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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Los Estados de Necesidad según el color de los necesitados

La provincia de Corrientes arde. Literalmente, se quema en buena parte de su geografía. El Gobierno nacional, entre tanto, ¡proyecta crear brigadas a partir de marzo! Puede ser adecuada esa previsión para el futuro. Pero está mal no apagar el fuego en forma inmediata.

La tesis de castigar a una provincia que no responde a las directivas partidarias del oficialismo nacional no es novedosa en la praxis del actual gobierno federal. Lo formidable de ese obrar es posponer el auxilio para deslindar responsabilidades. Concreta aplicación de que en un estado de necesidad no habrá amparo para los opositores.

En vez de socorrer a quien se quema, le reprochan imprevisión, dejando que el fuego destruya todo lo que pueda.

Seguramente, con la misma filosofía dejarán que se ahogue al que ingresa a aguas reputadas como peligrosas; no ayudarán a quien cae al abismo por haberse colocado en peligro; no guarecerán a quien carece de techo por el desliz de no tener vivienda; no darán servicio de salud a los pacientes que se supone causaron un accidente; no brindarán seguridad a quien se cree prohijó la vicisitud; en fin, cualquier parecido con la realidad es la realidad misma.

Este inquietante signo de mirar los estados de necesidad con la criba de la coloración política es un acto de temeraria cobardía que, más tarde o más temprano, la pagarán sus autores. Esta no solo es una cuestión penal para los tribunales, hay mucho esfuerzo humano y trazos de propiedad librados a las llamas para el justificado reproche, no solo a quienes propagan con abandono estos incendios, sino a los que, apeados al silencio de las circunstancias, celebran el fuego. 

La nativa perrería tiene un claro destinatario: el gobierno de Corrientes. Sin embargo, no son sus autoridades las castigadas, sino su flora, fauna y la sociedad toda que, en el mejor de los casos, se acostumbró a dormir con humo, cuando no destrucción, y ruega por la llegada de salvadoras como postergadas lluvias.

Cuenta un autor cómo los indios apapocúva, rama de la estirpe guaraní, a través de Nanderiguey, robó el fuego a los buitres con la ayuda de un sapo. Refiere la leyenda que el héroe nativo, para combatir a sus enemigos, se hizo el muerto. Entonces los buitres, que eran los Señores del Fuego, se congregaron en torno a él para darse un banquete con la supuesta carroña, encendiendo una fogata para asar el cadáver. Un halcón asentado en las cercanías notó que el supuesto hombre muerto guiñaba los ojos; así advirtió a los buitres que estuvieran alerta. El aviso fue inútil. Sin cuidado alguno, levantaron a Nanderiguey y lo echaron al fuego. Entonces el vigoroso héroe golpeó a diestra y siniestra arrojando las brasas resplandecientes en todas direcciones. Los buitres huyeron aterrorizados, pero su jefe los exhortó a recoger las brasas dispersas, todavía no apagadas, y Nanderiguey, como dueño del fuego, les impidió.

Como en la leyenda nativa, esta versión del fuego, no como signo de vida, sino como muestra de  piromanía política, también tiene su tiempo. La historia lo certifica. Cada correntino es dueño de su “fuego”. Espantaremos una vez más a los que se aprestan a robar una parte importante de nuestro futuro.

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