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Cuando la ficción se parece más que la realidad

Sabado, 27 de agosto de 2022 a las 01:00

Convengamos que la década del 30 al 40 fue irrepetible para el tango. Los grandes autores se dieron maña para hacer bailar sus creaciones no por numerosas sino por talentosas. Uno lee de punta a punta cada una de ellas y se pregunta cómo hicieron para adelantarse a los acontecimientos que se fueron dando coincidentes con la realidad argentina. Punto por punto, hasta en sus mínimos tics, lucimos cabalmente como una fotografía donde nadie se escapa.
Existen dos grandes autores que fueron “mediums”, tal vez, o intuyeron sin perderse una sola línea cada detalle del ser argentino, con sus caídas, con sus arrebatos, con sus alegrías pasajeras, con sus depresiones continuas y abundantes. Pero siempre con la esperanza a flor de labios, probando y probando, aunque la suerte nos sea adversa. Siempre aguardando, siempre esperando, como un niño ansioso por los regalos en el día de su “cumple”.
Ellos fueron, sin ninguna duda, Enrique Cadícamo, el chico rubio de buena facha, nacido en Luján, que a fines de 1918, tímidamente, presenta su primer tango: “Pompas de jabón”. En 1926 lo canta Gardel, por eso siempre decía Troilo: “Cadícamo debutó ganando”, como nos lo recuerdan Lucía Gálvez y Enrique Espina Rawson, autores del libro “Romances de tango”. Pero el tango que lo perfila, como un verdadero crítico de cómo se vivía, ironizando y casi con humor en 1932, con música José María Aguilar, estrena “Al mundo le falta un tornillo”. Porque aunque con ello no se modificara, por lo menos atenuamos riéndonos de nuestras propias desgracias: “Todo el mundo está en la estufa. / Triste, amargao y sin garufa. / Melancólico y cortado. / Se acabaron los robustos / Si hasta yo  que daba gusto / ¡cuatro kilos he bajado...! Hoy no hay guita ni de asalto. / Y el puchero está tan alto. / Que hay que usar el trampolín”. Su mirada penetrante, objetiva, tal vez un poco exagerada, no era de disimulo cuando lo social flaqueaba igual que ahora: “El ladrón es hoy decente. / A la fuerza se ha hecho gente. / Ya no encuentra a quién robar. / Y el honrao se ha vuelto chorro. / Porque en su fiebre de ahorro / Él se afana por guardar”. Como vemos, el lunfardo no le era ajeno a Enrique Cadícamo, que, si bien fue fino, meticuloso, era hora de “levantar la perdiz” y no acallar semejante atropello a la razón: “Hoy se vive de prepo. / Y se duerme apurado. / Y la barba hasta a Cristo. / Se la han afeitao. / Hoy se lleva a empeñar. / Al amigo más fiel. / Nadie invita a morfar. / Todo el mundo en el riel”. El “extremismo” de Cadícamo es exacto a las crisis de ayer, hoy y siempre. Nada hemos cambiado, siempre estamos en la misma, improvisando, peleando, dejando pasar todo, quemando el tiempo al cohete, que cuando todo explote qué haremos. Habrá otro superministro que quiera salvar la historia, o ya no habrá voluntarios con vocación presidencial, porque podemos terminar, estamos camino a ello como lo intuía Enrique Cadícamo: “Al mundo le falta un tornillo / Que venga un mecánico / Pa’ ver si lo puede arreglar. / ¿Qué sucede…? ¡mamma mía...! / Se cayó la estantería / O San Pedro abrió el portón”. Lo de Enrique Santos Discépolo y su himno inmortal de “Cambalache”, acontece recién en el año 1934 a pedido de la producción de Argentina Sono Film para la película “El alma del bandoneón”, dirigida por Mario Soffici, con Libertad Lamarque y Santiago Arrieta en lo protagónico. Lo cantó por primera vez, a pedido de Discépolo, en teatro, “La Negra” Sofía Bozán. En la película “El alma del bandoneón”, lo cantó con singular éxito Ernesto Famá con la Orquesta de Francisco Lomuto, transformándose en un éxito nacional. Si bien era crítico como también lo fuera Cadícamo, con “Al mundo le falta un tornillo”, “Cambalache” logra atrapar por sus proféticas palabras, comparando lo correcto con lo incorrecto, en una puja de aciertos que la sociedad lo padeció y padece como experiencia propia cuando las cosas se desmadran y la gente mira para otro lado. El término “Cambalache” se utiliza en Uruguay, Chile y Argentina como denominador común en compra-venta, ejerciendo el papel de intercambio o trueque de cualquier cosa, todo mezclado, revuelto. Bien lo certifica su autor en cualesquiera de sus versos: “Que el mundo fue y será una porquería, / ya lo sé, / en el quinientos seis y en el dos mil también, / que siempre ha habido chorros, / maquiavelos y estafaos, / contentos y amargaos, valores y dublés. / Pero que el siglo veinte es un despliegue/ de maldad insolente, / ya no hay quien lo niegue; / vivimos revolcaos en un merengue / y en el mismo lodo todos manoseaos”.
Lo que queda claro es cómo el “Cambalache” se convirtió en sinónimo de lo corrupto, de lo fuera de la ley, porque da en el clavo de una sociedad con rasgos vivos de hipocresía: “Todo es igual, nada es mejor; / lo mismo un burro que un gran profesor... / No hay aplazaos ni escalafón, / los inmorales nos han igualao. / Si uno vive en la impostura / y otro roba en su ambición, / es lo mismo que si es cura, / colchonero, rey de bastos, / caradura o polizón”. La verdad en todo momento nos recuerda lo que da con el perfil exacto, por ello la crítica tiene real asidero y fuerza de tremendo reproche. Discépolo, si bien de personalidad casi introvertida por lo callado, de bondad superlativa, con los vivos acentos de su tango símbolo se hizo oír en todo el mundo, siendo interpretado por grandes artistas que se sentían de alguna manera tocados por la gran sensibilidad de cada palabra que afirma y reafirma una conducta evasiva, siempre lejos del orden y mucho más allá de lo permitido.
Y, como el tango, concluyo no con un chan-chan, sino más fuerte aún, como lo escribió para “Al mundo le falta un tornillo”, su autor, Enrique Cadícamo: “El ladrón es hoy decente / A la fuerza se ha hecho gente / Ya no encuentra a quién robar”.
Y Discépolo con su “Cambalache” es implacable pero tiene razón: “¡No pienses más, sentate a un lao, / que a nadie le importa si naciste honrao! / Es lo mismo el que labura / noche y día como un buey / que el que vive de los otros, / que el que mata, que el que cura / o está fuera de la ley”. O lo que podíamos evitar.

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