Por Emilio Zola
Especial
Para El Litoral
El contagio masivo de coronavirus empinó las curvas hasta batir todos los récords en enero, con predominio de la variante Ómicron y una letalidad reducida que, si bien golpea donde más duele a las familias que pierden seres queridos, tranquiliza por el lado de la estadística con casos que en la enorme mayoría se circunscriben a cuadros similares a los de una gripe común.
La pandemia entró así en una dimensión diferente. Tanto que por estos días muestra el nuevo estilo de vida que la humanidad habrá de poner en práctica una vez que el Sars-Cov-2 haya infectado a la mayoría de la comunidad planetaria, en un proceso que se dará a través de contagios generalizados como el que se evidencia desde hace varias semanas en la Argentina, con nulas restricciones de movilidad, actividades productivas plenas y las vacunas como principal barrera de contención.
Ese estilo de vida poscovid-19 no contempla la desaparición del virus, pero sí una adaptación del ser humano al microorganismo, con sistemas inmunes fortalecidos por la inoculación de anticuerpos y también, aunque suene ficcional, una adecuación metamorfística del huésped a sus anfitriones, ya que las mutaciones más recientes se muestran menos peligrosas que las primeras manifestaciones de la peste de Wuhan, allá por 2020.
Desde esa lógica se aplican las decisiones gubernamentales a nivel global. Eventos masivos, concentraciones, viajes vacacionales y acontecimientos culturales de toda laya se mantienen en agenda sobre la base de un dato irrebatible: óbitos e internaciones siguen un patrón cronológico lineal, sin repiques y a una distancia abismal del total de positivos diarios.
Para dimensionarlo vale la comparación con el escenario epidemiológico que la Argentina presentaba en julio del año pasado. En concreto, el día 14 del séptimo mes de 2021, fecha en la que se alcanzó la emblemática cifra de 100.000 fallecidos en territorio nacional.
Veamos: hace 8 meses, en pleno pico de la segunda ola, los indicadores del Ministerio de Salud de la Nación daban cuenta de un total de 19.697 nuevos contagios y 614 óbitos. La situación cambió radicalmente en la actual coyuntura con cifras como las registradas el viernes 21 de enero, cuando se confirmaron 118.171 nuevos casos y 160 fallecimientos.
El desacople entre los casos detectados y las víctimas mortales de la pandemia es evidente a medida que se avanza con el plan de vacunación y la variante Ómicron desplaza a las más lesiva Delta, realidad que proporciona sustento a las decisiones políticas que han sostenido en vigencia la Fiesta Nacional del Chamamé, los Carnavales Oficiales (firmes para febrero) y la totalidad de las opciones turísticas de Corrientes abiertas al público sin más exigencia que el pase sanitario.
En las actuales condiciones, todo hace prever que para fines de enero se producirá un nuevo amesetamiento de la curva de infectados en la provincia, fenómeno que ya comenzó a evidenciarse en distritos más densamente poblados como Córdoba y Ciudad de Buenos Aires, donde el virus retrocede no solo por efecto de la vacunación, sino también por razones demográficas. Es decir, simplemente porque cada vez quedan menos personas a quienes contagiar.
Es demasiado temprano para hablar de pospandemia, claro está, pero sí es cierto que la gente le ha perdido el miedo al que en su momento fue considerado un implacable asesino bacteriológico. Los desenlaces trágicos se han reducido a casos específicos de pacientes con enfermedades prevalentes que ven combinados sus historiales médicos con la falta de vacunación. Es allí, en el reducido segmento de los antivacunas, donde la peste sigue impactando con mayor virulencia.
Lo ratificó en las últimas horas el ministro de Salud de la Ciudad de Buenos Aires, Fernán Quiros, al señalar que actualmente “el 5 por ciento de los adultos no vacunados ocupa el 65 por ciento de las camas de terapia intensiva”, mientras que el “70 por ciento de los internados por coronavirus no ha completado su esquema de vacunación”.
La perspectiva de Quiros es compartida por los especialistas de cada provincia, sin distinción de colores políticos. Es por eso que el denominador común de los distintos gobiernos provinciales ha sido (y seguirá siendo) apelar a la responsabilidad ciudadana sin cerrar actividades en un período crítico de la economía nacional.
Con un dólar en ascenso constante, la inflación destrozando el poder adquisitivo de los argentinos y productos esenciales cada vez menos accesibles, las personas han tenido poderosas razones para restarle gravitación al virus y enfocarse en noticias que incluso anteponen la problemática del clima y los incendios a la cuestión pandémica.
El año se perfila así como un período de transición hacia la endemia, término que define a enfermedades estacionales que se presentan en determinados momentos del año, en contextos que pueden ser anticipados en virtud de la experiencia obtenida y la información acumulada a lo largo del tiempo.
Tal como se avecinan los acontecimientos, la comunidad global se encamina hacia un extenso período de convivencia con el Sars-Cov-2 sin los riesgos que aparejaron los dos primeros años de su presencia, con herramientas médicas y tecnológicas más sofisticadas tanto en la profilaxis como en el tratamiento de las dolencias relacionadas, fundamentalmente cuadros leves, limitados a las vías respiratorias superiores.
Será un período sin finales abruptos. Sin bisagras separadoras, en el que la gradualidad se impondrá por sobre el shock de los primeros tiempos, con espacios de tiempo para concentrar energías en la planificación reconstructiva de un mundo que no volverá a ser igual en ningún aspecto, pero fundamentalmente en la faz social.
Las formas de saludo, de interacción y de abordaje a otras personas cambiaron para siempre, al punto que difícilmente alguien en su sano juicio se atreva a subir a un colectivo lleno sin barbijo, o a deambular sin un frasco de alcohol gel en el bolsillo. La posibilidad del trabajo en casa también perdurará, al igual que el criterio de no concurrir a lugares de concentración masiva cuando se tienen síntomas compatibles con covid.
Por cuerda separada de la pandemia, será un año clave para conocer el destino político y económico que le espera a la Argentina. Sin perspectivas de acuerdo con el Fondo Monetario, sin reservas físicas en el Tesoro y sin políticas de estímulo a la producción exportadora (quizás la única tabla salvadora que siempre tuvo el país en momentos traumáticos como los que atraviesa), el coronavirus puede convertirse en un recuadro de la portada que los editores podrían presentar al promediar este 22 que puede resumirse con una de cal y una de arena: buenas noticias en el aspecto sanitario, y de las otras en el jeroglífico de impasibilidad política que vislumbramos.