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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Inflación, el ecosistema argentino

Más de medio siglo de alta inflación ha hecho perder trece ceros a la moneda argentina. Un peso de hoy equivale a diez billones de hace cuarenta años. Los gobiernos simulan no entender su causa, el gasto por encima de los recursos. Suma y sigue.

Por Jorge Eduardo Simonetti

jorgesimonetti.com

Especial para El Litoral

“Existe la amabilidad japonesa, la simpatía brasileña, la tenacidad alemana, la flema inglesa. Y existe la inflación argentina”.

Pablo Perantuono

Los argentinos somos de presumir, de lo bueno y de lo malo. Nos creemos los mejores en muchas cosas, también los peores en otras, nunca un término medio. Es nuestro karma de supuesta superioridad el que nos lleva a pensar que somos el centro del mundo. Pero no, no lo somos, no somos nada especiales, salvo, claro está, para algunas cosas.

De lo que sí podemos envanecernos es en que somos especialistas en sobrevivir en la inflación. Tal vez no siempre estemos en el número uno en los índices, pero seguro que somos los campeones en continuidad inflacionaria a través del tiempo.

“La inflación es como la pasta de dientes, una vez fuera del tubo, difícilmente se puede volver a colocar. Por lo tanto, es mejor no presionar demasiado el tubo”, dijo Karl Otto Pöhl, expresidente del Banco de Alemania. Y, tal parece, por lo menos desde 1945, estamos presionando el tubo y, obviamente, la pasta nunca vuelve a su lugar.

Con el correr de los años, la Argentina se acostumbró a tener índices inflacionarios que no se registran en otros países del mundo. Desde 1944 hasta hoy, de 27 presidencias analizadas, solo cinco registraron variaciones anuales de precios menores a los dos dígitos, mientras que, en el extremo opuesto, seis presidentes tuvieron inflaciones anuales de tres dígitos. Tenemos hitos inolvidables, cómo el Rodrigazo de Isabel Perón, la hiperinflación de Alfonsín, la mega devaluación de Duhalde.

Como efecto de la pandemia, el fantasma de la inflación recorre las espaldas de los países centrales, no acostumbrados a convivir con ella. A valores de febrero de 2022, en Alemania trepó al 5,3 % anual, en España al 7,4 %, en la eurozona 5,8 %, en EE.UU. 7,9 % (la más alta en cuarenta años). Para los argentinos, esos datos parecen un chiste, porque nosotros estamos acostumbrados a convivir con esas cifras, pero por mes.

El dólar es rey en nuestro país, y no es para menos. Es el modo que tiene gran parte de la sociedad de tener reserva de valor, porque su moneda, nuestro nunca bien querido y estimado peso, se escurre como agua entre los dedos.

Para nosotros es una vieja historia. En 2017 duplicamos el valor del billete más alto, ubicándolo en 1000 pesos. En ese entonces, equivalía a unos 58 dólares, ahora vale alrededor de 3,45 dólares. El billete de mayor denominación en la Argentina no alcanza siquiera para comprar un kilo de carne.

Desde 1881 a la fecha, tuvimos cinco signos monetarios distintos y dejamos trece ceros en el camino. La primera moneda argentina fue el “peso moneda nacional” (1881/1969), luego el “peso ley 18.188” (1970/1983), “peso argentino” (1983/1985), “austral” (1985/1991) y “peso” (1991 hasta la fecha).

Para darse una idea de la desvalorización monetaria provocada por la inflación, para comprar hoy por valor de un peso, necesitaríamos 10 billones de pesos moneda nacional. Supongamos, para adquirir un caramelo deberíamos traer un camión de billetes que circulaban hace sólo cuarenta años.

Existe un indicador para advertir la manera que la población se va alejando de los estándares de clase media, cual es el cociente entre el salario promedio de la economía formal y la canasta básica total. En 2022, con un salario formal promedio se puede comprar cuatro canastas básicas totales, en 2005 se podría comprar cinco y en la década del noventa, seis.

Con la inflación, los sectores más perjudicados son sin dudas los de los estamentos inferiores, los que no tienen trabajo, los que hacen changas, los que carecen de empleo formal. Ellos conviven diariamente con el problema básico de la alimentación, recurren asiduamente a comedores comunitarios.

La movilidad ascendente en la escala social, hoy se ha convertido en movilidad descendente, sobre todo en los sectores medios que se pauperizan aceleradamente. El objetivo de máxima es no perder lo que se tiene, de mínima, perder lo menos posible.

Cuando hablamos de la pertenencia a una clase social, nos referimos a una forma de identidad subjetiva a la que las personas adhieren. El capital cultural sobrevive a la pérdida del capital económico, es decir que hay una disrupción entre el sentido de pertenencia y las cualidades materiales que lo sustentan. Es lo típico de la pauperización de la clase media: se sienten en ese estamento, aunque su economía ya no lo permite.

Un símbolo, si nos referimos a la clase media, es el vehículo. Para acceder a uno se requieren hoy 19 salarios promedio, casi el doble que cinco años atrás, refiere el economista Pablo Besmedrisnik. Agrega que con el contexto inflacionario todos pierden, pero fundamentalmente los trabajadores agrupados en sindicatos menos fuertes, los empleados fuera de convenio y los trabajadores no registrados.

Con la endémica inflación que recorre la historia argentina, nos acostumbrados a “sobrevivir” a sus efectos, nos hemos convertidos en peones prácticos para llevar la nave a puerto a pesar de las adversas condiciones de la navegación. Seguramente, un chileno, un uruguayo, un yanki, un alemán, se ahogarían en la travesía.

Cuando escuchamos a nuestros gobernantes quejarse por la tendencia ciudadana a refugiarse en la moneda norteamericana, no podemos menos que indignarnos ante el desconocimiento supino de nuestra historia monetaria.

El Banco Central estima que los hogares argentinos y las empresas no financieras poseen más de 230.000 millones de dólares en activos financieros extranjeros, principalmente en moneda estadounidense. La mayor parte de ese dinero se mantiene en cuentas bancarias internacionales, pero una parte también se oculta en cajas fuertes y escondites en todo el país.

¿Tienen la culpa los que ponen sus ahorros a cubierto? No señor, pensar así es como poner el carro delante de los caballos. La culpa es de aquellos que crean las condiciones para que ello ocurra

Es que nacer en la Argentina es nacer con un ADN distintivo. Un chiste antiguo asegura que todo bebé al nacer tiene una crisis de llanto cuya razón es múltiple: su cerebro se desarrolla, su estómago molesta, reclama ser aupado. En Argentina, además se debe a que se dio cuenta que ya aumentó la leche.

Chistes aparte, no existe en el mundo una economía de cierta importancia que comprenda mejor que la Argentina como es vivir en la inflación. Y, consecuentemente, los argentinos son los más preparados para adaptarse. Sin embargo, ello no es un mérito, son apenas recursos identificados con nombre y apellido. La enfermedad de la inflación está causada por el virus del poder mal ejercido.

Los gobernantes gastan más de lo que ingresa, y lo continúan en el tiempo sin importarle las consecuencias adversas que se generan a la larga. Y, lo que es peor, la sociedad se ha acostumbrado y tolera la fiesta populista con su voto, aunque luego sufra en cuotas interminables.

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