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/Ellitoral.com.ar/ Cultura

Una mirada sobre “El hueso de la noche”

* Osvaldo Mazal es un escritor, crítico y licenciado en letras que reside en Posadas. Enseña en la Universidad Nacional de Misiones. Entre otros, ha ganado los primeros premios del Fondo Nacional de las Artes y Ricardo Rojas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

Por Osvaldo Mazal*

Especial para El Litoral

“El hueso de la noche”

Ciudad Autónoma de Buenos Aires,

El suri porfiado Ediciones, 2021

56 páginas

Por lo general todo poeta es un solitario que rastrea en el mundo que lo rodea el sentido de la vida. O más bien excava en la palabra, en el lenguaje (en el poema), el sinsentido final de toda experiencia y, en última instancia, de cualquier transcripción posible de esa experiencia. Como todo buen poeta, Estefanía Ceballos está dispuesta a perder digna y permanentemente esa batalla; el poema es el lugar en el que deja palabra por palabra constancia de esa bella derrota, y cada palabra es “el testimonio de que sí pero no”. Y eso desconocido a habitar (y a intentar atrapar) a través del poema es en la poesía de Estefanía “el hueso de la noche”. Hueso duro de roer.

 La primera parte de “El hueso de la noche”, una especie de arte poética extendida en diez poemas, testimonia con lucidez esa lucha de la poesía (del poeta) por atrapar ese hueso desconocido, ya sea espiando por la mirilla de una puerta, o yendo más allá de los siempre tramposos reflejos de risas en el agua, o mandando cartas a “los invisibles” que jamás responderán; en fin, indagando en ciertos sitios (ciertos “márgenes del mundo”) que precisa habitar la poesía, “ese artefacto extraño de mecanismos peligrosos”. 

La segunda parte del libro se sumerge de cabeza en el amor, ya sea cristalizado en la memoria, o pleno de impulsos y espejismos del deseo, o acribillado en las batallas de los cuerpos, o lleno de preguntas y con la ilusión final de una salida de emergencia. 

La tercera parte, más descentrada que las dos anteriores, se podría decir que navega en una especie de historicidad de la experiencia poética, en la que la voz lírica intenta recordar su “herencia de cenizas”. Los poemas nos pasean entonces por cargas genéticas concebidas como formas de locura, olvidos y recuerdos infantiles, ceremonias repetidas y alientos perdidos, ofrendas imposibles, y construcciones ficcionales del propio yo. 

La cuarta parte, cerrando el círculo, se mete con la muerte. A la que en la presentación se le baja ese precio inmenso y que tan alto suele tallar en poesía, mediante el siguiente epígrafe de Mia Couto: “No es morir lo que es para siempre, nacer es lo que es para siempre”. Pero una vez devaluada poéticamente la preeminencia de la muerte en el epígrafe, o al menos su eternidad, enseguida recobra su furor poema por poema, para tejer lazos invisibles y permitir así que avistemos ciertas formas diversas de esa muerte: caos invasores, sutiles deslizamientos de objetos, algunas orfandades, y sobre todo esa abuela omnipresente en su ausencia, cuyos llantos de espaldas polemizaban con la muerte.

Es obvio que en todos los casos, siguiendo las mejores tradiciones de la lírica moderna, los poemas de Estefanía apuntan a lo que podríamos llamar una música del sentido, en la que juegan en tándem las aliteraciones y repeticiones sintácticas, las anáforas, comparaciones y metáforas, los espacios dentro mismo del verso, las acumulaciones y solapamientos de infinitivos, recursos que en muchos casos sincopan la frase; y finalmente el cierre implacable de cada uno de los poemas. Así se configura en “El hueso de la noche” una textualidad que si bien por momentos trabaja con un montaje de fragmentos, para nada es atonal, y nos regala siempre una melodía que subsiste por detrás, justo allí donde se suele alojar la poesía.

 

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