Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral
Entonces, transcurrir una estación de ferrocarril, para viajar, dar bienvenida o comprar boletos anticipadamente, amén de la nobleza del medio de transporte, era asistir a un salón de boleterías donde la gente, previo al viaje asistía a la propina indirectamente, de una colección de grandes cuadros que ostentaban sus paredes. Eran las ilustraciones del famoso almanaque Alpargatas, con la firma de Florencio Molina Campos, que en cuadros de metal esmaltado lucían como posters. Minuciosas instantáneas dibujadas de gauchos simpáticos que protagonizaron los famosos almanaques de Alpargatas SA. Una secuencia con mirada precisa adornaban las estaciones del ferrocarril de esos años, que en panorámica desvelaban todo el acontecer del campo argentino, “gente de a caballo”, que jocosamente se encargaba de mostrarnos, cada tarea, usos y costumbres, del sacrificado protagonista: el gaucho. Eso sucedió mucho antes de que Menem pronunciara la famosa frase: “Ramal que para, ramal que cierra”, y Corrientes, que no pudo escapar a esa sentencia como otras tantas ciudades y pueblos, quedamos sin el ferrocarril que surcaba Corrientes, el “Urquiza”. Cuya estación se emplazaba frente al ex Regimiento 9 de Infantería y a la avenida 3 de Abril, lugar donde me hacía ese paseo para llenarme con los dibujos memorables de Florencio Molina Campos. Para las autoridades del riojano presidente, era mucho más fácil y salomónico, cercenar directamente, aunque en ello la economía provincial y del país se resintiera, ya que se trataba del medio más barato de transporte, con porte de gran factura para soportar cualquier peso.
El gran espaldarazo internacional, significó el almanaque de Alpargatas SA, con 12 páginas, una por cada mes, a todo color, exaltando la obra del pintor y dibujante argentino, Florencio Molina Campos, a quien contrató en exclusiva la reconocida firma empresarial. Su lanzamiento tuvo lugar en marzo de 1931, superando en popularidad la expectativa generada, ya que su notoriedad no hacía más que confirmar la capacidad de comunicación que poseían los cuadros de gauchos dibujados, símbolos de nuestros campos, afín a la línea de fabricación de ropa y calzados para tareas duras y sufridas.
Dicen las crónicas que Molina Campos, teniendo apenas 9 años de edad, solo comenzó a dibujar, siendo totalmente autodidacta, tan solo observando como modelo al Capataz de los campos de sus padres, Tiléfero Areco. Algunos se aferran al expresionismo que posee su obra con mezcla de humor, agregado ese clima naif, que le dota de una saludable bondad, facilitando mensaje en forma directa y a primera vista, sin dobles interpretaciones.
El dibujante nació en Buenos Aires en 1891 y se nutrió del campo porque junto a sus padres pasaban buena parte del año; sin conocimiento previo supo demostrar su capacidad expresiva. Expone por primera vez en la Sociedad Rural de Buenos Aires, en el viejo galpón de Palermo en el año 1926, con motivo de la Exposición Nacional de Ganadería, llevando por título la muestra: “Motivos gauchos (caricaturas)”. En 1939, publica en el Diario La Nación una serie con la denominación “Picapiedras criollos”. Cabe rescatar algunas de sus abundantes obras, de repercusión internacional, donde su principal protagonista es el gaucho, el hombre de campo, que con chispeante picaresca supo plasmar. Algunas de ellas, revelan el objetivo común del hombre y su entorno: “Vota por el gobierno” (1931), “Como el hornero” (1934), “Escuelita criolla” (1940), “Estancia antigua” (1944), “De rancho en rancho” (1944). En 1950, gana el Gran Premio Clarín con Medalla de Oro, de gran significación para los dibujantes argentinos. Sin duda un antecedente de gran trascendencia, lo constituye una beca otorgada por la Comisión Nacional de Cultura, que le permite trasladarse a los Estados Unidos. En 1938, expone en el “English Book Shop” de Nueva York. Las vinculaciones ganadas en base a su gran obra de rico perfil argentino, repleta de gauchos en una vastísima Pampa, logra que los estudios de cine del dibujante Walt Disney lo contrataran como asesor, entre el año 42 al 50, ya que estaba en los proyectos del autor de “Mickey”, justamente para producir cortos con temas sudamericanos, específicamente con gauchos. Se establece sumándose al fortísimo proyecto de Disney, con títulos de cortos como: “El gaucho volador”, “Goofy se hace gaucho”, “Saludos amigos”, “El gaucho sonriente”, “Los 3 amigos”, y también en un clásico de Disney, “Bambi”. En 1946, edita “Vida gaucha”, para estudiantes de español en los Estados Unidos. En 1956, actúa en el cortometraje “Pampa mansa”, que fuera proyectado en el Festival de Berlín.
Sin duda que Florencio Molina Campos fue un idóneo “embajador” de Argentina, ya que sus famosos dibujos tan didácticos, mostraron en todo su esplendor secuencia de escenarios increíbles, como el magnífico escenario del campo argentino.
La periodista Adriana Muscillo nos cuenta en un hermoso artículo escrito para Clarín, el marcado amor por el terruño que reflejaba el dibujante Florencio Molina Campos en cada una de sus obras. No solo en sus pinturas, sino también en sus pensamientos que son claves para amar lo propio. Hay un texto que revela ese principio que ató su vida: “Yo le diría a los escritores, a los músicos, a los pintores: vayan a la Pampa, a los montes, a las sierras y recojan nuestro inmenso caudal disperso, que aún estamos a tiempo para salvar el folclore nativo. Triste será que las futuras generaciones nos pidan cuentas. Triste será que no podamos decirles qué fue del gaucho y qué hemos hecho por mantener la tradición nacional”.
Amar la tierra de uno. Dibujarla desde todos los ángulos. Mirarla en detalle para no perderse ningún accidente de su larga talla. Pero, sin duda, para Florencio Molina Campos fue importante el hombre de campo. El hombre común. El del duro trabajo. El que verdaderamente hace el campo. Quien aprende a caminar el día cuando aún no amanece. El que antes de acostarse mira el cielo, y se persigna a las estrellas rogándole al Dios por un día mejor mañana. Es que el hombre, como decía don Ata, es tierra que camina. Con él, el nuevo día. Y, por qué no, la alegría, si la libertad brilla de fiesta en cada uno de sus escenarios.