Por Ricardo G. Leconte
Exgobernador
Especial para El Litoral
El viernes 22, con mi esposa y familiares asistimos a la conferencia de Norma Morandini en la Feria del Libro. La presentadora, con preguntas respecto a distintos aspectos del contenido del libro, condujo el diálogo. “Silencios. Memoria ruidosa sobre lo acallado” es un libro que tuve el privilegio de leer ni bien se publicó en los último meses.
La autora, que sufrió la desaparición de dos hermanos durante el gobierno militar de 1976, relata su dolorosa experiencia, su misión como periodista en los juicios a las Juntas Militares durante el gobierno del doctor Raúl Alfonsín, los penosos testimonios de víctimas que escuchó y los ulteriores acontecimientos sobre el tema.
“Necesité tiempo y soledad para comprender el mal que intoxicó nuestra vida de convivencia”, dijo dirigiéndose al público, y continuó: “Luego de años de silencio y meditación, logré convertir mi dolor no en odio ni en espíritu de venganza, sino en la necesidad de aportar a la sociedad herramientas para superar el odio y construir un mundo libre donde se toleren las ideas ajenas y se analice la historia con absoluta objetividad” para no repetir errores dolorosos para todos. “No quiero —dice— que a nadie le pase lo que yo pasé”.
Y dice con sólida elocuencia en la página 197: “Repito emocionada el que es y ha sido mi motivo de vida: hacer de la memoria pedagogía democrática para que se formen ciudadanos libres, capaces de pensar por sí mismos. No revolucionarios adoctrinados como nuevos soldados. Para eso debiera servirnos este tiempo que compartimos en silencio”.
En la página 77 leemos: “El 30 aniversario de la democracia fue también un período de invocación de los derechos humanos, no como filosofía igualitaria sino como bandera política. Así se modificó la visión del pasado y la historia se confundió con la memoria”; este pensamiento lo completa en la página 110 en estos términos: “Se trata sobre todo de alertar sobre la utilización irresponsable del pasado trágico para una ganancia política y hacer de la Esma un santuario montonero”.
Recuerda el ejemplo de Nelson Mandela, que pasó 18 años preso en una cárcel a kilómetros de la Ciudad del Cabo en Sudáfrica, y dijo: “La verdadera prisión es el odio, el que encadena a las víctimas y a los verdugos”. Y agregó: “Ser libre no es solo quitarse las propias cadenas, sino vivir de una forma que respete y mejore la libertad de los demás”.
“En el caso argentino —agrega— un terrorismo revolucionario precedió a un terrorismo de Estado de los militares y no se puede entender uno sin el otro”.
Refiriéndose a tiempos recientes, continúa: “Los derechos humanos se confundieron con el kirchnerismo, perdieron la universalidad que los define, utilizando como renta política, y se pasó a glorificar los violentos años setenta”. Relata que en su visita a la Esma encontró “las imágenes de Perón, el Che Guevara y Fidel Castro, las frases extraídas de los discursos elegidos —que son las mismas que se escuchan hoy en el discurso kirchnerista— las palabras ‘democracia’ y ‘libertad’ asociadas al golpe de 1955 de Aramburu, asesinado más tarde por la organización montonera… Tampoco hay ninguna referencia a la violencia guerrillera ni la de los parapoliciales de la Triple A que antecedió al golpe de 1976”.
En la página 189, acercándose al final, Morandini habla de la paz y dice: “Vivir en paz exige conciencia y consenso, no uniformidad. Paz significa acuerdo. Necesitamos de un gran pacto democrático, no corporativo ni partidario, sino de toda la sociedad, para restituir lo que fue violado: la convivencia pacífica”.
La autora reafirma su mejor intención cuando dice con vocación de guía: “El verdadero propósito de la memoria es evitar la repetición”. Ojalá aprendamos todos. El libro y el ejemplo de Norma Morandini nos ayuda.