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Por qué la pavada es más importante

Se cambió el eje de la cuestión. Pensar es complicado porque compromete. Mejor jugar a dos aguas que no involucra. Por eso cuanto más mediocre se es, se la pasa mejor. Mucha “sarasa”, cero obligaciones.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

Cuando todo el mundo opta por el facilismo de las cosas. Cuando la incomodidad de pensar se convierte en escollo. Cuando todos se deciden a practicar el “deporte nacional” de “yo, argentino”. Es cuando dejamos el compromiso de lo importante y comenzamos a “celebrar” de antemano, el ocio desmedido de transferir lo único digno que teníamos: el sentido común. La herencia de la tradición y el ánimo impulsado por la revista Vuelta, fundada por el mexicano Octavio Paz, dio sus frutos de nuevo pensamiento autocrítico, por ejemplo: “Por qué los ciudadanos solo echan de menos la democracia cuando no la tienen. En cambio, cuando la disfrutan, suele contribuir a su degradación populista.” Resulta paradójico el comportamiento contradictorio del ser humano, cuando se lo tiene no se lo valora y se incurre lamentablemente en una mediocridad por ir dejando lo que realmente importa, la capacidad de accionar con ejemplar toma de conciencia. Claro, para ello el que direcciona es el sentido común, y el sentido común se erige cuando la gente piensa, y para pensar no es la ignorancia la que la va a salvar, sino la cultura del conocimiento. Porque el criterio se conforma por experiencia personal, por evaluaciones comparativas que hacemos, por poseer conocimiento de causa. Es decir, la gentil y noble visión de la experiencia, que nos va indicando por lógica el camino por donde encaminarnos. Que no es fácil, porque apela a la responsabilidad civil, y ser responsables es comprometernos.

Este país siempre tuvo una particularidad: andar a los tumbos como quienes hacen camino al andar, pero nunca una sostenida programación que beneficie a todos por igual, siempre ha sido la mala política que, al “poner la cola”, altera todo lo que inocentemente se propuso.

Keynes decía sin temor a equivocarse, ya que con tantos yerros, nos hemos convertido en modelo a seguir por soñadores, felices de ellos por idealizar un objetivo común para que la fuerza cobre realidad alguna vez, algún momento de nuestra historia: “Los locos que nos gobiernan, cuando oyen voces en el aire, destilan su frenesí de algún escribidor académico de algunos años antes”. Es cuando el yo celebra siguiendo su ADN omnímodo. Porque nos desvivimos por el pasado ante la carencia presente que soñamos los idealistas, sin lograr nunca avanzar. Ese lugar casi mágico donde quedaron enterrados todos los “trofeos”, como en un cementerio, en silencio eterno y absoluto como en un paisaje mágico de otro planeta por descubrir. Me gustan los pensadores porque ellos ponen límites, establecen diagnósticos, imprimen una opinión que puede gustar o no, pero son los últimos de sus especies que van quedando y que aún se animan a emitir un panorama mucho más claro, aunque aterrados porque sus verdades sirven para recomenzar o asumir las críticas fundadas de nuestras calamidades cotidianas. Es decir, asumirlas, establecer nuestras propias sentencias y encaminarnos para adelante, hacia un mundo complicado donde los errores se pagan caro, pero las enseñanzas quedan.

Desde lo simple a lo complicado esa aparente minucia de la mediocridad  nos corroe desde siempre, haciendo que se supla como una verdad definitiva que no pensar es la salvación que, nada es imprescindible cuando se pone nuestra tranquila y eterna parsimonia de ciudadanos de espaldas al gobierno de turno, en peligro. Por eso me prendo a la vida ejemplar de un pensador español cuya tarea era lo contable, pero que sin embargo le dio gran valor a lo que realmente tiene razón: a la vida, a la dignidad del ser humano. Es decir a lo social a través de todo lo que produce su mal humor. Me refiero a José Luis Sampedro. Partiendo de lo básico, él decía: “El déficit democrático es grande. Democracia quiere decir gobierno del pueblo y por el pueblo. En democracia la ciudadanía tiene voz y voto. Aquí solo hay voto una vez cada cuatro años, un voto más condicionado por la manipulación mediática que por la educación”. O cuando pegaba de lleno a quienes especulan con el poder en desmedro a su poco apego a informarse, como una forma cómoda de vivir al margen: “¿Para qué sirve la economía? Algunos pensamos que para que los pobres sean menos pobres. Otros piensan que para los ricos sean más ricos. Los economistas que piensan como yo generalmente no tienen el apoyo del poder que domina”. Mis amigos, mis colegas, siempre me preguntan qué quiero significar cuando insisto con la “búsqueda”, con la información; simplemente se trata de construir la necesidad de ilustrarnos a través de la investigación, para así alejarnos de la malsana mediocridad del vacío de la nada. Inclusive me imagino, cuando mis artículos recurrentes recorren paisajes no mundanos, donde pensar es lo saludable, verdaderamente me consagro como “un pesado”, “un imbancable”, tan distante del relato y el chisme de moda. Es prioritario desechar lo nocivo, cada cual tiene la libre elección, pero anestesiarnos para de alguna manera no darnos cuenta de la debacle, es de cobardes no jugarse con la opinión que es uno de los más importantes derechos ciudadanos, que nos permite comunicarnos lealmente e intercambiar ideas. La última idea de pensamiento rescatable, que imprimiera José Luis Sampedro: “Hay que vivir, para vivir hay que ser libre, para ser libre hay que tener el pensamiento libre y para tener el pensamiento libre hay que educarse. Yo comparo la educación con un árbol. Parte de una semilla y en ella hay unas potencialidades, lo mismo que el hombre nace con unas potencialidades en los genes. Luego esas potencialidades se verán reforzadas o dificultadas, o complementadas dependiendo de las circunstancias en que se nace y se crece. Pero dentro de esas condiciones impuestas por nuestro origen y el mundo que nos rodea, podemos tomar decisiones y elecciones. Podemos elegir entre depender de unas circunstancias o de otras, ser colaborador de una cosa o de otra, puedes ir conformándote”.

Me daría vergüenza no hacer pensar, ¿acaso no es tarea de todo comunicador que se precie de tal? Recurrir a los hábitos dejados de lado, como hasta hace poco lo cumplimos, encerrados y pensantes, es perderle la mano a lo esencial, a eso que caracterizaba tanto a los argentinos, informado con nivel superlativo adonde lo llevaba su inquietud. Todos los días ansío ser un poco menos mediocre, que es una forma de plantearnos una autocrítica saludable. Una pelea interminable por no caer en el mismo pozo. Es un buen comienzo, porque es un reconocimiento para empezar a preguntarnos: “¿Por qué la pavada es más importante que lo importante?”. Volvamos a interesarnos por lo primordial para que todo tenga la misma importancia. Esto lo resume Sampedro: “Ahora no se procura alcanzar la iluminación, sino sentir el latigazo del deslumbramiento. Se busca el estrépito, lo aparatoso, los focos publicitarios; no el silencio, lo auténtico, ni el resplandor tranquilo de la lámpara”. Es decir, ser nosotros mismos, habilitando el ejercicio del pensamiento crítico que nos conduzca a vuelos más altos, totalmente alejados del todo, arriesgando. Es un buen comienzo, digno sobre todo.

 

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