Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral
Uno, en este maldito “juego” político del poder, de un estado de fuertes consecuencias hace memoria de su niñez lúdica y no puede dejar de recordar cuando en la inocente “escondida”, habiendo apelado a todos los recovecos posibles para escondernos, surgía la palabra mágica, salvadora, que ponía a cero, para emprender otra ronda: “pido”. Era la solución para reorganizarnos y volver a las escondidas casi como un pedido de clemencia que por sobre las otras se imponía por su importancia extrema: “poner tregua”. Barajar de nuevo y sacar cartas. Pero el “pido” no solo era un grito desesperado, sino que también sumaba gravedad significándolo gestualmente, donde el dedo índice de una mano haciendo como gancho, hacía fuerza pareja y en sentido contrario con el dedo índice de la otra mano. Como dos fuerzas oponentes de idéntica potencia hacían su esfuerzo máximo deteniéndose justo en el medio, en el punto cero, dando riendas sueltas al “pido” urgido. Una figura premonitoria de lo que significa la tregua, el punto más alto de los oponentes, dándose lugar para poder escucharse. Y así poder dialogar, consensuar, analizar y recomenzar, perfeccionado, siendo mejores, escuchando lo bueno y lo malo que de allí debe surgir, superador y constructivo.
Uno se pregunta si el “pido” que produjo el advenimiento del súper ministro, no ha sido suficiente para emprender una verdadera república donde desde el norte al sur, del este al oeste, todas las provincias integrantes fueran exactamente iguales por ser supuestamente federales. Idénticos en todas las ventajas, en precios, en tarifas, en ventajas comunes para que redunden en beneficio de todos quienes habitamos el supuesto federalismo. Todas aportamos, y, sin embargo, las diferencias y las peleas por presupuestos saltan a la vista, demarcando así el fortísimo privilegio de unas con respecto a las otras. Nadie puede poner coto a tanta diferencia en que las más alejadas del gran puerto pasamos a ser de segunda con los beneficios diezmados y los más altos índices inflacionarios. Si bien, y como las contradicciones son una virtud de este pueblo, han sacado otro préstamo del defenestrado y tan odiado por ellos FMI; ante la urgencia que el tiempo fue agotado por discusiones entre pares se llevaron por delante tres años inútiles de agresiones mutuas; asimismo, gestionando con el Gobierno norteamericano y buscando a calificados empresarios que constituyen al odiado Tío Sam, contradiciendo sus propios principios de origen. Celebramos porque era hora de trabajar de puertas abiertas al mundo, dejando las ideologías que siempre las ubican donde mejor les conviene, porque los intereses son superiores a los de un partido: es el país todo que lo pide con urgencia.
Sin embargo en las minucias, por aquello de “no te des por vencido, ni aun vencido”, seguimos mostrando las “medias rotas” en las cosas cotidianas, en la lucha constante entre los propios, prosiguen las peleas por espacios territoriales, aparentemente minúsculos, pero en la suma del andamiaje el equilibrio se resiente. No se trata de un partido de fútbol, ni se está en “la popular”, se trata de ver cómo se hace para balancear una inflación pertinaz, hoy sumó el 7 %; en lo que va del año el 78 %, la máxima de los últimos 30 años. Ya lo dijo Kristalina Georgieva: “La inflación es el principal problema de Argentina”. También se ha marcado a la falta de credibilidad, y uno se pregunta quién se arriesgaría con un país falto de entidad que dice y se desdice, por carecer de seriedad que ha prometido extirparla pero sin embargo ha sido más benéfico dar una pelea entre ellos mismos, descalificando la calidad institucional, escrachando entonces la figura presidencial, buscando un culpable, mostrando también que en las peleas puertas para adentro, son “impresentables”. Hubo un “tirón de orejas” vedado de parte del Papa con respecto a la misa de Luján: “Que el poder no se apoye en la sacralidad”. Pero, claro, como no tienen límites toda crítica de sintonía fina no se escucha ni se enmienda.
Decía en este “pido” salvador de alguna manera que trajo el advenimiento del súper ministro, no ha sido posible tomar conciencia para un acuerdo nacional, de los tantos intentos que siempre terminaron en nada, porque es tan fuerte la locura política del poder que ellos mismos implantan que, a la corta o a la larga, todo queda siempre en aguas de borrajas. El “pido”, o pedido extremo de una calma necesaria, que siempre se hace inexorable cuando el campo de batalla ha quedado exhausto por tantas macanas llevadas a cabo, es la forma desesperada, o no, de poner paños fríos, enmendar limando asperezas y de una vez por todas caer en la realidad, que así como vamos, no tiene sentido ni coherencia alguna que determine que hemos recobrado después de tanto años la cordura y todos los valores que echaron a volar. El topetazo, el choque constante, el ataque artero, la patota como escudo, las historias tejidas a cada paso contenidas de ficciones no es el camino, tan solo un tránsito breve que no nos lleva a ninguna parte.
Al que asume la vida luchando, nada se le da gratis. Pero le queda la satisfacción de ejercer denodadamente la crítica como para revertir la verdad equivocada. Formando conciencia, creando y rompiendo la insensibilidad, porque las cosas por sí solas no mejoran. Cerraba uno de mis artículos contenidos en uno de mis libros, algo esencial: “Hay miles de historias, buenas y malas, pero todas con la necesidad imperiosa por ser resueltas”.
Cada una es un continente de aspiraciones, sueños postergados, pero una esperanza tan grande como el cielo. Digo que el periodismo es una laboriosa escuela por mejorar lo inmerecidamente instalado, y como Francisco afirmó, la vida tiene cuatro partes: “Amar, sufrir, luchar y vencer. El que ama, sufre; el que sufre, lucha; y el que lucha, vence”. Debemos vencer con sentido común. Nos merecemos un país mejor. Ensayemos un “pido” salvador y que los buenos despojados de corrupción construyan ese país mil veces soñado.