Pronunciarse. Hacerse oír. Trascender el mutismo. Romper el silencio. Es tan fundamental en un estado democrático, hacernos escuchar. Expresar la voz de la gente. La opinión del ciudadano. Vivimos entre slóganes que, generalmente son relatos, ficción que le dicen, más que realidad certera y transparente. Son imprescindibles hechos; hechos que sellen ideas y se transformen en concreciones. Porque, o si no, como apunta el lunfardo: es verso, parla vacía.
En las sociedades modernas no se necesita recurrir permanentemente a que las palabras permitan, acercarse, pulir, intercambiar, consensuar, ya que hacerlo es una obligación ética de quienes gobiernan, se lo hace naturalmente como corresponde a los estados con altura moral que practican esos principios de verdad. Sin embargo son Democracia y República lo más repetido, en los sistemas “flojos”, débiles y no muy creídos que, cuando se repite en cada hueco lo que debe ser rezo como lo son esas dos palabras sagradas, uno empieza a desconfiar porque “cuando el milagro es grande hasta los santos desconfían” es como crear un pretexto que justifica su incumplimiento, por lo tanto la verdad no es tal. Cuando se repite algo en forma desmesurada, gana el descreimiento. Luego, el proceder de muchas piezas vitales, poco a poco nos van dando la razón porque “hacen agua”, porque son incapaces de sostenerse por sí mismas. No vale con pregonar, sino hacer lo que corresponde. Cuando Gilles Lipovetsky asevera justamente eso, está en lo cierto: “Ser auténtico es hacer lo que debes, no lo que quieres”. Porque las palabras de buena fe con sentimientos comprometidos, sellan un acuerdo que tiene rigor de firma. En esta época cuando la tribuna se “puebla” de parecidos con auténticos, con erigidos encuestadores que pelean tan sólo posibilidades, antes que luchar por la “enfermedad” de la República, por causas reales como la inflación, la pobreza creciente, el campeonato de la inseguridad, y las peleas de “palacio” entre los dos que dirimen el poder sin ponerse colorados, a destiempo y fuera de lugar. Hay un proverbio africano que sitúa la importancia del grupo y el de la soledad, por aquello de que juntos somos más: “Si quieres ir rápido ve solo; si quieres llegar lejos, ve acompañado. Eso, somos”. Cortarse sola, no es el modo. Por eso corre rápido, rompiendo todo, haciendo añicos la política que ella, se encargó de desprestigiarla. El modo es escuchar y consensuar. Así debe ser, buscando mayoría de opinión, porque el pueblo tiene voz y voto, por lo que debe erigirse en un auditor permanente, crítico, en que prolifere el compromiso que le compete al ciudadano responsable con lo suyo: que es el país en que habita y sueña, su bienestar y su futuro.
Porque siempre nos reprochamos pero tampoco lo cumplimos, porque nuestra mirada busca inconscientemente la facilidad de no encararla, ya que cambiar de trayectoria es la obligación de asumir la comprensión de nuestros deberes como tales, es lo que cabe si queremos realmente un cambio: “La política está divorciada de los intereses de la gente”. (Ernesto Sanz). Existe una mirada complaciente que todo se deja pasar, pero luego cuando las “papas queman”, nos apuramos recién y casi siempre es tarde, salvo haber cumplido como ciudadanos que persiguen un país sin tantas equivocaciones, y no errático, con un paso adelante y dos para atrás. Diciendo y desdiciéndose. Rompiendo la credibilidad y poniendo en juego la estabilidad institucional, con peleas de baja ralea, con destituciones públicas que nadie ni el propio Presidente se anima a poner fin, aunque lo crucifiquen, dada su sumisión, que es respeto mal habido, inmerecido exageradamente, tolerante, poniendo al descubierto la turbia pasión del poder cueste lo que cueste.
Existen cosas verdaderas que cuando se dicen, ofenden, lastiman, pero lamentablemente no modifican, sobre todo si el amor propio desmedido no deja ver la realidad de las cosas, porque para algunos la política se convirtió en religión rayando casi en el fanatismo, no hay razón que pueda imponerse, es como decir un sermón en el desierto.
También es cierto que, cuando esgrimimos la certeza de las cosas, se desvelan dudas, abriéndose puertas que pueden torcer por lógica un rumbo esquivo. Por eso la palabra para muchos es peligrosa, porque nos enseña el camino verdadero, pudiendo comprobar que el relato no es la verdad. Sino el pretexto de tribuna para salir del paso, nunca transformándose en hechos porque significa compromiso y el cambio de rumbo que no conviene a intereses y aspiraciones.
Por eso cuán acertado estaba el amigo Julián Zini, cuando dijo entre otras cosas: “Qué antiguo payé tan raro, / qué extraña divinidad, / qué fuerza liberadora, / tiene el vino, ¿qué será..? / ¡ que se mezcla con la sangre, / que le sube y es capaz / de desatarlo por dentro, / compadre, y hacerlo hablar..! / Compadre, ¡qué tiene el vino / que usté al tomar / comienza a sentirse hombre / y empieza a hablar…/ a hablar de lo que más quiere, / de su verdad, / y es como si despertara / a la realidad..? / Compadre, piense un poquito, / ¿ qué va a pasar / si un día de éstos la gente / llega a tomar / el vino que necesita / y empieza a hablar…/ a hablar de lo que más quiere..? / ¡Qué va a pasar..? / Traigan el vino más vino, / y tráiganlo acá, / que mi pueblo está callado / y es hora que empiece a hablar…”/
Es hora de empezar a hablar. No vivar popularidad a grito batiente. Sino valorando lo que importa, exigiendo capacidad, idoneidad, resolución, honestidad, decencia, no sonrisa electoralista, palmaditas, y más planes. Condenando la corrupción. Gobernando para todos no siempre jugando de local. Que la verdad desplace al relato. Aflore la realidad. El futuro tantas veces postergado, se cura con ejemplos. Porque es hora que mi pueblo empiece a hablar. Hablar de lo que más quiere: su bienestar, su trabajo, su seguridad. Porque mi pueblo está callado y es hora que empiece a hablar. El rol del ciudadano, fagocitado por la demagogia compradora de voluntades, se ha debilitado; sus críticas muy tenues llegan dispersas, reblandecidas, atemperadas, y no se sostienen en el tiempo por comodidad, desidia, inmadurez, o en el peor de los casos por ignorancia. Reclamar es recordar exigiendo. Hablar con toda la voz.