través de este cuento, demostró de manera impecable la veracidad de su pensamiento filosófico, comúnmente llamado en el campo académico “inmaterialismo idealista”. 

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