Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral
Es nuestro histórico escenario, donde siempre desarrollamos el espectáculo del desconcierto. Luchando contra la gravedad. Poniendo en riesgo lo mucho o poco que nos queda, de tanta lucha fratricida llevada a cabo entre hermanos. Probando hasta dónde somos capaces de destruirnos. Ahora, con “el último combate de la noche”, las dos corrientes gobernantes, luchando sin cuartel sin disimular absolutamente nada, porque a esta altura ya se terminó la vergüenza y no nos inmuta haber pasado dos años de gobierno a “cara de perro”, y al cohete. Poniendo en peligro la institucionalidad del país: uno, agotando hasta la exageración una obsecuencia pasmosa, la otra llenando de cartas públicas, desdibujando la figura y el respeto presidencial. Pero, la gente sigue pobre, no disfruta de la tranquilidad del trabajo merecido, ante la contundencia creciente de precios injustificables y donde los registros de referencia ya no son creíbles, por lo que remontan desbocados, libremente, sin que puedan tender a cubrir con el magro peso.
Hay una lucha desenfrenada no por la política conducida para el equilibrio social de la gente, sino por la política electoral que les asegure de antemano victorias de vigencia eternas, con la misma alegría e interés desenfrenado de la reelección indefinida. Es muy evidente, no se trata de un gobierno sino de un “matrimonio mal avenido”, en discusión permanente rumbo a un inminente divorcio.
Hay dichos que formulados en otras latitudes adquieren localía por coincidir, o asemejarse. Por ejemplo, el enviado especial en Ucrania, del Diario “El País” de España, Luis de Vega, sintetizó que cada ataque ruso son como “Bombazos contra el alma”. Bueno, estas estériles peleas de palacio se parecen, porque suman el crecimiento imprevisible de la inflación, y el caso omiso de los protagonistas que con desfachatez continúan “dilucidando a las trompadas” y a los “cascotazos” limpios, produciendo la exacta sensación de rechazo. No la admiración, sino pena por el nivel y las consecuencias que, al verlos, que al escucharlos, producen en el que la yuga por derecha: “Bombazos contra el alma”.
Tienen el mismo poder destructivo, y producen la idéntica frustración que pueblos de cuarta, como nosotros, arrastran toda la vida. Si hubiese cualquier otra gestión al mando, y con la ineptitud de la presente, no hubiese durado ni un segundo. Es decir, no se ordenan ni se acallan, el tiempo es lo de menos si fueron apenas 2 años así, otros 2 años más, qué le hace a un país a los tumbos, acostumbrado a manejar a los suyos con el fanatismo en alto, y convirtiéndolo en religión para que el cargo de conciencia ante cualquier fuga, lo aniquilen transformados en sacrílegos. Es decir, totalmente robotizados, donde solo uno piensa, y los demás: cumplen. Total, como lo decía el Dr. Carlos Fayt, exintegrante de la Corte suprema: “Las opiniones son libres, pero los hechos son sagrados”. Lo peor es que, no se han dado cuenta que justamente han tocado y provocado a lo más sagrado: el país, no el partido. Porque el daño es como las ondas concéntricas cuando una piedra “haciendo sapito” intranquiliza la pasividad de la superficie del agua; a partir de allí los círculos cubren rápidamente duplicando cada vez más hasta superar la fuerza del impacto inicial. Es decir que el daño es feroz, porque el descrédito, la falta de confianza, más la suma de desaciertos, se torna en clima natural que no es nada halagüeño. Es como dice, Francisco Rosell, Director del Diario “El Mundo” de España: “Es lo que sucede, cuando los pueblos reverencian hasta la idolatría a sus ladrones”. Todo se cumple en desmedro, cuando damos un paso al frente, y dos pasos para atrás.
Se trata de una lucha constante por sobrevivir; sucede como en las guerras que son al fin, el fracaso de la política. Es decir la estación previa donde todo termina, porque la palabra ha agotado su argumentación, y a partir de allí las acciones que son siempre nocivas e imprevisibles se convierten en mecha de lo que vendrá.
El único que ha salido indemne de “hacer piruetas sobre el precipicio”, ha sido el mimo, motociclista, mago y equilibrista francés, nacido en Nemours, que con tan solo 24 años de edad, se animó a cruzar el tramo de 42 metros de distancia entre sí, de las torres gemelas, The World Trade Center de Nueva York, a una altura próxima a los 500 metros, exactamente a 417 metros. Este “héroe” de las alturas, se llama Phillipe Petit, y conquistó la hazaña a las 7,15 de la mañana, el 7 de agosto de 1974, cuyo peso total del cable extendido por donde se iba a encaminar, pesaba 200 kilogramos. Pero Petit, no improvisó ni se desalentó, como los argentinos, a pesar de haber estado históricamente siempre balanceándonos sobre el precipicio, tal vez también por la gran experiencia de un sin fin de crisis producidas por nosotros mismos, porque no “son los otros”, somos nosotros, por ineficaces, por darle importancia exacerbada a la mala política y sus herederos partidarios, que siempre están dispuestos cuando hay unos pesos demás, algún carguito, algún “conchavo” no importa, de qué.
El francés Phillipe Petit, lo planificó durante 6 años de manera intensa, concibiendo todos los detalles, previendo los inconvenientes, y el costo económico y de vida. Arrancó desde el piso 110, mesuradamente hasta entrar en calor y comenzar hacer malabares en ese cable tan distante de la tierra, con fuertes vientos en su contra, durante un despliegue “coreográfico” de 45 minutos de estar en el vacío. Fue tal la respuesta, que la película documental sobre la hazaña de Petit de James Marsh, ganó el “Festival del Cine de Sudance” en el año 2008, como así se alzó con el Oscar de Hollywood. Dada la trascendencia de la hazaña del pequeño francés, el cine comercial lo corporizó en el año 2015 con la dirección de un consumado Robert Zemekis, y la actuación del actor Joseph Gordon Levitt en la película “The walk” (“La caminata”), que los hispanoparlantes la conocimos por el título de “En la cuerda floja”. Cuando le preguntaron a Petit, qué lo animaba a tremendos desafíos, respondió: “Cuando veo un lugar bello para poner mi cable, no me puedo resistir”. Acá, no se trata del deseo por romper desafíos, es la torpeza de políticas fuera de lugar que ignoran al hombre común que no se aferra al fanatismo de caminos probados por ineficientes. Cuando vemos cómo los países limítrofes que alguna vez subestimamos por creernos los mejores, han avanzado sin romper la democracia, con las puertas abiertas al libre comercio, sobreviene a bronca y la envidia fuera de tiempo y de lugar.
Somos suicidas natos. Siempre buscando el peligro como deporte nacional, pero no por avezados, sino por ignorantes compulsivos, “orgullosos” de nuestros yerros torpes.
Y, a propósito, palabras santas que podrían definir mucho mejor tan irresponsable comportamientos; Mark Twain, dijo: “Ninguna cantidad de evidencia logrará convencer a un idiota”. Pero más contundente y doloroso fue Perón, cuando expresó enfáticamente: “El bruto siempre es peor que un malo, porque el malo suele tener remedio, el bruto, NO.”